Tanto la mujer de Torres como la esposa del duque, son iguales ante la toga de Castro
l adorno de Nóos, como así ha sido etiqueta a doña Cristina en los foros internacionales, tendrá que explicar a Castro sus supuestas implicaciones en los negocios de su marido. Sin duda alguna -decía esta mañana, el cartero de mi pueblo- sin el florero en la oficina otro gallo hubiera cantado en la vida del "empalmado". Es precisamente, este argumento extraído de los mentidores de la calle, el que ha servido a Castro para llamar a declarar al ojito derecho de Juan Carlos. La "justicia igual para todos", en palabras del Monarca, ha caído como una jarra de agua fría en sus aposentos internos. Hoy, más que ayer, las grietas de la corona ponen en peligro el contorno de su figura. El perdón de Boutsuana, la cortina de Corinna y la invisibilidad de Urdangarín en la web de la Zarzuela; ya no sirven S.M. para lavar su cara ante el castigo ciudadano.
En días como hoy, la reputación judicial ha ganado el pulso a las presiones de la Corona. El "juez del pueblo" ha considerado, a través de su austero auto, que las balanzas de la verdad no distinguen entre las tribunas de la realeza y los portales de la plebe. Tanto la mujer de Torres como la esposa del duque -tanto monta, monta tanto- son iguales ante la toga de Castro. El testimonio de Cristina, por mucho que le duela a S.M. y a la Fiscalía, es necesario – en palabras de José- para encajar todas las piezas en el puzle del delito. Gracias a la declaración de la Infanta, la monarquía pasará la prueba de su prestigio o caerá, para siempre, en las cloacas del descrédito. Desde los balcones de Palma, el sábado 27 de abril, miles de focos procedentes de todos los rincones del globo, mancharán las portadas de medio mundo y con las vergüenzas de nuestra marca.
La decisión de Castro pone en tela de juicio la configuración de nuestro Estado. La estética y la política – tal y como denunciamos en "el otro Feijóo" – vuelven a poner el dedo en la llaga en el discurso de la Crítica. De cara a la galería – seamos monárquicos o republicanos – nos convertimos en el buque insignia europeo de la corrupción y la pillería. El caso Bárcenas, la foto de Núñez, y Urdangarín; envuelven a los demócratas en un manto de desconfianza crónica y hastío ante las aguas que transportan los ríos de lo público. Son las élites tóxicas del poder, como diría el columnista del Clarín, las que etiquetan a los honestos con el sello de los otros. La imputación de la Infanta, por mucho que quiera ABC reducirlo al círculo de los puntuales – nos imputa a todos los demócratas en las páginas internacionales.
La "justicia igual para todos" ha caído como una jarra de agua fría en los lagos de la Monarquía
Desde la Crítica debemos analizar las luces y sombras de este desaguisado. Entre las luces; gana la independencia judicial ante las presiones de la Monarquía y la "justicia igual para todos", aludida por el monarca. En los claros de la imputación, sale bien parada la "verdad" por el contraste de testimonios. Entre las sombras; la marca España sale perjudicada en su órbita global. Sale tocada, de la decisión judicial, la Corona en beneficio de los gritos republicanos. Y lo más grave de todo, sale mal parada el devenir histórico de la monarquía. Sale perjudicado S.M. por el mal trago que pasará el día D, cuando su "niña bonita" pise las mismas huellas, que meses atrás dejó su marido. Y también, queridos lectores y lectoras, sale perdiendo el nombre de la Caixa. Sale perdiendo, digo, porque a ninguna entidad financiera, con los tiempos que corren, le cae demasiado bien que sus nóminas exista una empleada señalada por la justicia.
Artículos relacionados:
Platos rotos