Revista Cultura y Ocio

Janucá VIII

Publicado el 12 diciembre 2011 por Zeuxis
La purificación del amor.Janucá VIII
Janucá VIII§ 11. DÉCIMO HRÖNIR. Clave: escribir un poema de despedida, el zeppitsu (última pincelada) y la dormidera (mimosa púdica)
No sé cuánto llevamos ya escribiendo estas historias, al principio me sedujo la idea, era algo novedoso, sentía que podía decir mil cosas, que si bien podría narrar el mismo acontecimiento cuantas veces quisiera también podría hacerlo con palabras diferentes. Pero ahora todo se ha convertido en un método maniaco, cada historia no deja de asombrarme, hay en cada una de ellas algo imposible de creer y algo inevitable, es como si de verdad se tratara de seres de carne y hueso, no meras especulaciones, ni proyecciones. No son figuras a las cuales se les puede atravesar con la mano como si se estuviera jugando con niebla; estas criaturas son definitivamente humanas. Al principio comencé a transcribir las narraciones del anciano con algo de perplejidad y con una emoción que parecía salirse por mis ojos, era como un perro ansioso esperando que le abrieran la puerta para salir corriendo hacia el parque, mi mano temblaba, todo mi ser estaba conmocionado por esta aventura, pero luego me di cuenta que de verdad estábamos trazando un método especial para averiguar algo espantoso.

Ha pasado ya un año desde que comenzamos nuestra ardua tarea, a veces el viejo se queda ido, otras hace esfuerzos descomunales por penetrar en lo imposible, siempre terminamos fatigados, cada jornada es extenuante hasta el delirio.Hoy por ejemplo, al fin después de tres largos meses hemos podido describir lo esencial, hemos logrado verlos, hemos podido explorar ese territorio vedado a la normalidad de nuestro espacio y tiempo.Sin embargo siento que estoy a merced de un ciclo vicioso, sólo quiero llegar al final pronto, terminar de una vez por todas con este asunto, con esta bitácora alocada que quizás no nos lleve a nada.Para mi el mundo ha cambiado radicalmente, desde el día que pude verlos en la biblioteca, todo principio, toda ley que figuraba el orden de nuestro universo desapareció como si nunca hubiese sido posible, ¿estaba en mis cabales? Sé muy bien que sí, que aquella mujer que vi entrar aquella vez era realmente Isabella, que el chico que identifiqué era Gustav, pero, a mi lado se encontraba algo más escalofriante, a mi lado un viejo que decía ser también Gustav y que lo demostraba con pruebas inefables era la prueba indiscutible de que el universo estaba poblado con diferentes realidades de uno mismo. Yo accedí a ellas, yo le di vida a una de ellas y no pasa una sola noche en la que desee no haber ido aquella tarde a esa biblioteca.  Algunas veces cuando observamos una fotografía con nuestra imagen o con la imagen de un amigo, solemos reconocer gestos que son distintivos de nosotros y de esos seres que van día a día siendo parte de nuestra biografía, es más, si nos imaginamos posando ante la cámara estará bien que nos encontremos a nosotros mismos haciendo un gesto que es como nuestra marca; una sonrisa, un leve giro o caída de nuestra cabeza, esa extraña forma de mirar o entornar los ojos nos dicen y les dicen a los demás que somos nosotros, que esa imagen no puede ser la de otro sino que es espectacularmente la nuestra.Cada mañana me miro al espejo. Pierdo demasiado tiempo buscándome en el reflejo pero nunca doy conmigo, hago gestos pero estos se han hecho fríos, ajenos al rostro, a veces me parece mirar una máscara, algo inútil y severo que llevo con obstinación hacia las calles. Otras parece que algo desde el fondo de mi mirada quisiera salir y decirme lo que sucede pero es como si asustara de ese ser que mira fijo sin emoción alguna buscando, excavando en nada.Tengo miedo de ser un Hrönir, el espectro perdido de alguna mujer herida, tengo espanto de pertenecer a los objetos deseados de algún ser depresivo que no supo que hacer con su humillante vida, tengo horror, me habita el espanto.Ayer al pasar por el viejo al “Victoria Regia”, me encontré con un compañero de universidad en el bar basilic; yo me encontraba en la barra degustando un Dry Martini cuando pasó por mi lado como si nunca me hubiese conocido. Era como si me hubiese atravesado, como si yo solamente fuese un holograma perdido entre las sillas.Cuando bajó el anciano ya me encontraba devastado, me había bebido varios Martinis sin una pizca de vermouth. Estaba mareado, con la apariencia de alguien que lleva días sin dormir.El viejo me zarandeó un poco y cuando recobré la lucidez nos encontrábamos en medio de una especie de vivero repleto de orquídeas. Entre las que pude reconocer se encontraban: la Acineta densa, esa hermosa vulva leonada con su himen casi a punto de dar un beso; la Aeranthes grandiflora, hirsuta como si quisiera salir volando o atacar al primer movimiento, más que flor semejaba un insecto maravilloso; la gigante Cattleya trianae se esponjaba en su color psicodélico como una mariposa entre las demás flores, las orquídeas Epidendrum spilotum y la Restrepia chameleon me recordaron aquella zoología fantástica del profesor  Harald Stümpke; ¿pero qué hacía allí entre ese insectario vegetal?. Al parecer buscábamos algo, el anciano se dirigió hacia otro contenedor, caminamos por entre algunos canteros y de pronto nos detuvimos en uno de envases muy especiales. Estábamos ante una hermosa exposición de leguminosas del género mimosa.Inmediatamente todo me fue claro, estábamos allí investigando la razón de ser del recuerdo que había tenido Gustav. En nuestra última investigación Gustav e Isabella habían entablado una rara conversación. Al parecer era muy importante que Isabella llevara consigo siempre una rama de "Makahiya"; según le contó, Makahiya tenía la propiedad de poderla ocultar de Marcial cuando fuese necesario, la forma de hacerlo es que aquella planta se extendería por su cuerpo conviertiéndola a ella misma en una mimosa sensitiva; para volver a la normalidad debía cerrarse sobre si misma, cuando toda la planta se cerrara por completo, emergería poco a poco de la flor rosada. Algo para no creer pero a esta altura ya podía dar crédito de que todo podía ser veraz. ¿Pero qué hacíamos allí, por qué estábamos en ese vivero?, ¿acaso estábamos buscando a Isabella?―No. Primero que todo no eres un Hrönir, tu amigo simplemente no pudo reconocerte, si lo fueras, entonces hace mucho ya que yo te hubiese matado. Ahora, respecto a ¿por qué estamos aquí?, pues se debe sobre todo al descubrimiento de lo que conversaron la pareja de Hrönirs; la mimosa no sólo protege sino que ablución sirve para romper cualquier hechizo, esto lo había olvidado y es hora de probar suerte.Me quedé boquiabierto, el viejo, o me había estado espiando o seguía leyendo mis pensamientos que era lo mismo que espiarme pero con más intimidad. ― O sea que todo era cuestión de bañarte con ramitas de esta planta y listo.― No, no todas las “no me toques” sirven, sólo una en particular puede, al menos, quebrar en algo el hechizo de Marcial, se trata de la Acacia dealbata. Ahora lo entendía, la dealbata no se daba en cualquier parte y menos aquí en América, esta especie algo europea, algo distinguida, sólo podía hallarla sin ninguna dificultad en el jardín botánico José Celestino Mutis, por eso estábamos allí. ― Dime una cosa Gustav, también tendrás que hacer una última pincelada.― Si, es la única forma de que la planta despierte sus poderes.Ahora si me daba miedo, si mal no recordaba  en la conversación que habían tenido los Hrönirs, la escritura de la última pincelada equivalía casi a un suicidio o a la promesa de un suicidio. Pude dilucidar bien todo sobre ese Hrönir, Gustav había sacrificado su vida para mantenerla a salvo, al escribir el zeppitsu había logrado salvar guardar a Isabella pero también se había condenado a una acto del cual no podía escapar. Gustav se había sacrificado por amor y ahora…

Pero ¿qué diablos?, ¡no te dejaré hacerlo! ― . Alcancé a gritar pero anciano me miro resuelto luego nombró el Haikú mortal.

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