En un rapto de esa dolencia identificada como DPPLS (Demasiada Pasión Por Lo Suyo), me he tragado siete libros de Jane Gardam seguiditos, uno tras otro, y tengo otros tantos esperando en una pila que bulle, palpita y vibra de impaciencia encima de la mesa.
¿Jane qué?
Jane Gardam, G-A-R-D-A-M. Ochenta y dos u ochenta y tres años tiene la señora, que ha ganado dos veces el premio Whitbread y muchos, muchos, muchos otros, como se puede leer aquí, aquí y aquí.
(Pero, ¡ay, editoriales de España, para las que los blogueros trabajamos gratis! Vosotros, a vuestra bola, temerosillos de meter el pie en el agua si no lo han metido muchos otros antes.
A vosotros os pregunto en un aparte: ¿qué vais a hacer cuando Henry James deje de escribir? Porque ya os vale. Ya os vale.)
En fin. Estoy leyendo a Jane Gardam mientras hablo con un antólogo imaginario: este libro lo salvamos, éste se cae, éste va para la backlist. Porque absolutamente todo lo que escribe Jane Gardam se lee con pasmo y gozo, pero no todo echa raíces ni todo se asienta: algo del alcohol se evapora durante la fermentación.
La prosa es perfecta, la atención del lector sigue el dedo de la autora a medida que ella señala aquí y allá, y en cada página hay al menos un giro, un toque, un regalo de ingenio o gracia. Jane Gardam es generosa:
I sit at my computer. It is my first. It is a present from the parish, and generous; for I am old and mad, and I do not look a natural for technology. I am not very friendly. My e-mail address is pangbourne.
This melancholy word has nothing to do with a place, or surname. It is the name of the great gorilla at our local zoo: the ape that has been the love of my life.
O bien,
Daisy Flagg was a parasite. Nothing wrong with that. Hers is a useful and ancient profession. In Classical times every decent citizen had a parasite. There were triclinia full of them. They flourished throughout Europe in the Middle Ages, though later demoted in England to the status of mere court jesters –demoted because your pure parasite does not have to sing for his supper. Not a bar. Not a note.
O
Venetia strengthened herself at the airport by repeating prayers which she was disturbed to find all came from the Order for the Burial of the Dead. Trying for words of thankfulness, all that came were words of conclusion. “Then cometh the end”, she repeated, “when we shall have delivered up the kingdom to God”.
Y así, non-stop, sin darte cuenta, libro tras libro.
Algo de la prosa de Gardam es heredera de Muriel Spark, cuyo nombre no has de pronunciar en vano. Los párrafos iniciales de The Pig Boy, The Kiss of Life y The Easter Lilies (todos en The pangs of love), de Blue Poppies y Bevis (en Going into a dark house) o de Missing the Midnight funcionan tan bien como los de Daisy Overend, The dark glasses o The fortune teller, y comparten con los relatos de Spark narrados en primera persona esa mezcla de urgencia y despreocupación con la que los narradores adelantan información sobre sí mismo y sobre el tono del relato.
Ejemplo Spark (The house of the famous poet):
In the summer of 1944, when it was nothing for trains from the provinces to be five or six hours late, I travelled to London on the night train from Edinburgh, which, at York, was already three hours late. There were ten people in the compartment, only two of whom I remember well, and for good reason.
Ejemplo Gardam (A seaside garden):
I thought of Helen Gibb the other day. It was on York station. There was simply nothing on York station to remind me of her. It must have been the tone of a voice passing, or maybe the airy, breezy smell of the North again. There she was before my eyes, so living, so alert, so clever -oh, and such thin stick legs, such big boat shoes! No ready-made shoes could ever have fitted those fingery feet. Fourteen she was and I was fifteen. I am forty now.
Y, en versión superconcentrada, apurando el espacio al máximo, ejemplo Amy Hempel (The annex):
The headlights hit the headstone and I hate it all over again.
También Spark sobrevuela algunos diálogos ligera, moderada, encantadoramente non-sequitur.
“D’you want to come to Auntie Pansy’s?”
“Whoever’s that?”
“My godmother.”
“What a name."
“She had a funny father.”
“Very funny father.”
“She’s funny too. A bit funny in the head. She lives in the suburbs. She’s rich.”
“Has she got any heating?”.
Prosa de primera, fresca, ingeniosa y viva, capaz de hacer que el lector abra un libro y luego otro, y se pase así un mes.
Pero, ¡ay!
Pero, ¡ay!
Pero, ¡ay!
La literatura sorprende, inquieta y perdura cuando logra iluminar algún aspecto o color del mundo que no se había percibido antes a través de exactamente esas palabras. Y es un tongo, un artificio o un engaño, como se prefiera, pero tiene la fuerza de un milagro.
Y Jane Gardam parece lograrlo sólo en ocasiones. En otras, sólo es excelente.
He aquí el ranking de momento.
-Bilgewater. Sí, o incluso super-sí. Novela de entrada a la madurez con todo lo que se espera del género. Banalidad, pérdida, confusión, amor.
-Faith Fox. Novelón a ratos. Empieza potente y sube hasta el final del capítulo siete, cuando el narrador nos recuerda que estamos en una novela y que su labor será interponerse entre nosotros y la historia:
The fearless, comic, incorruptible battle-axe Englishwoman is now almost gone. There don't seem to be many of the young shaping up in that mould.
And maybe good riddance but maybe more's the pity, for she'll be missed here and there and especially in fiction.
Y a partir de ahí empieza a resultar ligeramente pesado el afán de Jane Gardam por tratar cada capítulo como si fuera un relato corto con un estallido de ingenio o buena técnica (¿qué sentido tiene el capítulo veintiuno?). La novela, con momentos memorable, se hincha en la segunda parte hasta dar la sensación de no tener centro, de avanzar de manera casi arbitraria.
-The Queen of the Tambourine. Esta sí, y quien lo pueda hacer mejor que lo intente.
-The People on Privilege Hill. De aquí salvo dos relatos y medio. Sí a Pangbourne y Babette, y casi sí (excepto por el final) a Snap. The hair of the dog es perfecto en forma pero el sentido ñoñea.
-Missing the Midnight. Buff, buff...Cuentos de Navidad y fantásticos. Algunos parecen ser escritos por alguien sin imaginación que se fuerza a imaginar. Pero Miss Mistletoe es la caña.
-The pangs of love. De momento, su colección de relatos más completa. The Easter Lilies, Stone Trees y The pursuit of Miss Bell son magníficos, extraordinarios, y juegan en la primera división. Otros se quedan muy cerca: Un unknown child, The pig boy, The kiss of life, The ball game y The last Adam.
-Going into a dark house. Y aquí está el segundo mejor libro de relatos, con Blue Poppies y Telegony.
Esto, de momento. Y no sigo, que tengo que ir a leer.
Fotografías de Kent Rogoswki