Año: 1994
Editorial: Anagrama / Alfaguara (2010)
Género: Novela
Valoración: Mejor no
Hoy le toca el turno a una de esas (pocas) lecturas que hago al año por el simple placer de leer, en uno de esos raros momentos en los que puedo abstraerme de las obligaciones y dedicarme en cuerpo y alma a un libro recomendado, pero elegido por mí. Pero los buenos hados no lo son todo, amigos; Mañana en la batalla piensa en mí es el mejor ejemplo de ello.
Durante una cena romántica, un hombre se ve en la tesitura de asistir a la repentina muerte de la que estaba siendo su cita, Marta, una mujer casada. El protagonista logra escapar de la situación borrando sus huellas como si él fuera el asesino, pero la curiosidad por descifrar los enigmas de semejante situación le hacen volver al lugar del “crimen”.
Debo reconocer que la valoración que le he terminado poniendo a este libro, después de mucho pensarlo, no es la más justa, es cierto. Pero es que en Libros Prohibidos no tenemos ninguna valoración que refleje las sensaciones que he experimentado al leer Mañana en la batalla piensa en mí; esa mezcla de deleite y aversión, ese amor y odio que me confundía, esperanzaba, engatusaba y luego cabreaba, y no siempre por ese orden, mientras leía. Tampoco creo que exista fuera de esta web una valoración que sirva para definir esto, a no ser que yo ahora dé rienda suelta a mi enojo (pues es el sentimiento predominante, después de todo) y cree de un plumazo la categoría WTF, que es donde este libro pertenece.
Vayamos por partes. Hace algo más de un año tuve mi primer contacto con la obra de Javier Marías. Fue Corazón tan blanco, novela que me entusiasmó y de la que guardo muy grato recuerdo, cosa que ahora, al haber terminado riñiendo con Mañana en la batalla piensa en mí, me choca sobremanera. Una vez finalizado este libro he vuelto a esa reseña con mil dudas, y al releerla, he encontrado los motivos de mi cabreo. A saber:
Como ya he comentado, desconozco los detalles de otros libros de Marías (aunque empiezo a sospechar cómo pueden ser), pero Mañana en la batalla piensa en mí me recuerda demasiado a Corazón tan blanco (que fue su novela anterior). Los ambientes son los mismos, los personajes son calcados (desde el protagonista/narrador medio indeciso, de clase media/alta, y con sorprendentes y pedantes conocimientos de la lengua inglesa, hasta el crápula nihilista sin escrúpulos, pasando por el señor mayor orgulloso que no se entera de nada, o las múltiples mujeres de paso que están ahí por guapas y limpitas). Hay más: la narración es idéntica, con esas oraciones disyuntivas que no llevan a ninguna parte y cuyas repeticiones sólo parecen aspirar a hacer bulto. Y esto por no hablar de la estructura, que es la misma, con una trama principal interesante, pero más simple de lo que se pretende presentar, y una subtrama engorrosa e innecesariamente larga, relacionada con líos de faldas, que da toda la impresión de que se ha incluido, de nuevo, para dar más trabajo a la imprenta.
Sí he de reconocerle algunos méritos al señor Marías, y no pocos. La trama principal es estupenda, y el tempo elegido funciona mejor que fabricado en Suiza. El protagonista, en cambio, es difícil de digerir, demasiado pedante y pretencioso, un claro ejemplo de estos tipos que, como tan acertadamente se critica en este adelanto del libro La desfachatez intelectual, se cree que por haber sido un intelectual de la época de la Transición puede decir ahora lo que le venga en gana. Que la narración sea en primera persona y que las opiniones del protagonista se fundan con las del propio autor, hace que el lector se pregunte quién le cae mal en realidad, si personaje o escritor, sensación que una vez que llega, ya no se va (pero como empecé el párrafo diciendo que iba a reconocer los méritos, pues mejor paro con los palos y sigo con la zanahoria hasta donde llegue).
La escena con el rey (sí, sí, el mismo que sale en las monedas) me pareció estupenda, ingeniosa, muy bien traída (aunque bastante gratuita), y maravillosamente ejecutada. El detalle de no mencionar abiertamente que se trataba del rey de España (aunque resulta a todas luces evidente) y de referirse a él con apodos ridículos como Only the lonely, Solus, Only you, o El solitario, le da un delicioso y pretendido tono cómico, cosa de valorar en una época en la que estaba mal vista cualquier actitud para con la monarquía distinta a echarle flores.
Una vez leídas dos obras de Javier Marías, me veo capaz de hacer objecciones a su estilo. Este hombre sabe guiar la lectura, llevar al lector por donde a él le da la real (Only you) gana, permitiéndose gustarse (e incluso a veces regodearse). Bien. Pero ¿es necesaria tanta floritura? En serio, ¿no basta con demostrar la calidad de la pluma lo justo para contar la historia y poner el punto final? ¿Es obligatorio dar vueltas y más vueltas, enfangarse en detalles absurdos, reflexiones perdidas y callejones sin salida para convertir un libro de, como mucho, 200 páginas en uno de 370?
Empiezo a vislumbrar que la escritura de este hombre está diseñada para ser amada u odiada, sin punto medio, y que, a la vez, sea imposible decidirse entre lo uno o lo otro. Yo no sé qué hacer, qué opinar, qué contar, pero la sensación global es que esta lectura ha sido un verdadero parto. De ahí que no os la recomiende, queridos amigos. Por lo menos, avisados quedáis.
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