En la apertura del libro Campo de concentración en el Sava, donde recuerda su tiempo como recluso en Jasenovac, el escritor croata Ilija Jakovljević se advierte a sí mismo: “No puede haber ninguna invención, porque ni siquiera la fantasía de un Poe o un Maupassant sería capaz de llegar a lo que idearon e hicieron personas totalmente comunes”. El sistema de campos de concentración de Jasenovac está asociado a las mayores atrocidades cometidas en Yugoslavia durante la Segunda Guerra Mundial. Los perpetradores, ultranacionalistas croatas llamados ustachas, exterminaron a entre 80.000 y 100.000 serbios, judíos, gitanos y croatas disidentes del régimen que habían fundado.
Tras la liberación de Yugoslavia por los partisanos de Tito, las autoridades socialistas intentaron diluir el componente étnico de las matanzas, pero su memoria, resurgida en los años ochenta, se convirtió en un elemento movilizador del nacionalismo serbio. Cuando Croacia se independizó de Yugoslavia, su presidente, Franjo Tuđman, concibió la idea de transformar Jasenovac en un “monumento a la reconciliación entre croatas” inspirándose en el Valle de los Caídos, donde, por orden del dictador Francisco Franco, se encuentran enterrados combatientes de los dos bandos de la Guerra Civil española. La ruptura de Yugoslavia ha hecho que una parte de los antiguos campos de concentración quede en territorio croata y otra en Bosnia-Herzegovina, pero esta división no es solo geográfica: incluso en las conmemoraciones oficiales, Jasenovac sigue generando posturas irreconciliables.
Los ustachas llegan al poder: de las primeras masacres a Jasenovac
Como parte de su expansión por Europa en la Segunda Guerra Mundial, las potencias del Eje ocuparon Yugoslavia en abril de 1941. En el reparto territorial del país, impulsaron la creación del Estado Independiente de Croacia, que abarcaba buena parte de las actuales Croacia, Bosnia-Herzegovina y el noroeste de Serbia. Para gobernar este país títere, colocaron en el poder a los ustachas, extremistas según quienes los croatas eran una raza aria que tenía el derecho inalienable de vivir en un Estado-nación propio.
La viabilidad del proyecto ustacha chocaba con un obstáculo: los croatas apenas superaban la mitad del censo. Además de judíos y gitanos —también en el punto de mira de sus patrones nazis—, los ustachas veían como principal amenaza para el nuevo Estado al 30% de habitantes serbios. Por eso, al poco de constituirse la Croacia independiente pusieron en marcha una cruda política de “purificación”.
Los campos del Holocausto
En todo el Estado Independiente de Croacia, los ustachas perpetraron masacres atroces contra la población serbia, cuyos cadáveres arrojaban a las fosas naturales de la roca cárstica. También crearon un sistema de concentración que incluía el campo de exterminio de Jadovno, el primero de Europa, más de medio año antes de que los nazis formaran el de Chelmno en Polonia. Cuando en agosto de 1941 la Italia fascista tomó el control de Jadovno para combatir a la guerrilla partisana de Tito, sus guardias y los presos supervivientes fueron desplazados a la localidad de Jasenovac.
Situada en una zona pantanosa a orillas del río Sava, que marca la linde entre Croacia y Bosnia, Jasenovac estaba rodeada de cursos de agua y humedales que dificultaban tanto la fuga de los reclusos como una hipotética liberación partisana. Allí la autoridad ustacha, Vjekoslav Maks Luburić, levantó un complejo inspirado en el lager nazi de Sachsenhausen-Oranienburg, cerca de Berlín: el trabajo forzoso de los cautivos servía para abastecer los campos y, cuando superaban la capacidad de alojamiento, el excedente era liquidado.
La vida en Jasenovac: trabajo esclavo y ejecuciones
Los deportados a Jasenovac solían llegar en tren, hacinados en los vagones y exhaustos por el hambre, la sed y la falta de oxígeno. Cerca de la entrada, sus convoyes pasaban junto a un tronco en el que un recluso, profesor de filología románica y buen conocedor de la Divina comedia, había garabateado con carbón la advertencia que Dante sitúa en la puerta del Infierno: “Perded toda esperanza los que entráis”. Nada más apearse, los ustachas les recibían a culatazos y estocadas de bayoneta, mientras les colocaban en fila para despojarles de sus objetos de valor.
Los considerados aptos para trabajar eran repartidos por los diversos campos y su labor esclava cubría las necesidades del complejo. Primero tuvieron que fortificar las defensas con vallas de alambre y muros, además de levantar un dique para contener las crecidas del Sava. Luego se formaron grupos de trabajo especializados: el primero fraguaba cadenas, un segundo talaba árboles, el tercero cocía ladrillos, otro criaba ganado… Uno de los grupos más numerosos vivía apartado del resto y tenía carácter extraoficial, porque su función era enterrar a las víctimas de las masacres.
Un recluso de Jasenovac es despojado de sus pertenencias por los guardias nada más entrar en el campo. Fuente: Holocaust Research ProjectEl grueso de deportados a Jasenovac nunca volvió. Muchos sucumbieron al hambre, el agotamiento y las epidemias, pero el mayor riesgo provenía de las ejecuciones ustachas. Para liquidarles, los guardias les solían transportar de la orilla croata del Sava a la bosnia, donde les esperaban sus verdugos. Cumpliendo las órdenes de ahorrar munición, les asesinaban de un mazazo en la cabeza o degollándoles con el llamado “cortaserbios”, un mitón de cuero provisto de una hoja afilada para sajar el cuello de las víctimas.
Su otro lugar de ejecución predilecto era un muelle fluvial que, hasta entonces, se había utilizado para cargar y descargar mercancías. A medida que llegaban los reclusos, desnudos e inmovilizados de manos con alambre, los ustachas les ataban pesos de hierro y, tras reventarles el cráneo o abrirles el tronco en canal, empujaban los cuerpos al río. Según los cálculos más rigurosos, los campos de Jasenovac se cobraron la vida de entre 80.000 y 100.00 personas: serbios, judíos, gitanos y croatas opuestos al régimen.
“Como un panal cubierto de abejas”: abandono y memoria
La derrota de las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial arrastró al Estado Independiente de Croacia. Con el avance partisano hacia Jasenovac, los ustachas recibieron órdenes de abandonar los campos, no sin antes liquidar a la práctica totalidad de los internos que quedaban y destruir los edificios del complejo. Las nuevas autoridades destacaron a un grupo de prisioneros alemanes para desmontar la planta hidroeléctrica y el resto de tecnología, además de conceder a los civiles que habían vuelto a Jasenovac permiso para usar las ruinas en la reconstrucción de sus hogares.
Desmanteladas las instalaciones, el escenario del horror recobró su quietud prebélica de paisaje ribereño. Sin embargo, además de los pescadores del Sava y las aves de humedal, a Jasenovac empezaron a acudir los familiares de las víctimas, quienes rastreaban por descampados, matorrales y orillas fangosas cualquier pista que pudiese llevarles hasta sus seres queridos. Poco a poco se organizaron en asociaciones que celebraban un homenaje anual a los muertos y exigían a las autoridades hacer memoria de lo ocurrido.
Memorial en homenaje a los muertos de Jasenovac, obra del escultor y arquitecto Bogdan Bogdanović. Fuente: WikiWandLa jerarquía comunista encargó la construcción de un monumento en Jasenovac al prestigioso arquitecto Bogdan Bogdanović, autor de varias obras conmemorativas de la Segunda Guerra Mundial. Para el proceso creativo, Bogdanović renunció a inspirarse en lo que llamaba “evocaciones físicas de la maldad” —cuchillos, huesos o calaveras— y diseñó una enorme flor de loto como afirmación de la vida: sobre la explanada que había acogido el mayor de los campos, se elevaba con las raíces clavadas en el submundo, donde reposan los muertos, pero también con los pétalos erguidos hacia el cielo en busca de luz y libertad.
Durante la inauguración de esta “planta cósmica” en 1966, los familiares de las víctimas, impacientes porque los discursos oficiales se alargaban, rompieron el cordón de seguridad y arrancaron a correr hacia la flor entre gritos y sollozos. Dado que la mayoría eran campesinas serbias con vestido y pañuelo de luto, al llegar a la escultura formaron una imagen que a Bogdanović le pareció propia del Apocalipsis: “El monumento se ennegreció casi por completo, como un panal cubierto de abejas”.
Un recuerdo incómodo: guerra de cifras y movilización serbia
Las autoridades habían tardado casi veinte años en memorializar el sufrimiento en los campos porque su recuerdo incomodaba al régimen socialista. Su mito fundacional, la lucha codo con codo de los pueblos de Yugoslavia para liberar al país del ocupante extranjero, hacía aguas en Jasenovac, donde, sin mediar presiones alemanas, los extremistas croatas habían masacrado a sus conciudadanos por motivos étnicos. Por eso la retórica oficial veló este aspecto identitario bajo nebulosas alusiones a las “víctimas del fascismo” y Tito jamás visitó el memorial de Bogdanović.
Pese a los esfuerzos de las autoridades, al poco de inaugurarse la flor de loto estalló una polémica entre historiadores serbios y croatas a cuenta del número de víctimas. Buscando realzar la lucha partisana, el discurso oficial había hinchado la mortalidad en Jasenovac hasta las 700.000 personas, casi diez veces la que se había producido. El detractor más acérrimo de esta exageración era el croata Franjo Tuđman, antiguo partisano, general del Ejército yugoslavo e historiador en ciernes. Por minimizar la cifra de muertos en Jasenovac, Tuđman fue expulsado del partido comunista.
La Yugoslavia de Josip Broz Tito
Con la muerte de Tito en 1980, los cimientos del yugoslavismo empezaron a resquebrajarse. Para consagrar la reconstrucción del templo local de Jasenovac, destruido por los ustachas, la Iglesia ortodoxa serbia convocó en 1984 a más de 20.000 fieles, en un acto monoétnico impensable en vida del mariscal. En los sermones, los muertos ya no eran “víctimas del fascismo”, sino serbios asesinados por croatas.
Roto el tabú de la motivación nacional de los crímenes, Jasenovac se convirtió en un centro de peregrinación serbia, al tiempo que proliferaban las publicaciones sobre las atrocidades ustachas. Los círculos políticos e intelectuales serbios inflaron todavía más la cifra de víctimas hasta rebasar los dos millones, según las estimaciones más hiperbólicas. De nuevo, su principal opositor era Franjo Tuđman, quien publicó un libro con teorías minimizadoras en las que el número de asesinados no superaba los 40.000. Tuđman denunciaba el “mito de Jasenovac” como instrumento del hegemonismo serbio para atribuir una culpa colectiva a los croatas y estigmatizarles como “pueblo genocida”.
De factor en la guerra de independencia a Valle de los Caídos croata
La propaganda de los medios durante los años ochenta alarmó a los serbios de Croacia, al convencerles de que podían volver a ser masacrados como en la Segunda Guerra Mundial. Sus temores se agravaron con las primeras elecciones democráticas a la presidencia, celebradas en 1992, en las que se impuso Franjo Tuđman, quien seguía minimizando Jasenovac. Tuđman pretendía reconciliar a los croatas más allá de su ideología, un propósito que abarcaba a los nostálgicos del ustachismo: la financiación de su partido corría a cargo de la diáspora nacionalista y numerosos exiliados volvieron a la patria. Además, la nueva bandera croata estaba presidida por un damero rojiblanco, emblema que la minoría serbia asociaba a los ustachas, y se recuperó la moneda de la antigua Croacia independiente.
Según Tuđman, el régimen ustacha no había sido más que una manifestación extraviada del anhelo croata de tener un Estado propio, un “sueño milenario” que se cumpliría gracias a su proyecto de reconciliación nacional. Los serbios, que veían en esta idea el preludio de un nuevo Jasenovac, se levantaron en armas contra el Gobierno de Zagreb. Cuando Tuđman proclamó la independencia de Croacia en 1991, estalló una guerra durante la que los rebeldes serbios crearon un para-Estado: la República Serbia de la Krajina. Sus tropas conquistaron Jasenovac, de importancia simbólica porque, según los cabecillas, lo ocurrido allí demostraba que serbios y croatas no podían vivir juntos.
Slobodan Praljak, de criminal de guerra croata a meme de internet
Después de que el ejército de Croacia recuperase el memorial, Tuđman desempolvó una vieja ocurrencia para redefinirlo. Inspirándose en el Valle de los Caídos del dictador español Francisco Franco, transformaría el complejo en un monumento a la reconciliación entre croatas donde enterrar a los muertos por los totalitarismos fascista y comunista. La consecuencia era que los ustachas iban a compartir sepultura con sus víctimas, y su caudillo, Ante Pavelić, se juntaría con Tito en un panteón de croatas ilustres. Para los serbios, que habían partido en masa con el hundimiento de la República Serbia de la Krajina, no quedaba espacio alguno. Con todo, Tuđman optó por desechar su proyecto ante la oleada de protestas de organizaciones antifascistas, la comunidad judía de Croacia e incluso el vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore.
Una memoria dividida: revisionismo croata y uso político serbio
El revisionismo impulsado por Tuđman respecto a Jasenovac ha permeado buena parte de la sociedad croata. La minimización del número de víctimas —una comisión parlamentaria formada en 1991 lo situó en apenas 2.238— se ha ido combinando con nuevas estrategias: reducir Jasenovac a mero “campo de trabajo” donde había malos tratos, pero no se cometió ningún genocidio; relativizar al compararlo con las masacres organizadas por los partisanos tras su victoria, o acusar al régimen socialista de aprovechar las instalaciones para liquidar a elementos indeseados.
El grueso de la élite política croata reconoce el exterminio de los judíos como parte del Holocausto, pero defiende sin pruebas que los ustachas lo perpetraron a instancias de los nazis. Mientras, el genocidio de los serbios se ha convertido en tema tabú. Incluso el presidente Zoran Milanović, que se acoge al legado antifascista y denuncia la rehabilitación de los ustachas, lo ha rebajado a venganza contra un levantamiento partisano en la zona: “Eran enemigos y ya se sabe cómo se actúa con el enemigo en la guerra”.
El holocausto gitano en Yugoslavia: un genocidio olvidado
Para el nacionalismo serbio, Jasenovac todavía es un símbolo de martirio colectivo e instrumento de movilización: el genocidio contra los serbios —judíos, gitanos y croatas disidentes han quedado como meros comparsas— sirve a las élites para proyectar una amenaza sobre la nación que la obligaría a mantenerse cohesionada. A principios de este año, por ejemplo, se estrenó la película Dara de Jasenovac, impulsada por el presidente de Serbia, Aleksandar Vučić, y financiada por los organismos oficiales, para afianzar el horror de los campos en la conciencia nacional.
En la vecina Bosnia, Jasenovac es usado como justificación por las autoridades de la República Srpska, para-Estado serbio durante la guerra y hoy una de las dos entidades que conforman el país. Su discurso presenta la creación de la República Srpska —cuya población no serbia fue asesinada o expulsada— como necesaria para evitar que croatas y bosniacos perpetrasen un nuevo Jasenovac. Además, Jasenovac se invoca para negar el genocidio que las milicias serbobosnias cometieron en 1995 en Srebrenica, con el argumento de que un pueblo que había sido víctima de un genocidio medio siglo antes era incapaz de cometer otro.
Jasenovac hoy: conmemoraciones separadas
Las divisiones que genera el recuerdo de Jasenovac, dentro de Croacia y entre croatas y serbios, se puede observan en la conmemoración de los campos. Disuelta Yugoslavia, la mayor parte del antiguo complejo ha quedado en territorio de Croacia y cada 22 de abril se organiza una ceremonia oficial. Durante el mandato como presidenta de la nacionalista Kolinda Grabar-Kitarović, la rehabilitación de los ustachas hizo que las asociaciones de serbios, judíos y veteranos antifascistas boicoteasen durante años el acto gubernamental y organizasen ceremonias por su cuenta. Solo tras la llegada al poder de Zoran Milanović en 2020 se ha vuelto a organizar una conmemoración común.
Donja Gradina, el lugar principal de las ejecuciones, ha quedado en territorio de la República Srpska. Allí los actos cuentan con la asistencia tanto del presidente de Serbia, Aleksandar Vučić, como del líder serbobosnio, Milorad Dodik, y se centran en recordar el martirio del pueblo serbio. En sus discursos, los mandatarios insisten en la unidad nacional como forma de prevenir un nuevo Jasenovac.
Memorial de Donja Gradina, en Bosnia-Herzegovina, donde se mantiene la cifra de 700.000 muertos en Jasenovac de la propaganda oficial comunista. Fuente: Mapio.netLa carretera hacia la parte bosnia de Jasenovac discurre en paralelo al Sava, del que la separan extensiones de pastos sin cultivar e hileras de chopos crecidos en la orilla. El paisaje de Donja Gradina conserva una apariencia plácida, la de una vasta explanada entre bosques donde pían las aves de humedal. Sobre la hierba se advierten pequeñas placas que recuerdan las instalaciones del campo, señaladas por Bogdanović mediante pequeños túmulos u oquedades que se abren en el suelo.
Tras cruzar el puente que franquea el Sava, con las fronteras de Bosnia y Croacia en sendos extremos, aparecen el pueblo de Jasenovac y, nada más salir de él, el memorial. Uno de los convoyes que transportaba a los internos ha sido restaurado para su exposición y las traviesas sobre las que circulaba forman una pasarela que conduce a la flor de Bogdanović. Ajeno a las disputas por la memoria de Jasenovac, el enorme nenúfar continúa en pie sobre el llano, intentando unir cielo e infierno y levantar una nueva vida a partir de la muerte. Como el loto en el que se inspira, crece de las aguas turbias hacia la luz y, aunque flote en el barro, no se mancha.
Jasenovac: un Auschwitz con mazos y cuchillos en los Balcanes fue publicado en El Orden Mundial - EOM.