Revista Viajes

Japón en ocho templos

Por Mundoturistico

En Japón conviven, en sincrética armonía, dos religiones: una autóctona (el sintoísmo naturalista) y la otra importada (el budismo zen, de origen chino). Y además compartiendo lugares, templos, ritos, fieles y divinidades. A continuación repaso ocho templos del país nipón; todos ellos tan bellos, como importantes para el culto local.

Senso

En el histórico barrio de Asakusa, al noreste, está localizado Senso. La puerta Kaminari-mon, con sus estatuas divinas y su enorme farolillo de papel, es símbolo y punto de encuentro y da entrada al templo a través de una larga y estrecha avenida, la Nakamise, que con sus calles transversales forma un conjunto peatonal ocupado por un gigantesco mercadillo de tiendas tradicionales y siempre abarrotado de gente. Afuera, nos recibe un incensario a modo de pila redonda donde podemos echarnos el humo purificador; o la fuente con largos cazos donde practicar el temizu, lavado de manos y boca.

Dentro, los palillos del omikuji nos hablarán de nuestra buena o mala suerte y, ya descalzos ante la diosa Kannon, la de la compasión, lanzaremos unas monedas en el limosnero mientras oramos y pedimos un deseo, lo que podemos luego hacer por escrito en las tablillas ema y dejarlas colgadas en los tablones al efecto. Rituales que se repiten en todos los templos. Al salir tocaremos la campana y nos asombraremos al ver tanta esvástica suelta: no es más que un símbolo ancestral del budismo, de origen hinduista, usado en muchas culturas con significados religiosos, nada que ver con la cruz gamada de los nazis. Ideal para hacerse con toda clase de recuerdos de la cultura local.

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Meiji

Al oeste, santuario sintoísta en el céntrico parque de Shibuya, un auténtico bosque, pulmón urbano de recreo y deporte. Un impresionante torii de madera da paso a un muestrario de barriles de sake, el típico vino de arroz, y de vino europeo donados al templo. Levantado en homenaje al emperador Meiji, el de la restauración decimonónica, se compone de un conjunto de edificios que encierran un museo y una exposición de temática imperial. El edificio principal es el templo de las bodas. Ideal para el que quiera casarse en kimono.

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Kinkaku

Kinkaku se sitúa al oeste de la ciudad, conocido como el “pabellón dorado”. Un precioso capricho budista revestido de paneles de oro que destella al sol y se refleja en el estanque de su propio jardín japonés, todo ello en un marco verde y frondoso de postal. El edificio, no muy grande pero de esbeltas proporciones, se rodea de barandillas de madera y de un camino de tierra que facilita las vistas y el paseo. No visitable por dentro. Ideal para los amantes de la fotografía.

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Ginkaku

Emplazado al este, pasado el río Kamo, encontramos el templo Ginkaku. Imitación frustrada del anterior, este “pabellón de plata” sin plata, pequeño y también cerrado al público, no ofrece gran interés arquitectónico en sus paredes blancas, su madera y su techumbre gris. Pero uno no puede perderse sus maravillosos jardines zen, que invitan a un paseo tan obligado como inolvidable. Casa de té, agua, rocas, islas, puentes, esculturas, arena blanca, senda marcada, escaleras de piedra, árboles, musgo, bosque… todo tan aparentemente natural que oculta la mano de expertos paisajistas. Ideal para los amantes de la jardinería.

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Nanzen

El templo Nanzen está al sur del anterior, unidos por el Camino de la Filosofía, una espectacular senda verde que bordea un canal. Es más bien un vasto complejo de templos y escuelas budistas, levantados al final de una rica zona residencial de chalés y restaurantes, que se recuestan a las faldas de una frondosa colina. Entre los edificios, de madera y con sus clásicos aleros amplios y techumbres curvas, destaca la enorme puerta de entrada, de colosales columnas, así como los atractivos jardines. La nota discordante la da el voluminoso acueducto de porte romano que cruza el lugar, construido como parte del abastecimiento de agua a la ciudad, que el tiempo ha integrado en el verde y artístico escenario. Ideal para los amantes del paseo.

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Kiyomizu

Más abajo aun, nos encontramos Kiyomizu. Para acceder a él, en plena colina, hay que subir una larga y estrecha cuesta invadida por un mercadillo atestado de tiendas, restaurantes y gente, y seguir ascendiendo las muchas y pendientes escalinatas que comunican sus espectaculares puertas de entrada. El edificio principal, monumental y de madera, con su imponente terraza de grandes columnas sobre el precipicio, es un balcón con preciosas vistas de la ciudad (actualmente en obras de restauración, permite al visitante contemplar la urdimbre de su construcción).

Los manantiales que bajan del monte lo han caracterizado como templo del agua. Se completa con otros edificios y pagodas más pequeños pero atractivos en su rojo intenso, todos ellos unidos por una pequeña ruta señalada de inspiración budista que rodea el recinto por la ladera montañosa e invita a los ritos de rigor: fuera, incienso y lavado; oración y peticiones, en el interior. Ideal para los amantes del agua.

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Inari

Inari, en Fushimi, descansa en el distrito al suroeste de la ciudad. Frente a la salida de su pequeña estación de tren, comienza la subida al cercano santuario shinto que trepa por la colina del mismo nombre. Muy remozado, impoluto, con su característico color anaranjado, compone un conjunto de artísticas puertas y templos abiertos dedicados a la deidad sintoísta Inari, protectora de la fertilidad y el éxito, representada aquí por la figura del animal que le servía de consejero: el zorro.

Por amplias escalinatas de piedra se entra a través de varios torii, grandes y vistosos. Luego se continúa colina arriba por una senda forestal con originales tramos-túnel cerrados por cientos de torii más pequeños, lo más llamativo del lugar, que se adentra en el bosque hasta la propia cima del monte sagrado, ramificada en caminos secundarios y plagada de pequeños altares de oración y descanso. Ideal para los amantes del bosque.

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Todai

Todai está situado en el céntrico Parque de la Paz, una extensa masa verde cruzada por el tráfico rodado y donde se encuentran muchos de los monumentos históricos de la ciudad. A la entrada del parque nos recibe una esbelta pagoda de cinco pisos. Un buen trecho después, una monumental puerta da acceso al templo, la construcción en madera más grande del mundo, que encierra la mayor estatua fundida en bronce: el Buda sentado en posición de loto, gigantesco y rodeado de otras esculturas más pequeñas.

Fuera, el gran atractivo del lugar es sintoísta: cientos de ciervos (antes sagrados e intocables, ahora protegido tesoro nacional), representantes de los dioses, campan por sus respetos entre la arboleda y por las calles del parque en busca de la comida que, en exclusiva forma de galleta preparada para tal fin y adquirida allí mismo, les van dando de propia mano los visitantes, a los que se acercan con total familiaridad. Una verdadera delicia y una ocasión única de verlos y acariciarlos en libertad, pero más de uno se lleva un susto: obsesionados por el manjar, a veces embisten, muerden, rasgan bolsas y ropa o dañan algún objeto de valor del confiado viandante. Ideal, en fin, para los amantes de los animales y el toreo.

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