Revista Cultura y Ocio

Janucá VIII

Publicado el 02 febrero 2012 por Zeuxis
La purificación del amor
Janucá VIIIJanucá VIII

Janucá VIII
§ 13. DOCEAVO UR.Clave: el arqueometro y el número áureo
Los ur son artilugios más especiales, son cosas “producidas por la sugestión, aducidas por la esperanza”. Yo era un urista, el pimer urista en lograr observar su objeto deseado. Todo había nacido de ese capricho de convertirme en coautor de la novela del vejete. El mismo día que Gustav me reveló todo su secreto, conocí a Isabella, la vimos bajar los escalones, pasó por nuestro lado sin inmutarse, luego la vimos subir las escaleras que llevaban hacia la antesala del segundo salón de lectura. 
Iba a encontrarse con Gustav, con ese Gustav que era también un deseo de mi imaginación. Si la Isabella que acababa de entrar era en realidad una proyección mía entonces esta cosa aparentemente debía determinarse a las leyes de mi imaginación.

Tomamos el ascensor y entramos en la sala dispuestos a todo, la imagen de Isabella en la entrada de la biblioteca, me había dejado desconcertado, pero seguía siendo escéptico. Entramos y nos acomodamos al fondo, Isabella entró, titubeo por unos segundos y luego se dirigió hacia el chico que estaba arrinconado leyendo el libro “El gran objeto exterior” de Isidoro. Estábamos en shock, yo no daba crédito a lo que veía y por su parte Gustav parecía extasiado mirando por vez primera el ur que serviría para encontrar a Marcial.Los chicos se saludaron con nerviosismo, titubeaban pero poco a poco fueron tomando confianza, Isabella apretaba contra su cuerpo un pequeño muñeco de trapo.― Un monicongo ¿eh?― Sí, fue un regalo de mi nana cuando tenía  apenas unos diez años.― ¡Vaya! Que regalo más singular―. Isabella ronroneo, en realidad reía, pero lo que lograba era un ronroneo de gata consentida. «¡Pero claro!», exclamé y los chicos voltearon a verme. El viejo me jaló y para disimular mi grito de Eureka, completo mi asombro con un «te lo dije, pero no me creíste, aquí está todo claro». Una de las chicas encargadas de la sala se acercó a nuestra mesa y nos exigió que hiciéramos silencio, que respetáramos la sala, los demás lectores nos vieron indignados y sin sentirse aludidos volvieron a sus lecturas, Isabella y Gustav no le dieron mayor importancia al hecho y siguieron en su idilio. Gracias  a viejo me había salvado de cometer un choque de bulks. Me incorporé y luego de expresarle y ofrecerle mis disculpas a Gustav, le expliqué el por qué de mi grito. Esta isabella era el ur más exacto, su risa era un ronroneo porque yo había imaginado esa condición, además estaba el monicongo que Nicté le había regalado en la niñez para distraerla de su obsesión por la sangre de gallinazo. 


Sí, todo encajaba con mi relato, con la descripción de ese personaje que yo había ayudado a crear. Ahora no había duda, yo era coautor de una novela que parecía hacerse realidad. Si mal no recordaba, esta Isabella debía tener pequeñas marcas en sus brazos a raíz de los constantes juegos con sus gatos. Cuando Isabella extendió su brazo para compartirle a Gustav el monicongo, casi lloro de plenitud, las marcas eran perfectas, sus antebrazos tenían pequeños trazos que dejaban en claro las uñas de los gatos.

En seguida me dirigí al vejete y le susurré al oído que los objetos secretos eran el monicongo y el libro. ― No, eso es lo único que un urista no puede saber. Las claves están dadas al azar del encuentro no del soñador.Mientras me decía aquello pude percatarme de que el vejete tenía razón, de pronto Gustav comenzó a confesarle a Isabella sobre los extraños poderes que él tenía y sobre el por qué de la necesidad de conocerla, Gustav estaba nervioso, tenía una ineludible urgencia de contarle todo a Isabella, en poco menos de tres horas la chica ya conocía todo lo pertinente  a la raza de Helsa y de sus relación estrecha con el libro sagrado.― ¡Ahí!, ese es, mira. El arqueómetro, esa es la clave. Al fin... pero ¿cómo se me pudo escapar ese dato tan preciso, tan inolvidable?―. El vejete mascullaba esto con tal enfado hacia sí mismo que por un momento no tuvo consciencia de que yo lo acompañaba.El arqueómetro designaba las leyes oscuras de la raza de Helsa, a través de ese libro sagrado los helsa habían logrado avances en tecnología que nos superaban por siglos y siglos. Gustav le contaba a Isabella que allí en el arqueómetro estaba la única forma de vencer a Marcial, que él había logrado encontrar la forma y que la tenía con  él, que necesitaba dársela  a alguien pero que no podía hacerlo allí. Los chicos no sabían que hacer. A esta altura Gustav le había trasmitido su nerviosísimo a Isabella y ambos miraban con recelo hacia todas partes.― Haz algo chico, tu eres el psicopompo, el urista, guíalos, hazlos salir, piensa en eso, desea eso―. Me imprecó el vejetePero eso es imposible, yo ya deseé toda esta conversación. 

Efectivamente yo ya había guiado a estos jóvenes hacia un desenlace totalmente distinto. El viejo se retorcía de desespero en la silla, no sabia que decirle para calmarlo, de pronto algo que ni él ni yo esperábamos sucedió.― La única forma de atrapar  a Marcial es logrando encerrarlo en la cuadratura del círculo siguiendo como método la utilización del numero dorado, el universo entero lo contiene pero Marcial ha logrado escapar a todas las formas precisas de la naturaleza, sólo hay una a la que es totalmente vulnerable por eso necesito mantenerte a salvo.Isabella se sintió incomoda durante unos segundos, nosotros estábamos estupefactos, acabábamos de encontrar el secreto total, ahora reconocíamos la verdadera importancia de Isabella en toda la historia. La hermosa joven se disculpó y salió de la sala. ― Ella no debió salir, mira― Gustav se hallaba concentrado en una de las páginas del capítulo segundo de La verdad del Arqueómetro. Parecía que buscaba algo, trazó algunas notas sobre el libro y luego lo metió en la mochila que traía Isabella. La chica que entró estaba apurada, vimos como durante el resto de la tarde los chicos compartían al parecer un momento amoroso, sin embargo, al despedirse, al extender los brazos para abrazar a Gustav, pude percatarme  que aquella chica no tenia huellas algunas de rasguños de gato. 

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