A lo largo de estos casi siete años de blog han pasado por aquí libros, poemas, películas, series de televisión, cómics e incluso ficción propia. Pero hay un territorio bastante afín al que, sin embargo, no le he dedicado una sola línea: el mundo de los videojuegos. No es porque no me diviertan, no; es que, sencillamente, mi experiencia con ellos es escasa. Se pueden contar con los dedos de ambas manos los videojuegos que he finalizado, que han sido (y eso da prueba de cuánto los disfruto) casi el cien por cien de los que he empezado.
Mis preferidos salieron al mercado a principios de los 90, la época en la que más me interesé por ellos. Aquellas aventuras gráficas de dibujos convencionales diseñadas en LucasArts me tuvieron absorto durante un año entero. Puzzles, point-and-click, tercera persona y una banda sonora que te sumergía en los fascinantes decorados. Aún recuerdo los títulos: Indiana Jones and the Fate of Atlantis, Full Throttle, los dos primeros Monkey Island y, por encima de todos ellos, el insuperable The Dig. Es mi predilección por la aventura gráfica la que ha limitado mis experiencias posteriores, que se reducen casi en exclusiva al disfrute de las dos magníficas entregas del Syberia y al modesto Machinarium. Mi única incursión fuera del subgénero me llevó a probar algunas ediciones del famosísimo Tomb Raider, en realidad una aventura gráfica algo más compleja.
Como ven, no se puede decir que yo sea un gran aficionado al tema, así que el historial de Jane Jensen como diseñadora de videojuegos no fue algo que me llamara mucho la atención. La creadora del popular Gabriel Knight, ahora enfrascada en la búsqueda de financiación por crowdfunding para su nuevo proyecto denominado Moebius, es autora también de dos novelas de ciencia ficción que pueden considerarse mestizas, pues mezclan temáticas del género de toda la vida con modos y maneras más propios del best-seller. Considero la primera novela mejor que la segunda, aunque de esta última guardo una anécdota muy interesante que ya conté en la entrada Una edición dantesca. En todas las ediciones y formatos de La ecuación Dante falta el epílogo, hecho al que es difícil encontrarle sentido.
Hay libros que salen al mercado con un obstáculo añadido. A los serios problemas de venta que presenta todo producto ideado para el noble -pero en desuso- ejercicio de la lectura, se pueden unir dificultades insospechadas. El despertar del milenio, por ejemplo, ha de combatir con una portada de aspecto paupérrimo, la consideración añadida de libro milenarista (con todo lo negativo que eso conlleva) y el total desconocimiento de sus virtudes -e incluso de su existencia- por parte del cliente al que sin duda más podría interesar: el lector de ciencia ficción.
La diseñadora y escritora del apasionante juego Gabriel Knight se estrena fuera de la franquicia con un thriller a medio camino entre la ciencia-ficción más ortodoxa y el best seller de intriga. Notablemente influenciada por la novela Apocalipsis, de Stephen King, Jensen crea una absorbente trama en la que hace interacturar ciencia y religión desde un escepticismo declarado y desenmascarador, aunando el fanatismo creyente y las nuevas tecnologías en un cóctel de apariencia cinematográfica. La formación ideológica de la autora se encuentra en todas y cada una de sus páginas. Jensen, hija de ministro fundamentalista, y sin embargo suscriptora del Skeptic Inquirer, denuncia la falsedad de la religión, pero dentro de un respeto nacido de años y años estudiando un tema que siempre ha encontrado fascinante.
En medio de una gran profusión de personajes, remedando a los famosos Woodward y Bernstein, los dos principales protagonistas -un sacerdote racionalista (!) y un periodista del New York Times- se ven envueltos en una oscura intriga entre alucinados visionarios, fanáticos milenaristas, conspiraciones de alto estado y logias ocultas durante lo que parece ser el fin del mundo según los cánones católicos; un proceso cuyas distintas fases logran calar hondo en el lector.
Si el primer mandamiento de un libro que fabule con la idea del apocalipsis es mostrarse en todo momento apocalíptico, éste consigue entrar en el cielo por la puerta grande. La frialdad del proceso destructivo y su majestad emparentan esta novela con ejemplos como La fragua de Dios, de Greg Bear, en cuanto a la magnitud del proceso, aunque en este caso el hard tenga muy poco que ver. El hambre, la enfermedad, la guerra y los fenómenos milagrosos adelantados por las profecías se van sucediendo a gran velocidad, mientras los investigadores descubren una verdad sorprendente, terrible y que, de paso, da toda la razón al maestro Clarke en cuanto a lo indistinguibles que pueden llegar a ser magia (en este caso, milagro) y tecnología. Jensen recurre con gran imaginación a la vieja cuita de la gallina y el huevo: ¿qué fue primero, la profecía o la catástrofe?
El único punto oscuro de esta magnífica novela se encuentra en su conclusión. Y es que la autora, a pesar de propinar el empujón definitivo -un empujón jungiano- que coloca a su obra claramente dentro del género de ciencia ficción, no puede evitar denotar sus preferencias en el terreno espiritual, y haciendo gala de una notable iconoclastia, toma partido por las religiones más cercanas a la tierra, carentes de demiurgos todopoderosos. Aun así, El despertar del milenio deja a su cierre un poso de satisfacción y entretenimiento de alta calidad. Se trata de una novela que no debería pasar desapercibida para los amantes del género, bajo ninguna circunstancia.
El texto original de esta reseña fue publicado en Bibliopolis, crítica en la Red.
Extraña suerte la que acompaña a las novelas de Jane Jensen en nuestro país. Su ópera prima, El despertar del milenio, fue publicada por Umbriel hace ya cuatro años como novela milenarista, casi new age. Ahora, su Dante’s Equation sale al mercado bajo una campaña de mercadotecnia que busca emparentarla con El código Da Vinci, el superhit del momento. Éxitos empresariales al margen (20.000 ejemplares colocados), estamos, como en aquel caso, ante un thriller de ciencia ficción que no guarda semejanza alguna con ese leviatán mediático.
Añadiendo un matiz religioso, La ecuación Dante se adentra en los mismos territorios del best-seller científico que han visitado últimamente autores del género como Greg Bear o Connie Willis. Sin embargo, y aunque pueda sonar sorprendente, Jensen posee un mayor dominio de las técnicas del suspense, sabe sembrar con maestría los progresivos misterios con los que cuenta la historia y medir excepcionalmente el ritmo de la narración. Así transcurre, de forma veloz, la primera mitad de una novela que a partir de su ecuador se convierte en otra cosa, en ciencia ficción canónica, con viajes interplanetarios incluidos. Un cambio de registro demasiado brusco y exigente con el lector, sobre todo después de haberse resuelto el meollo argumental. El interés decae. Las páginas posteriores al viaje sobran y adolecen de una inclinación al rosa bien evitado hasta entonces. El final es abrupto, y la irresolución de un cabo suelto es una inexplicable concesión a lo religioso.
La ecuación Dante es una ocurrente disquisición sobre el bien y el mal, que muestra originalidad en la ficticia correspondencia que propone entre las leyes de la física y las espirituales. Si Jensen es una autora a seguir es precisamente por esto. Siempre consagra sus historias a una difícil mixtura entre ciencia y misticismo, entre las leyes físicas que rigen el mundo y las religiosas que conducen al hombre. Estamos ante una novela fallida pero interesante, creada por una autora que conoce las técnicas narrativas más comerciales y que aún tiene que crecer en sus planteamientos. Olvídense del buen Da Vinci y quédense con lo que no mencionan los textos promocionales, esa mención especial conseguida en el premio Philip K. Dick por esta obra.
El texto original de esta reseña fue publicado en el número 27 de la revista Solaris.