Revista Opinión

Jawinko. parte i. capítulo ii

Publicado el 04 septiembre 2019 por Carlosgu82

«El planeta Rukana está a una distancia de 200 años luz de Nueva Tierra y al igual que esta, pertenece a la constelación de Cygnus. Es habitada por los Lemures, una de las civilizaciones estelares involucradas en el famoso Experimento Cósmico Xƾ^. Este planeta se caracteriza por una curiosa tormenta de semen denominada por sus habitantes como Jawinko…»

Cuando Jeremías leyó por primera vez aquel folleto de turismo estelar, apenas tenía siete años y ya albergaba secretamente predilecciones vetadas por algunos, entre los cuales su familia formaba parte. «¿Qué es semen?», preguntó a su abuelo. La respuesta, aunque esquiva y avergonzada, no pudo ser más hermosa: «Es la semilla humana, así como los árboles, los seres vivos también botamos semillas».

Transcurrieron dos años ensoñando lluvias distintas y árboles humanos, cuando Jeremías aprovechó un descuido colectivo en el salón de clases para investigar sobre Jawinko.

«A diferencia de las lluvias de agua que también están presentes en el planeta Rukana, y que por supuesto le dan vida, Jawinko tarda ciclos largos en formarse y debe ser evitado por todos, pues la consecuencia de su contacto son irreversibles; convierte a los hombres en féminas y embaraza a las mujeres…»

Jeremías leyó en la reseña de la computadora la promesa del cambio anhelado. Almacenó apasionadamente cuanta información del planeta Rukana llegara a sus manos para aferrarse a la esperanza de delinear su cuerpo con la forma de sus deseos. Todos sus esfuerzos y sus ahorros de adolescente se dirigían a Rukana y a Jawinko… hasta que llegó André a su vida.

André era imponente con su presencia y su verbo. De una inteligencia retorcida, no solo supo seducir el alma temerosa de Jeremías sino de insuflarle el valor para retar a su familia. Se conocieron en el parque, una tarde insignificante, como casi siempre sucede con los acontecimientos importantes de nuestras vidas. Jeremías leía un libro de Rukana acostado en el césped cuando sintió que pisaban su tobillo. Al apartar el texto, el rostro de porcelana y una mirada de cristales rotos le hicieron pensar en ángeles exiliados. Pero aquella voz estertórea fue lo que llamó aún más la atención de Jeremías, cuando aquel enhiesto caballero medieval perdido en el tiempo se disculpó. La disculpa vino acompañada de un café y de una conversación cargada de promesas.

André y Jeremías fortalecieron su amistad a pesar de lo opuesto de sus intereses. Mientras el primero leía apasionadamente sobre el extinto planeta Tierra de aquel lejano sistema solar; el segundo aprehendía la cultura de un ancestral futuro que anhelaba encarnar. El ritmo de André semejaba al reloj, de pasos lentos pero sin pausa. Hablaba con nostalgia de lenguas y culturas terrestres, de las especies animales sacrificadas, de un planeta al que no se volvería jamás…¡lo extrañaba como si lo hubiera habitado! Jeremías apreció desde un principio ese estado nostálgico con que su compañero se refería al planeta matriz; le impresionaba que se pudiera añorar lo no experimentado tangiblemente. André explicaba con frecuencia el poder de la imaginación para crear realidades mentales capaces de convivir con las realidades del cuerpo. Tal vez fue esa recurrente explicación, en un lapso de tiempo tan corto, lo que le dio confianza a Jeremías para confesarle sus añoranzas de realidades no vividas aún. Le habló de Rukana, de Jawinko y de lo fascinante que pudiera significar la transmutación del cuerpo. La reacción de André le dio más confianza aún a Jeremías, insuflándole el alma de esperanzas.

Después de aquella tarde cálida en la que André invadió el baño y el cuerpo de Jeremías mientras este se aseaba, la necesidad de la transmutación se hizo más palpable. André fue el primero en ducharse. Caminó en toallas exhibiendo los pequeños músculos que tanto excitaba a Jeremías. Pero el exhibicionismo de esa tarde fue más atrevido. André se despojó de la toalla brevemente, descubrió el glande halando hacia atrás el prepucio frente a la mirada asombrosa del amigo, luego se volvió a cubrir. Para romper la pausa incómoda y estimulante de ese momento, Jeremías se levantó de súbito y salió al baño. Guardó profundo silencio y acarició suavemente su pene, en conato masturbatorio. Cuando decidió renunciar a las autocaricias, dio vueltas a la perilla de la regadera y dio inicio a su baño. Justo en el momento del enjabonamiento, la cortina del baño se corrió bruscamente y apareció André desnudo y con el pene erecto. Sin palabras se amaron por días enteros con las interrupciones necesarias para dar la sensación de una vida holgada, sin desmesura.

Sin embargo, desde esa misma tarde que Jeremías perdió la virginidad en brazos de André, sintió el vacío de amar desde un cuerpo ajeno. Jeremías deseaba a André con fuerza, pero desde latitudes ajenas para él… o para ambos.

Continuará


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