Revista Cultura y Ocio

Janucá VIII

Publicado el 09 diciembre 2011 por Zeuxis
La purificación del amor.Janucá VIII
Janucá VIII
§ 9. OCTAVO HRÖNIR. Clave: la Anagoge y el eter
 Todo debió pasar como pasó, pero no pasó realmente como debió haber pasado, en el fondo sabíamos que nuestro amor estaba cifrado por una maldición, pero no era una maldición a pesar de sentirnos tan malditos. Ella estaba radiante aquel día, todo cuanto quepa decirse en conjura para traerla a mi mente se hace siempre en vano, algunos años atrás me dediqué a pintar al óleo, llevaba al lienzo cualquier recuerdo que me llegaba de aquella tarde, en poco más o menos de tres años logré “La anagoge”. Esta obra hecha de lo sagrado que tenían todas mis demás obras supuso mi entelequia artística, pero de hecho yo no buscaba una cima en el arte, lo que perseguía era una especie de artificio que me devolviera a ella. Un hombre puede soñar un destino con diferentes mujeres, puede suponer una vida con cada amor que se atraviese en su camino, yo figuré a partir de ese encuentro un árbol infinito de vidas con ella, por mucho tiempo logré encapsular cada  universo de manera definitiva, cada historia que vivía a su alrededor se convirtió en una semilla que me era necesaria resguardar en mi madriguera invernal. La vejez ya se acercaba y sabía que mi memoria pronto no podría contra el derrumbe. Para no olvidarla, para no perderla, ocasioné objetos de  todas las dimensiones, procuré raras formas de recuperarla, sin embargo aquella colección podía mutarse en un caos que a la final me llevaría a un desespero de identidades, para no hundirme en esa melancolía tracé con igual rigurosidad un inventario iniciático, poblé la hacienda “El cedro” con una harija de inconmensurables vestiglos, todas las noches al calor de esta chimenea, comenzaba el safari, otras, la simple exploración del panteón. 
Al inició mis comensales eran gente demasiado hilvanada en hálitos, yo podía percibir, en el gran comedor, como, un sopor negro casi rojo se evaporaba de sus humanidades siluetiándolos con una nostalgia que me daba cierta gana de nausea. Era claro que ellos no podían comprender la razón de mi propósito y que para sus mentes refinadas en el valor cuantitativo de la razón mi suma era un hervidero de oro, cada cripta ocasionaba en ellos un sonido de caja registradora, era cómo si mis artificios de pronto ante su presencia explotaran como geiseres bañándolos en un gozo profundo del cual parecían no poder regresar. Estas impresiones me impactaron tanto que en algunas ocasiones los figuraba tras las rejas y los ventanales como si fueran seres degenerados, famélicos de un instinto corrompido que los hacía jadear y gritar desesperados, aquellos días nunca pude dormir hasta que me resolví por un éxodo. La mudanza comenzó primero como un viaje de errancia, luego se convirtió en la caravana de mis nigromancias. En cada ciudad comencé a entablar una especie de carnaval y fui dando a conocer de la manera más infranqueable para los buscadores de sarcófagos, como si se tratara de una exposición gitana, mis engendros tan repletos de alma amorosa. Sólo en dos de las tantas aldeas supuse un regreso y lo realicé insistiendo en amigos que pronto comenzaron a  dilucidar caprichosos e infantiles encuentros con cosas maravillosas.

En la aldea de Arcadio dejé ciertas posibilidades para que la soledad fuera una intrigante vecina de tardes e historias mitológicas, de allí nació la gran hojarasca de los tiempos, de la otra aldea partí enfermo, todos notaron la puerta del infierno empotrada en mi pecho como una úlcera obsesionada. En la casita de la costa solía entregar grandes veladas a los visitantes que llegaban tras recibir mi misiva. Estos amigos que varaban su trashumancia en el Hotel plaza después de sortear diferentes latitudes y longitudes del planeta eran recibidos en la estación del tren por las hilarantes tejedoras de la vida, María Bonita, Irene y Nelly recibían a mis invitados colgándoles como regalo de bienvenida el hilo del destino.Nadie supo nunca que aquellas mujeres eran en realidad una proyección creada por mi amigo Morel y que cada tanto en esta ciudad del Viento solía entregarme junto con mis confabulados a una misión de volver al pasado.Sólo uno de mis tantos discípulos logró salvar de las ruinas mi museo de la alquimia, años después logré intuir en el nombre que él había dado a su hogar, la coartada para mi desaparición sin que Marcial lograra de nuevo estafarme con su dimensión falsa. 


Locus Solu fue el lugar donde mi amigo poco a poco se fue convirtiendo en ese monstruo que los vecinos de la pampa quemaron hasta volverlo un mero mensaje cifrado de cenizas y tierra. He sabido que la propiedad se desmanteló con el pasó del tiempo dando lugar a un triangulo de las bermudas denominado por los guachos como “Allí hay más cosas”. 
Yo sé que Marcial supuso que el licenciado era sin duda alguna una treta mía para ocultarme tras una identidad ordinaria, quizás por eso convirtió aquel lugar en un portal del espanto. Locus solú desapareció así como todo mi mausoleo; sólo conservo el lienzo de “La anagoge”,[1]la verdadera Anagoge y por alguna extraña razón esta pintura que era en realidad sólo la aldaba de todo el organismo prudente para mi memoria, pasó a convertirse en la pantalla precisa para sentirla a mi lado. 
Antes deseaba volver ahora vivo en un rotundo resentimiento. Ella debe estar ahora más anciana, más acabada por las rutinas crueles a las que fue obligada por Marcial, yo logré cierta suerte de elixir porque quería mantenerme para ella. Un día logré salir de la trampa de Marcial pero todo fue en vano, caí en una dimensión paralela donde encontrarla ya es una futilidad, no sé si este destino donde yo la sobrevivo a ella en un lienzo quizás fue una estrategia de mi juventud, una de las tantas historias que me conté para no olvidarla, lo único cierto es que cada vez que se acerca desde su lugar sagrado, desde todos los colores que funden el lienzo en una cúpula crepuscular, ella parece decirme algo, la lluvia es algo que sucedió, las nubes un lenguaje, el éter amarillo la vida. Recuerdo todavía aquella tarde; la vi entrar en la biblioteca, el éter era de sol y su aura refulgía en un azul blues, el azul de mi madre, el azul de las sacerdotisas. Aquella tarde leímos el arqueómetro y nos dibujamos el sello de protección en los labios, me arrepiento de haberla besado tan pronto, algo de la tinta de su marca quedó entre mi beso, yo soy el único culpable de esta distopía. Desde el lienzo ella sigue esperando mi regreso. Yo fui el que desaparecí. Ese es mi pecado.Dejé al viejo dormitando en su sillón verde, guardé el puñal y salí de aquella mansión lo más rápido que pude, afuera, ya lejos de las tétricas rejas pobladas en musgo oxidado, mi corazón seguía estremecido, Isabella me esperaba en lo profundo del bosque.Lo que verdaderamente me espantó fue la sonrisa macabra que exhibió cuando llegaba al final del relato.



[1] Hace algunos años los arqueólogos del movimiento Naïf hallaron en el valle de Bamiyán lo que para ellos era la pintura al óleo más antigua del mundo. Consideraron entre otras cosas que los murales budistas que hacen parte de esta colección serían también la primera obra Naïf de la historia. Por otra parte el renombrado científico Nahúm que fue confundido como terrorista y asesinado en los bunkers de la base norteamericana por las fuerzas especiales, dejó claro que el cuarto óleo se trataba en realidad de “La anagoge”; esta obra que ha sido un misterio y que ha sido intentada por todos los grandes maestros representa la escena de una mujer que va ascendiendo de una gran llama en forma de salamandra, su aura que resplandece en azul lleva un mensaje cifrado que no ha podido ser decodificado todavía; la línea de tensión, la mejor lograda en pintura, está dispuesta sobre unos labios gigantes sobre los cuales se clavan dos leños cruzados, la escena es totalmente dramática, los críticos han visto en esta obra al Dios ocelado de los nigromantes. Debido a que el autor recreó en el cielo una extraña noche poblada de mariposas con ojos abiertos en sus alas, arqueólogos y antropólogos comulgan en que esta obra podría ser el hallazgo de la primera representación verdaderamente iconoclasta de los hombres. Al lado extremo el sacerdote incendiado al cual le brotan luciérnagas de las pupilas blancuzcas sigue generando preguntas entre los críticos, lo único en lo que concuerdan todos los expertos y ortodoxos que han dado en conservarla es que el corazón que la mujer lleva en las manos representa alguna especie de rito virginal. La obra puede encontrase hoy en día el museo reina Sofía y hace parte especial de la exposición permanente “Locus Solu”.  De la obra que menciona Marcial en su relato nada sabemos, podría tratarse tan sólo de una mera ficción.

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