«Las amistades y los amores son temporales; el amor de un padre hacia su hijo, y viceversa, es eterno porque se manifiesta mucho después de la muerte de ambos, en lo que han puesto en marcha mientras vivían y cuyo eco resuena en el tiempo.»(A propósito del amor paterno filial)
«Lo que simboliza aquella bóveda es, ante todo, el potencial que tiene la inmigración para enriquecer un país.» (A propósito de la bóveda del ala central del edificio de registro de Ellis Island)
«Me di cuenta de que el mundo estaba cambiando y de que esos ingenieros [los que usaban el acero y el cristal] acabarían desplazándonos cuando consiguieran abaratar sus costes. La belleza clásica dejaba de ser un argumento.» (reflexión de Rafael Guastavino Jr.)
Conocí esta novela por boca de mi muy buena amiga Guida quien en "más que palabras...", la tertulia de amigos en la que ambos participamos, la alabó. Guida es persona que ama la literatura y que sabe mucho de arquitectura; así que yo sabía, nada más escucharle hablar, que la última obra de Javier Moro ("A prueba de fuego" , 2020), novela sobre la vida de Rafael Guastavino, arquitecto valenciano emigrado a USA en 1881 tras unos años de éxito en la Barcelona premodernista, no me iba a defraudar. También varios de los blogs literarios que frecuento hablaban de este libro con agrado. Por todo esto cuando el pasado jueves 11 de noviembre, Día de las Librerías, entré en una de ellas y lo vi no dudé un segundo en adquirirlo. Y no me arrepiento.
El autorNada había leído de Javier Moro hasta hoy. Miro su biografía literaria y observo que antes de ésta, su última novela, había publicado ya un buen número de títulos entre los que se cuentan Senderos de libertad (1992), El pie de Jaipur (1995), Las montañas de Buda (1997), Era medianoche en Bhopal (2001), en colaboración con Dominique Lapierre, Pasión india (2005), El sari rojo (2008), El imperio eres tú (Premio Planeta 2011) y A flor de piel (2015).
Tras la lectura de A prueba de fuego del año 2020 no me sorprende que profesionalmente, además de escritor, es o haya sido periodista y que también haya trabajado en el mundo del Cine como guionista y productor; cinco años estuvo viviendo en Hollywood, la meca del séptimo arte. Su manera suelta y aparentemente sencilla de escribir revela, al menos para mí, su faceta de periodista; la disposición del relato en 75 apartados más un epílogo conclusivo me confirma que lleva el Cine en las venas. He denominado a las 75 partes de la narración apartados por no usar el cinematográfico término "secuencias" que es el que creo mejor le iría; mucho mejor que "capítulos" dado que cada uno de estos 75 apartados es como un movimiento de cámara de varias escenas que forman una unidad narrativa. Al estructurar la narración en secuencias en lugar de en capítulos [un capítulo es por regla general más extenso] el ritmo narrativo es más ágil con cambios más frecuentes de actores y/o de tiempos y/o de lugares.
Es evidente que Javier Moro sabe de Cine y que esta novela fácilmente podría convertirse en guión cinematográfico de un más que entretenido biopic. El autor de esta biografía novelada es autor de guiones cinematográficos como el de Valentina, adaptación de la novela de Ramón J. Sender Crónica del alba.
SinopsisNueva York 1881: en uno de los barrios más populares malviven el pequeño Rafaelito y su padre, Rafael, un reputado maestro de obras valenciano que lucha por demostrar su talento en la gran urbe. Lo acecha la ruina absoluta. Pero gracias a su genio infatigable, ese hombre alcanzará fama y fortuna al construir los edificios emblemáticos que han dado su perfil a Nueva York.
Javier Moro nos presenta al singularísimo Rafael Guastavino, un auténtico genio de la construcción que deslumbró a los grandes magnates norteamericanos, conquistados por las técnicas que empleaba en sus obras para evitar los incendios, el mayor mal de las megalópolis del siglo XIX. Tuvo una vida jalonada de éxitos: de su estudio salieron construcciones tan «neoyorquinas» como la Estación Central, el gran hall de la isla de Ellis, parte del metro, el Carnegie Hall o el Museo Americano de Historia Natural.
Mi comentarioConocer las peripecias personales y profesionales vividas por Rafael Guastavino Moreno, nacido en Valencia en 1842 y muerto en Asheville (Carolina del Norte, Estados Unidos) en 1908 a los 65 años de edad me ha resultado una experiencia lectora de lo más entretenida, y ha despertado mi curiosidad por un tipo de construcción arquitectónica que entre nosotros -o al menos en mí- estaba opacada por el enorme prestigio de la arquitectura modernista de Antonio Gaudí y discípulos.Rafael Guastavino trasladó, cuando emigró de España a USA en 1881, la manera de construir edificios notables que había visto desde bien temprano en su Valencia natal y que luego había redondeado en Barcelona donde estudió en la Escuela de Maestria de Obras, antecedente de lo que luego sería la Escuela de Arquitectura. En concreto Guastavino utilizó en sus obras barcelonesas de los años 70 la técnica empleada por los musulmanes en su Valencia natal para realizar bóvedas. Eran bóvedas tabicadas construidas con arcillas y ladrillos muchas veces esmaltados, con lo que se evitaba la presencia de la madera, material de construcción tan habitual entonces en Norteamérica y tan peligroso cuando el edificio sufría un incendio.Su sistema de bóvedas tabicadas conocido como técnica Guastavino que él mismo patentó en España servía para lograr espacios diáfanos grandes, tal y como precisaban fábricas (la fábrica Battló que construyó en Barcelona es clara muestra de esta función), iglesias que así podían acoger a un gran número de fieles en unas naves más amplias (ya en Norteamérica la Catedral católica de San Juan el Divino en New York), teatros como el de La Massa que inició en Vilassart de Dalt (pueblo situado a 25 kilómetros de Barcelona), e incluso bodegas como la que él y otras potentadas familias catalanas empezaron a hacerse en Aragón a raíz de la plaga de filoxera en Francia que al arruinar la producción en el país vecino incentivó el cultivo vitivinícola en nuestro país. Todo lo dicho hasta aquí, excepción hecha de la Catedral neoyorquina, lo dejó Guastavino de pronto al salir escopetado en 1881 kacia los Estados Unidos. ¿Por qué? Aquí se inmiscuye la faceta más personal del constructor valenciano. Resulta que nuestro hombre era de carácter alegre y mujeriego, proclive al contacto íntimo con el sexo opuesto entre el que por su condición personal cosechaba no pocos éxitos. Ya a la tempranísima edad de diecisiete años dejó embarazada a su prima Pilar de dieciséis. Se casaron porque Ramón, padre de ella y tío paterno de Rafael, quiso por todos los medios evitar el escándalo dada la buena posición que la familia dedicada a la industria textil ocupaba en la sociedad barcelonesa. Aunque Rafael y Pilar tuvieron tres hijos, curiosamente fue otro hijo, Rafaelito, fruto de su relación con Paulina Roig, viuda de un obrero fallecido en una de sus construcciones en Barcelona y que él acogió como empleada en la casa familiar, el que le acompañaría durante toda su vida y heredaría su pasión por la arquitectura. Se llamaban igual, se dedicaron a lo mismo aunque su posición ante la vida y los negocios fue dispar y a favor de quien para diferenciarse firmó sus trabajos como Rafael Guastavino Jr. Paulina tenía dos niñas, Paquita y Engracia, y con Guastavino Sénior tuvo a Rafael. Esta relación extramatrimonial, la muerte del padre de Pilar, la dificultad de financiación que encontró Rafael para llevar a cabo diversas construcciones que tenía en marcha en Barcelona, deudas cuantiosas adquiridas, y el recuerdo de la medalla de bronce que había obtenido en la Exposición Universal de Filadelfia de 1876 por el proyecto que envió sobre "Mejora de las condiciones sanitarias en las ciudades industriales", le llevaron en 1881 a emigrar a Nueva York con Paulina y los tres hijos, las dos niñas de ella y el niño habido en común. Pero Paulina no se adaptó a la vida en USA y a los pocos meses de estar allí malviviendo con Guastavino, pues al principio la vida no les fue fácil, tras una tremenda discusión de la pareja, con que se abre el relato de Javier Moro, él le dice a ella que puede marcharse a España con las niñas porque son suyas pero que Rafaelito se queda con él. Y así fue como la unión padre-hijo fue muy fuerte y duró hasta el final. Luego, Rafael Guastavino conocerá a otras mujeres pues nunca pudo vivir ajeno a ellas e incluso muchas veces convivió con dos o tres al tiempo escondiéndose de unas y otras hasta ser habitualmente descubierto y provocar crisis sentimentales que ningún bien hacían a nadie. Además de los desengaños amorosos que su actuación propiciaba, su economía personal y la de la empresa de construcción que con socios americanos había fundado se empobrecía pues algunas de estas mujeres le sacaban los cuartos y él, por su parte, siempre fue un manirroto.Para finalizar la faceta sentimental sólo me falta decir que de todas las mujeres con las que trató fue la mexicana Francisca la que, pese a períodos de crisis sentimentales, más tiempo estuvo con él. Quizás fue la mujer de la que estuvo más enamorado y fue ella quien mejor lo supo llevar. Pese al gran amor que sentía por ella, Guastavino la engañaba en sus desplazamientos hasta Boston donde la Compañia radicada en Nueva York tenía obras en marcha. Es por este sumidero por el que al exitoso valenciano se le fue muchísimo dinero.La historia está contada por Rafael Guastavino Jr., Rafaelito, que fue educado por su padre casi como lo hacían los artistas de la Edad Media, es decir, comenzando desde abajo. Fue su aprendiz y poco a poco según iba demostrando su pericia en el oficio le dejaba al mando de alguna construcción, primero las de poca importancia y complicación para luego pasar a otras de más enjundia. Este Guastavino hijo también relata su peripecia personal tanto en el terreno arquitectónico como en el sentimental. En el arquitectónico siguió la estela paterna y con un socio americano y la buena mano de la mexicana Francisca supo enderezar la empresa que montaron en USA y mantenerla a flote incluso tras el fallecimiento de su padre. Como sucede en tantas empresas familiares serían los hijos del Guastavino Jr. quienes en 1962 liquidarían la Compañía por su falta de interés por la arquitectura y también porque la técnica de las bóvedas tabicadas cedió el paso al acero y al cristal.
«Pero las tendencias cambiaban, y antes de que estallase la crisis de 1929, surgió el advenimiento del hormigón armado, el acero y las líneas rectas, sin decoración. La nueva tecnología abarataba los costes, lo que, unido al aumento del precio de la mano de obra, situó la construcción tabicada en una posición precaria. En la Exposición Internacional de Barcelona de 1929, el pabellón alemán de Ludwig Mies van der Rohe fue objeto de admiración porque era lo último en diseño moderno.»
Guastavino que llegó en 1881 a Ellis Island con una mano delante y otra detrás, que se arruinó en más de una ocasión por no prestar la debida atención al dinero de sus inversiones y a los presupuestos de sus obras siempre hechos a la baja para llevárselos cuando competía con otros, sin embargo logró el éxito en la tierra de las oportunidades. Para que tal cosa ocurriese tuvo la suerte de toparse con una serie de naturales del país enfrascados en la fiebre de la construcción que en ese momento se vivía en EEUU: Henry Richardson (muerto el 27 de abril de 1886 a los 47 años y que había puesto de moda en New York en la década 80 -moda que duraría hasta bien entrados los años 90- el estilo 'Renacimiento español', a raíz de un viaje realizado por España del que volvió deslumbrado por la Catedral de Salamanca), Stanford White, Charles Mckim, William Rutherford Mead, Bernard Levy, Saint-Gaudens, T. M. Clark (uno de la s grandes arquitectos de Boston), Richard Morris Hunt… De todos ellos quien más le impulsó introduciéndole en los círculos donde se cocían los proyectos fue Stanford White quien desde el principio admiró su bóveda tabicada ignífuga. Esta característica de resistencia al fuego, que Guastavino demostró en exhibiciones públicas, fue crucial para su éxito dado que por entonces en la mente de todos los americanos estaba el terrible incendio sucedido en Chicago en 1871.
La huella dejada por la actividad arquitectónica de la Guastavino Fireproof Construction Company es más que abundante en Nueva York (Grand Central Terminal, el Great Hall de Ellis Island, zonas del Metro, zonas del puente de Queensboro, catedral de San Juan el Divino, Carnegie Hall, Museo Americano de Historia Natural —en Central Park Oeste—, Templo Emanu El, iglesia de San Bartholomé —en la Quinta Avenida—, City Hall Station del moderno metro de Nueva York, Hospital Monte Sinaí, etc.) y también ciudades próximas (Biblioteca Pública de Boston, Museo Nacional de Historia Natural y Edificio de la Corte Suprema de Estados Unidos —ambos en Washington—, etc.).
Curiosamente —bueno, la verdad es que entre nosotros lo que voy a decir a continuación es bastante habitual— Rafael Guastavino Moreno y su hijo Rafael Guastavino Roig son más conocidos y sobre todo valorados en Estados Unidos que entre nosotros. El año 2010 el Ayuntamiento de la ciudad de Nueva York publicó «un folleto que se llama "New York's Guastavino" e indica un recorrido para visitar lo que permanece de un estilo y unas obras que aportaron belleza a una ciudad que deslumbró al mundo.».
En nuestro país es ahora -y en ello este libro de Javier Moro está teniendo mucho que ver- cuando se está hablando de la gesta profesional de este valenciano que se inspiró en la Lonja de Valencia, en la Catedral de su ciudad, en la escalinata de la Lonja de Barcelona donde estaba la Escuela de Maestros de Obra, etc. y supo adaptar a las exigencias de una construcción moderna y sólida los materiales tradicionales del área mediterránea, algunos de ellos heredados de bizantinos y árabes. Esa cerámica vidriada en diferentes colores tan característica de la construcción valenciana la llevó a nuevas construcciones en las que exploró las posibilidades de la unión de los ladrillos cerámicos con el novedoso por entonces cemento Portland creando con ello unas superficies ligeras y muy sólidas.
Para algunos -de entre nosotros, claro- Guastavino fue un pícaro que supo vender como original suyo un sistema que conocíamos aquí desde al menos los musulmanes. No estoy de acuerdo con quienes tal cosa afirman. En la novela hay un momento en que Rafael Guastavino Moreno da una conferencia en la que hablando de su sistema para construir bóvedas recuerda el descubrimiento, la revelación que experimentó al visitar el Monasterio de Piedra y contemplar la cascada de agua y la gruta inmensa que está bajo ella soportándola tal y como la Naturaleza las había dispuesto. «Entonces comprendí por qué mi distinguido profesor de construcción, don Juan Torras, dijo: "El arquitecto del futuro construirá un día imitando a la naturaleza, ya que es el método más racional, duradero y económico"». Evidentemente en esta reflexión se esconde el inicio, los albores del modernismo arquitectónico de arquitectos como Antonio Gaudí, Lluis Domènech y Muntaner, Joseph Puig i Cadafalch, Francisco Mora Berenguer, Antonio Farrés Aymerich, Eduardo Reynals Toledo, y tantos otros más.
Diré para finalizar que el autor ha realizado para escribir esta biografía novelada un sesudo trabajo de investigación que le ha llevado a contactar con descendientes de Guastavino en Estados Unidos. Uno de ellos, James Black, le proporcionó al novelista un buen número de cartas inéditas del arquitecto que le sirvieron para adentrarse con pie firme en la vida íntima del arquitecto triunfador en USA. Naturalmente también contactó con descendientes vivos en España, aunque aquí su labor investigadora se centró más en lo arquitectónico y los inicios de su actividad en Barcelona.
A raíz de leer "A prueba de fuego" de Javier Moro e interesarme por la figura del valenciano triunfador en América he podido constatar que en su persona se hace realidad el dicho castellano que dice "De casta le viene al galgo". Digo esto tras leer un interesante artículo firmado por los profesores de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Valencia (ETSAV), Camilla Mileto y Fernando Vegas López-Manzanares. Tal artículo, publicado en la Revista de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Valencia, lleva por título "Guastavino y el eslabón perdido". Merece la pena leerlo con atención para descubrir que Guastavino debía mucho a la actividad de familiares suyos que le precedieron en el tiempo, en especial su tatarabuelo Juan José Nadal que vivió durante la primera mitad del siglo XVIII y al que Rafael Guastavino Moreno tuvo siempre como referente para su arquitectura.____________________________
El libro publicado por Espasa viene ilustrado en el centro con una serie de fotografías a color y en blanco y negro del personaje biografiado y su familia, y también de algunas de sus obras arquitectónicas tanto realizadas en España como en los Estados Unidos. Coloco a continuación algunas de estas imágenes