A través de entrevistas a hombres y mujeres que ayudaron a construir las redes sociales, el documental El dilema de las redes reduce la existencia del ser humano contemporáneo al de una rata de laboratorio.
En más de una ocasión es probable que hayamos sentido que las redes sociales y sus notificaciones nos conocen mejor que nosotros mismos. Ellas dan en el clavo cuando nos muestran alguna información sobre personas a las que no deseamos ver. Por la razón que sea, y ya que es menester eliminar toda presencia negativa en nuestras vidas, optamos por aplicar el susodicho ghosting.
En pos de nuestra salud mental y emocional, esta actitud a primera vista lógica y sensata es, según los expertos, uno de los síntomas del narcisismo exacerbado del que somos víctimas. Narciso mirando su reflejo en el río[1], emblema de nuestro tiempo, no es otra cosa que la gasolina para los ataques de angustia y depresiones que nos acosan día a día.
Gracias a la inteligencia de nuestros smartphones, tan útiles para la expansión de nuestro ego, pareciera que fuéramos nosotros los que mandáramos sobre la información que recibimos a diario y, quizá, el caso del ghosting sea una excepción (salvo cuando nosotros somos los 'ghosteados'), pero absolutamente todo lo demás está fuera de nuestro control.
Ok. Que ya sabemos que todo lo que estamos haciendo está siendo observado y medido, que cualquier movimiento en el celular deja nuestras huellas digitales, que los gobiernos y las empresas nos conocen al milímetro, que el sentimiento de vigilancia es imperativo, cotidiano, en nuestras vidas… pero ¿a quién le puede importar todo esto cuando ya no existe la vida privada? Renegar de este callejón sin salida sería como escupir a la lluvia.
ENTONCES, ¿CUÁL ES EL PROBLEMA?
Es la gran pregunta que abre el documental El dilema de las redes. Nadie sabe qué decir porque tienen demasiado por decir. Los entrevistados que aparecen en el documental, hombres y mujeres que han estado moviendo los hilos detrás de las pantallas, están muy preocupados por las consecuencias de sus innovaciones que nos han hecho dependientes tecnológicos: “Solo hay dos industrias que llaman a sus consumidores usuarios: las de drogas y las de software”, dice uno de los rótulos del documental.
Justin Rosenstein, cocreador del “Me gusta”, quiso ignorar que detrás de las buenas intenciones se esconde el diablo:
“Al crear el botón de ‘Me gusta’ toda nuestra motivación era, ¿podemos difundir positividad y amor? La idea de que los adolescentes de hoy se deprimirían por no obtener suficientes likes o que podría llevarnos a la polarización política era inimaginable”
Es significativo que, en este documental ocupado en explorar la manipulación de las redes, cuyo punto de partida es la Data, y las consecuencias o efectos de su uso en el tejido social, tanto a nivel digital como sus implicaciones en el mundo "real", no haya ni una sola cita a Marshall McLuhan, el llamado ‘gurú de los medios de comunicación’.
Sin embargo, hay muchos comentarios que lo recuerdan, ya que él venía diciendo lo mismo hace más de medio siglo, cuando ni siquiera existía la palabra Internet, y todavía faltaban dos décadas para que saliera al mercado la primera computadora casera.
Cuando los entrevistados comienzan a definir cuál es producto que las redes sociales ofrecen a las empresas, dicen que es nuestra atención. Jaron Lanier, escritor e informático, uno de los pioneros en el campo de la realidad virtual, enfatiza que el problema es más complejo:
“Eso es demasiado simplista. El producto es el cambio progresivo, leve e imperceptible de tu comportamiento y percepción. Ese es el producto. Es el único posible. No hay nada más que pueda llamarse el producto. Es lo único con lo que pueden ganar dinero. Cambiando lo que haces, cómo piensas, quién eres. Es un cambio paulatino, leve”
Tristan Harris, ex especialista en ética del diseño de Google:
“La tecnología persuasiva es un diseño intencionalmente extremo para modificar el comportamiento. Queremos que hagan algo, que sigan haciendo esto con el dedo”
Y lo hacen sin accionar la conciencia de los usuarios.
Tristan Harris, ex diseñador ético de Google, ha emprendido una cruzada para advertir sobre cómo las redes sociales están secuestrando nuestras mentes.
MI MUÑECO VUDÚ EN LA ‘SHITSTORM’
Aunque el documental de Netflix, en su hora y media de duración, no llega al fondo del asunto por falta de perspectiva y contexto histórico, sí que consigue, a través de un tejido narrativo que acumula diversas declaraciones, expresar de forma ordenada, coherente y verosímil el “jaque mate” al que ha sido expuesta nuestra civilización:
“En el otro lado de la pantalla es como si tuvieran un muñeco vudú de nosotros. Todo lo que hemos hecho, todos los clics, los videos que vemos, los “Me gusta”, todo eso crea un modelo cada vez más preciso. Cuando tienes el modelo puedes predecir lo que hace esa persona”
¿Y qué es lo que pasa cuando puedes predecir lo que hace una persona? Nos lo explica Shoshana Zuboff, escritora, socióloga y profesora de Harvard:
“Esto es lo que todos los negocios han soñado, tener una garantía que de que si pone un anuncio tendrá éxito. Ese es su negocio. Vender certezas. Para tener éxito en ese negocio, hay que tener buenas predicciones. Las buenas predicciones empiezan con un imperativo. Se necesitan muchos datos. Es un nuevo tipo de mercado que antes no existía. Y es un mercado que se dedica exclusivamente a los futuros humanos. Igual que hay mercados que negocian con cerdo o petróleo. Ahora tenemos mercados que negocian con futuros humanos a gran escala, y esos mercados han producido miles de millones de dólares que han convertido a las empresas de Internet en las más ricas de la historia de la humanidad”
¿Qué hacer entonces? ¿Eliminar nuestras cuentas? Ni hablar. Doy fe que desviar la mirada no es una solución al problema. Sin embargo, los expertos del documental, que también son padres y madres de familia, también nos ofrecen algunos consejos reguladores. Por eso y por otras razones es importante darle una miradita a este documental.
Por mi parte, no olvidemos que ninguna inteligencia artificial, por más inteligente que sea, jamás tendrá acceso a nuestro sagrado mundo interior. Al fin y al cabo, sabemos que hay una ventanita a la que no es necesario hacerle clic ya que siempre está ahí. Supongo que para eso hemos venido al mundo, para ponerlo en práctica todos los días, ya que se trata de un ejercicio de libertad: la elección de la alegría espontánea y gratuita.
“Hemos creado una generación global de personas que crecen en un contexto donde el significado de la comunicación, el verdadero significado de la cultura es la manipulación. El engaño se ha convertido en el centro de todo lo que hacemos”
[1] Es un error bastante común creer que Narciso estaba enamorado de sí mismo. En realidad, lo estaba de ese joven que veía en el reflejo del agua y que jamás se dio por enterado que era él. Es decir, estaba enamorado de un “otro”. Fascinado por esa EXTENSIÓN de sí mismo, cayó presa de un sistema cerrado que entumeció sus percepciones hasta convertirlo en un servomecanismo de su propia imagen extendida o repetida. Esta última imagen, la del autómata de nosotros mismos, de nuestras imágenes, es recreada en una secuencia impresionante del documental de Netflix que recuerda a la película Mátrix. Imposible no sentir escalofríos.
McLuhan dijo al respecto: «Es nuestra cultura narcótica y narcisista lo que nos ha hecho interpretar a Narciso como enamorado de sí mismo» (Comprender los medios de comunicación, 1964).
Vale la pena compartir otras descripciones que encontré en la website CUERPOMENTE:
“No, Narciso no estaba enamorado de sí mismo, sino de lo que hubiese deseado ser. Estaba enamorado, literalmente, de una imagen suya reflejada en un estanque, irreal e inalcanzable. Y murió tratando de ser eso, tratando de ser lo bastante bueno para amar y ser amado. Tratando de estar a la altura de la imagen soñada.”
Además, la autora del artículo explica un concepto que me era desconocido:
“Y, efectivamente, esto también tiene que ver con el poliamor. Porque hay una cosa, según me informa mi querido Miguel Vagalume, que se llama el Síndrome de la Buena Poliamorosa y que va, así a lo bruto, de aguantar, aguantar y aguantar, sin quejarte ni nada, hasta que te ahogas de tanto querer ser lo que no eres pero deseas llegar a ser.”
Que Dios se apiade de nuestra alma.