Revista Cultura y Ocio
Por la noche, cuando uno pasea por las calles de París, le sorprende un haz de luz que recorre el cielo cada poco tiempo. Se me vienen a la mente los faros que tantas veces he visto en las costas españolas, que me recuerdan siempre que multitud de barcos pesqueros surcan las aguas cada día buscando ganarse la vida, profesión a la que me siento muy unido por herencia lejana. Desde lo alto de la Torre Eiffel, varias lámparas proyectan dos haces de luz que son visibles a 80 kilómetros si la noche está despejada. Aquí no hay más barcos que los que surcan el Sena, así que somos las personas las que nos convertimos en los guiados y protegidos. Cuando los edificios que nos rodean lo permiten y asoma por encima de ellos, contemplamos también las más de veinte mil luces que la iluminan de arriba abajo. Cada hora en punto, cuando parpadea durante unos minutos es inevitable no quedarse embobado con el resultado, que tiene la apariencia de unos fuegos artificiales dispuestos a lo largo de su estructura.
Javier Das en Todas las ciudades y París (2015).