Revista Cultura y Ocio

Javier B

Por Hun_shu

Creo que nunca he hablado en este blog de Javier B.

Coincidimos a finales del 99 en la escuela de cine Metrópolis, cuando estaba en la Gran Vía. Entonces había solo un par de escuelas privadas y la ECAM, donde me quedé en la orilla para poder entrar. En Metrópolis descubrí que estaba no solo en la más barata sino en la más divertida. Nos juntamos una pandilla de personajes muy peculiar, como comprobamos en el primer ejercicio para clase que presentamos: un diaporama donde teníamos que contar una historia a través de un número limitado de diapositivas que proyectábamos con audios que sincronizábamos como buenamente podíamos. La historia de Javier fue, con diferencia, la que más nos gustó. 

Yo acababa de terminar Periodismo y Javier no tenía ninguna experiencia en el mundo del video o el cine. Lo suyo era la música. Nuestra primera conversación giró en torno a mi carpeta, forrada con fotos de Tom Waits y, a partir de ahí, saltamos a Bukowski, a Cassavettes y al indie musical y cinematográfico de los noventa. Conectamos enseguida, como si ya nos conociéramos de antes, como hermanos de otra vida caídos del cielo. No creo mucho en el destino, el poder del universo y esas cosas, pero he comprobado que hay gente por ahí esperando ese momento, lugar y razón (tal vez escrito en alguna parte que desconozco) para conectarse contigo. Como neuronas náufragas en un océano de tiempo, como figuras en un puzzle que se reconocen sin entender muy bien la razón. Sabía que seríamos amigos y apenas nos conocíamos desde hacía unas semanas. Los japoneses describen esta amistad como shinjuu. Algo más que un amigo, alguien en quien poder confiar y empatizar completamente. Javier B.


Javier B

Cuanto más hablaba con él, con ese tono entre irónico y humorístico que tenía a sus veinte, su sensibilidad e inteligencia y sus excelentes gustos musicales, más me atraía su mundo, algo alejado del frikismo que teníamos la pandilla de Metrópolis que ya quedábamos fuera de clase para ver películas, charlar o dar vueltas por la Gran Vía, todavía repleta de recreativos, cines y trileros. Alto, de complexión fuerte, vestía ropa tipo Mercado de Fuencarral que le compraba su novia, una artista que ya había hecho alguna exposición en la capital. Algunas veces iba a casa de sus padres y, en su cuarto, hablábamos de películas, compartíamos anécdotas, le hacía retratos con mi Pentax o improvisábamos canciones, él a la guitarra y yo aportando algunos poemas. Tenía una banda que se llamaba Plato y sonaban parecidos a Mogwai y Radiohead. Recuerdo un memorable concierto que hicieron en la Maravillas, teloneando a Sr. Chinarro. La energía de ese directo empequeñeció al protagonista, como comprobé por los comentarios de los asistentes a la salida. Tenían un par de EPs, pergeñados en la calle Saturno, donde tenían su cuartel general, que lo mismo servía para ensayar como para grabar secuencias de un largometraje que tituló "Pitis", donde varias personas contaban a cámara experiencias (guionizadas) relacionadas con el mundo del tabaco.

Los guiones de Javi eran muy divertidos y tenían ese punto de humor, costumbrismo indie y genialidad que podrían atraer a un publico más grande de lo que aparentaba. Me parecía un Richard Linklater a la española. Pero la música siempre estaba ahí. Con Plato, con sus proyectos de electrónica (Yuri 7), con las bandas sonoras de nuestros primeros cortometrajes, musicalizando mis poemas o los suyos propios (escribió un recopilatorio llamado "Las trampas de Falopio", minimalista y sincero, que podéis leer aquí) y experimentando, siempre experimentando con su sampler MPC2000, emulando a DJ Shadow, o con su secuenciador MC-303. Yo estaba fascinado con este aparato por todo los sonidos que podía hacer. Un par de años después se lo compré para poder experimentar e intentar hacer algo de música, después de mi periplo inglés. 

Precisamente a mi vuelta, a finales de 2003, lo primero que hice al llegar a Madrid fue llamarle. Tenía tantas cosas que contarle. Sus palabras siempre me reconfortaban, sabía que entendería mis aventuras, mis idas y venidas por ciudades, amores y proyectos audiovisuales. Siempre como compañeros de viaje, aún en la distancia. Cuando hablé con Javier recuerdo sus palabras, «ha pasado lo peor de todo». Pensé que me diría que tenía una enfermedad terminal, pero no. Su novia le había dejado. Quedé con él al día siguiente y,en una cervecería cerca de su nueva casa, en frente del Palacio de los Deportes, me comentó, con bastante serenidad pero con evidente preocupación, que estaba paralizado y deprimido. A pesar de ello, tenía recursos para salir adelante. Veía a un psicólogo que le estaba ayudando, tenía amigas y conocidas que querían darle todas las oportunidades del mundo, contaba con la comprensión de sus amigos, el apoyo de una familia que le iba a pagar un curso de cine en Los Ángeles. «Lo tengo todo a mi alcance pero no me motiva nada», me decía. Su vida estaba conectada a un amor en fuga y se quedó sin luz. 

Javier B

Quedé con él un par de veces más y dijimos de ir juntos a ver la última película de Bertolucci, "Soñadores", en los Alphaville. Un día, a la hora de comer, me llamó por teléfono pero le dije que no podía atenderle ya que tenía que preparar la comida porque mi padre acababa de llegar del trabajo y se tenía que marchar de nuevo. Esa tarde no pude devolverle la llamada. Dos días después le llamé varias veces para concretar la hora y el cine para ver "Soñadores" pero no contestaba el móvil. Al día siguiente lo intenté de nuevo y ya tenía el teléfono apagado. No me hizo falta entender nada más. Poco después llamé a su casa y sentí cómo un cuchillo de hielo atravesaba mi alma cuando su padre me dio la noticia que ya intuía. 

Han pasado más veinte años y todavía pienso en él como si estuviera vivo. Sintiendo su apoyo y complicidad. Y su inigualable sentido del humor. Decía el personaje de Clint Eastwood en "Sin perdón" que cuando matas a alguien no sólo le quitas todo lo que tiene, sino también lo que podría llegar a tener. Durante un tiempo aparecía como episódico en alguno de mis sueños y era tan real la sensación que me asustaba cuando despertaba. Quién sabe hasta dónde podía haber llegado con todo el talento que tenía y el cariño de tanta gente que le quería. A veces me decía que no se imaginaba viviendo con más de 35 años. Según él ya todo sería decadente a esa edad, quizás por lo que veía de otras parejas que se habían quedado sin ilusiones. Igual en su percepción había algo irreal, distorsionado, imposible de comprobar hasta que no caminas por esos terrenos pantanosos de la madurez. Igual todo  es un sin sentido que, en la oscuridad, nos deja pocas alternativas. 

Pero la realidad es demasiado complicada, curiosa y sorprendente, y la paz no siempre está disponible cuando se la necesita en esta Tierra. Pero hay algo que todavía nos empuja a seguir caminando y, si miro hacia atrás, puede que todo haya merecido la pena. Y tal vez me hubiera gustado mucho compartir cosas que me han pasado o que he descubierto con mi shinjuu. Al ver las fotos en 35mm en las que sale Javier B, en esa juventud detenida, dialogo con él desde este punto del camino y le dedico los versos de la canción de Surfin' Bichos: "Quiero que vengas conmigo/Los dos amamos lo desconocido".


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