Se ha descubierto que Javier Marías no escribe sus novelas, para disgusto de los escasísimos pero fervientes visitantes de su blog y los lectores de sus absurdas novelas. Ese blog, verdadero, modelo para la beatificación de los santos modernos de la Santa Madre Iglesia Católica, está equivocadísimo respecto a la autoría de las milagrosas novelas del portento madrileño. Marías no escribe nada porque no sabe escribir más que palotes, ignora la conexión entre el sujeto y el predicado y desconoce la utilidad de diccionarios y gramáticas. Pero entonces, se preguntarán ustedes, ¿quién escribe los famosos relatos deshilvanados de desayunos y eyaculaciones del susodicho señor?
Nadie humano, respondemos nosotros, que, después de arduas investigaciones en casa de Marías, de horas y horas de escuchas ilegales ante la grabadora, hemos descubierto que el individuo Marías Franco no escribe nada que merezca llamarse novela ni relato ni tocho de ninguna especie.
Resulta que sus editores, hartos de esperar su primer engendro narrativo, hace ya muchos años, resolvieron someter el problema a aquel famoso ordenador de Odisea 2001 que contestada a todo tipo de preguntas, lógicas o no. El formidable aparato bautizado como Hal 9000 contestó al cabo de 77 horas seguidas de deliberaciones internas, cuando ya los circuitos hervían y las válvulas comenzaban a fundirse: “No hay solución, porque nadie puede escribir exactamente igual que un idiota tan perfecto”. E hizo una pausa de varios minutos antes de continuar con voz cansina: “Ahora bien, si tanto les interesa, en el año 1986 la NASA producirá un brazo inteligente robotizado que podrá suplir esa carencia. Esperen hasta entonces”. Y con un chasquido, la máquina se suicidó fatalmente.
Los animosos dueños de Alfaguara, que ya habían invertido una fortuna en viajes a Lourdes con el nene, vieron el cielo abierto. Sólo había que dar largas a los lectores durante unos añitos hablando vagamente de unas eternas trilogías y cuatrilogías, confiar en que la técnica evolucionara lo suficiente y adquirir el carísimo artefacto en la feria científica de chatarra cibernética de Houston, Texas. Y así lo hicieron. Entretanto, Marías no hizo ningún progreso, ni lo ha hecho después, pero la editorial ha adquirido un ordenador potentísimo camuflado como una máquina de escribir de aquellos años, lo ha conectado al brazo y ha encargado la fabricación de un muñeco articulado de látex actualizado con el aspecto que Marías debería tener año tras año según una precisa simulación. Imaginamos que por eso han desaparecido, y no por una llamada del avieso Aznar, los guiñoles de la televisión, porque los marionetistas y los maquilladores de aquellos muñecos tienen un contrato en exclusiva con Alfaguara para mantener la ilusión de los infantiles lectores mariescos. De ahí también que sólo un puñado de críticos y periodistas de confianza tengan acceso al famosísimo personaje, que se nos presenta como antisocial e irritable precisamente para no despertar sospechas. Por último, como es lógico, el Marías artificial se muestra arcaico y descontentadizo: le repele la tecnología –él mismo es sólo un amasijo de cables y luces– y alberga extrañas ideas sobre el sexo –que desconoce, naturalmente- y acerca la sociedad, puesto que carece de impulsos humanos y nada tiene de ser social.
Las conversaciones que hemos grabado han aclarado el resto del misterio, digno de una película de David Lynch. Marías, como tal persona, ya no existe hace años; se dice que desapareció fungiendo como extra de Regreso al futuro, la película favorita de Mariano Rajoy, o de Rainman, lo que parece más probable. Tampoco existe su personalidad, que la tecnología de entonces no pudo clonar, porque su ADN se perdió en un plató de la United Artists en Hollywood. De nada hubiera servido conservarlo, de todos modos. Sólo el espíritu de Hal y su legendario malhumor perviven dentro de la falsa máquina de escribir.
Hay que decir que sus editores se ilusionaron con revivirlo cuando vieron un film de ciencia ficción de 1999 titulado Cómo ser John Malkovich e incluso fantasearon con una novela y una secuela cinematográfica que se llamara Cómo ser Javier Marías, pero la familia del desaparecido autor y la de los Querejeta se opusieron, unos porque adivinaron que habría mucha ironía en el proyecto y los otros por pensar que el hipotético Supermarías renacería de sus cenizas y los fulminaría con un nuevo proceso legal. Tampoco sabía nadie, a esas alturas, cómo iba a ser aquel Marías, y menos aún qué les sucedería a los que se deslizaran dentro de él, como en la película original de Spike Jonze y Malkovich. Finalmente, se temió por la salud mental de los desdichados actores, cuyos seguros de vida podrían ser carísimos en caso de una parálisis cerebral aguda y un coma irreversible. Y los psicólogos avisaron de que un Metamarías fílmico podría ser tan agresivo y antisocial que sólo serviría para protagonizar películas de catástrofes y monstruos al estilo de las viejas cintas de Godzilla, nacidas precisamente en Japón por los mismos años del verdadero Marías.
En suma, la idea se descartó y las eminencias grises de Alfaguara se entregaron a lo que llamaron el Plan Marías o Plan M. Se preparó un costoso set, se contrató a actores y figurantes, decoradores e iluminadores. Necesitaron comprar el edificio donde viviría el escritor ficticio para mantener el secreto. Al comienzo, el brazo no escribía nada por sí mismo y fue preciso estimularlo con muchísima información. Hubo errores y sabotajes: los técnicos se pusieron en huelga, falló la luz y el resultado fue una trilogía completamente absurda. Pero la suerte vino en auxilio de nuestros esforzados amigos y la crítica mundial, con un pequeño empujoncito de Alfaguara y algunas cantidades entregadas aquí y allá, felicitó a Marías por su genial hallazgo. Se hablaba de un nuevo modo de escribir novelas y de un autor demiurgo, lucidísimo, cuasidivino.
En ese punto los editores se preguntaron si realmente valía la pena mejorar el aparato, que a esas alturas empezaba a fallar, o seguir con el mismo camelo. Se contrató entonces a una brigada de críticos –los mismos que hoy lo festejan tanto– que se dedicaron a estudiar su obra. Algunos, es verdad, sufrieron graves secuelas, con síntomas de desorientación, asocialidad y alienación similares a las de los veteranos de la guerra de Vietnam. Pero los más resistentes sobrevivieron y descubrieron las claves de su escritura: el inexistente autor no tenía estilo –y quizás de ahí su éxito sin precedentes en la posmodernidad–, no hablaba de nada y no contaba nada; tampoco había personajes ni trama ni nada de nada. El equipo de estudiosos incluso bromeó con bautizarse como Equipo NADA y solicitar una subvención oficial del Ministerio de Ciencia y Tecnología, ayuda con la que después se ha financiado un congreso científico en Edimburgo. Ese grupo de valientes merecería más reconocimiento, pero, según nuestras informaciones, se les ha obligado a mantener un secretismo absoluto.
El caso es que el proyecto NADA, o CIBERMARÍAS, ha continuado hasta muy recientemente. Las alarmas han saltado después de nuestras repetidas denuncias en esta revista. De hecho, nos consta que en los últimos tiempos la máquina, algo humanizada ya, no reacciona más que ante la proximidad de las páginas de esta revista o si se pronuncia el apellido real del Bloguero R. cerca de ella. En esos casos, se oye un suave borboteo primero y después empiezan los chispazos hasta que los técnicos se ven obligados a desconectarla de la red eléctrica. Sin embargo, durante un rato, el fantasmal brazo sigue pulsando teclas hasta pararse después de un renglón o dos. Un grupo de psicólogos electrónicos incluso han sugerido que Hal Marías ha desarrollado una especie de personalidad propia siempre por oposición a lo que sea y nunca por empatía, un rasgo visible en sus artículos periodísticos. Quizás debido a esa carencia haya escrito Los enamoramientos, un confuso tostón de fabricación casera –cito las palabras de Reig– en el que la compleja máquina indaga sobre afectos y sentimientos que naturalmente desconoce. También habrá que atribuirle a Mari-Hal entonces las inconsistencias de esa pésima novela y sus reiteraciones, que han llevado a la ataraxia a varios lectores contumaces de Marías.
Como triste corolario a esta misteriosa historia, habrá que añadir que, como Hal 9000, el verdadero padre intelectual del Proyecto M., nuestro viejo artefacto puede estar cerca de su fin. Y los amantes del cine de Kubrick ya sabemos cuál es ese final: el nuevo Hal escribirá novelas delirantes, repetirá sin parar frases como “No por mucho madrugar amanece más temprano”, tecleará palabras anagramáticas como REDRUM por MURDER y puede que haga daño a alguien o a sí mismo. De hecho, el 9000 mataba a los astronautas fingiendo accidentes y fallos del sistema; Marías acaba con los lectores más aguerridos, los desnoveliza, deshumaniza y anula por completo. Los enamoramientos es buena muestra de ello: fatalmente, nadie que la lea podrá jamás enamorarse más que de Marías y de su escritura asintáctica. Se les borran de la cabeza los recuerdos y sólo piensan en secuencias de palabras desordenadas. Pero lo peor vendrá con la próxima novela, que será si cabe peor que las anteriores. La Fiera ha establecido un patrón informático de la conducta de Marías y ha deducido que se titulará Los odiamientos y aparecerá en la simbólica y cabalística fecha de 2013. En ella los protagonistas no se dedicarán a desayunar aburrida pero inofensivamente, o a recibir burdas puñaladas para dar lugar a tontas meditaciones del autor, sino que serán cyborgs asesinos que acabarán con la humanidad, según la profecía contenida en 2001 Odisea del espacio. Que Dios nos proteja.
Adamus Calpe