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Por Pablo Capanna
El terremoto de Lisboa de 1755 disparó nuevas ideas sobre la relación entre hombre y naturaleza. La tragedia de Japón tendrá entidad similar.
En la mañana del 1º de noviembre de 1755 un terremoto destruyó la ciudad de Lisboa, y se hizo sentir hasta en el Caribe.
Duró tres minutos, pero media hora después sobrevinieron tres tsunamis con olas de hasta 20 m. que arrasaron lo que quedaba en pie. Hubo unos cien mil muertos. Los incendios duraron una semana e hirieron el corazón del imperio colonial portugués, que nunca volvió a recuperarse.
En Lisboa hubo tantas víctimas como en el terremoto de Haití pero la tragedia de Japón, aun siendo de magnitud similar, tuvo muchas menos gracias a los recursos con que cuenta un país desarrollado. Pero ni Lisboa en el siglo XVIII y ni Haití en 2010 tenían centrales nucleares, lo cual cambia la ecuación.
A las fuerzas plutónicas del subsuelo se suman las energías plutónicas del hombre.
El tsunami de Lisboa tuvo grandes remezones espirituales . Como había ocurrido en el día de los Santos, cuando las iglesias estaban llenas, l os predicadores increpaban a los fieles por haber provocado la ira de Dios . Pero los filósofos tampoco podían explicar el absurdo de una tragedia que parecía ajena a cualquier racionalidad.
Horrorizado, Voltaire escribió un poema contra los sabios como Leibniz y Pope, que enseñaban que males y bienes se compensaban entre sí. Indignado porque en París se bailaba mientras en Lisboa morían niños inocentes, Voltaire denunció la irreductible presencia del mal, en su forma más brutal y física.
Días después, Jean Jacques Rousseau le reprochó por haber diseminado más angustia que consuelo . Apelando a eso que hoy llamamos “ecología”, se preguntó si el hombre no sería el responsable, ya que la naturaleza no ha previsto que levantemos edificios de siete pisos (hoy diríamos setenta o setecientos) apiñados cerca del mar.
Rousseau pensaba que cuanto más compleja es la civilización, más frágil resulta . Una tribu nómada puede sobrevivir a una catástrofe natural, pero una ciudad moderna es muy vulnerable, lo cual vale para Lisboa y mucho más para Japón.
El otro filósofo que se sumó al debate fue Immanuel Kant , quien abogó para que se estudiaran las causas del fenómeno. En esas circunstancias nació la sismología como ciencia.
El tsunami de Lisboa cambió la historia, porque fue el hito de la llamada “crisis de la conciencia europea”.
Abrió paso a la Ilustración de Kant y Voltaire, y también al Romanticismo de Rousseau, las corrientes que configuraron la matriz espiritual de nuestro mundo. A ellas les debemos tanto la tecnociencia como el voluntarismo.
¿Cómo influirán en la cultura los terribles sismos de los últimos tiempos, fuera o no posible prevenirlos? ¿Ayudarán a formar una conciencia global que favorezca la flexibilidad y contenga al gigantismo, o todo seguirá igual? En el mundo actual sobran los que aspiran a ser Voltaire, pero no abunda la gente como Rousseau o Kant. Hablamos mucho del drama, la tragedia o la farsa de la historia, pero como ocurre con las películas, sólo recordamos a los actores.
Prestamos poca atención a los guionistas y ninguna a la naturaleza, que es su escenario . Los cataclismos ambientales vienen a recordarnos la precariedad de la civilización, pero también los costos del progreso.
Fuente: clarin.com