Revista Opinión

Jawinko. Parte I. Capítulo VI

Publicado el 09 febrero 2020 por Carlosgu82

Jawinko. Parte I. Capítulo VI

«La inamovilidad puede acostumbrarnos al mismo paisaje repetido indefinidamente. Los ojos pierden la costumbre de mirar, de distinguir formas, se adhieren con el cuerpo entero a ese paisaje. Todo en el universo se mueve, y se mueve incesantemente; pues ese movimiento hay que interpretarlo como una incitante invitación a movernos por el paisaje, a no quedarnos estáticos frente a las estrellas».

– ¡Qué hermosas palabras, señor André! – dijo la tía Jimena, durante la cena que apenas comenzaba.

– ¡Oh, pero no son mías!, pertenecen a un científico terrestre del siglo XXIV de la era de ese planeta, su nombre es Alfred Kozlov Thomas. Un científico norteamericano – respondió André.

– Tiene nombre de servidumbre – acotó Sebastián con la boca llena de guiso mal masticado. Todos le miraron con la solemnidad de la ofensa, algunos por su mala educación al hablar con la boca abarrotada de comida y otros pocos, por su ofensivo mal chiste.

– Kozlov Thomas es uno de los autores favoritos de André – dijo Jeremías.

-Pero ya esas ideas están caducas – espetó Facundo entre sorbos de un vino rancio por mal envejecimiento. Su esposa estalló la mirada en el marido y luego en su hijo Jeremías, quien la miraba a su vez con el mismo asombro. Sabían que el cabeza de familia estaba esa noche desquiciado.

André sonrió con ironía y ripostó: “Las ideas no caducan, señor Facundo, su vigencia depende de los intereses y las perspectivas desde las cuales le ve cada generación”.

– ¿Ese no es el que utilizó los árboles para explicar el universo? – quiso asegurarse Facundo antes de continuar con su arremetida.

– Sí, él es el autor de la teoría de los árboles – respondió Tirso, quien también había escuchado del autor.

– Kozlov es un clásico de la era pre – Xƾ^ – agregó Esteban.

– ¿En qué desactualizó el experimento cósmico Xƾ^ las ideas de Kozlov Thomas? – preguntó André con cierta rabia contenida.

El silencio que vino después evidenciaba la ignorancia y, peor aún, el desinterés de los comensales por esos temas. Kozlov era uno de los autores favoritos de André no solo por su teoría de los árboles, sino por su biografía plagada de persecuciones, incluso antes de su nacimiento. Su padre huyó de una Rusia que rebasaba incesantemente los límites de su odio contra todo vestigio de individualidad, el Comunismo. La última decisión extrema del Gobierno ruso que catapultó a Kozlov (padre) hacia los Estados Unidos de Norteamérica fue el dictamen constitucional que eliminaba de un solo plumazo en todo ese país el uso de los apellidos. A partir de entonces nadie tendría apellidos. Desde ese momento, la masa se fortalecía aún más con la eliminación de uno de los rasgos externos que mejor contribuyen con la formación de la identidad individual: la memoria familiar. El padre de Kozlov partió a los Estados Unidos de Norteamérica como último recurso por salvar a sus ancestros del olvido. ¡Tal fue su conciencia de identidad personal que llevó consigo un arbolito, nacido de las raíces del inmenso árbol sembrado por su bisabuela ciento cincuenta años atrás! El arbolito no solo sobrevivió a las penurias de una migración forzada sino a tres trasplantaciones, hasta que encontró su hogar definitivo junto con Ms Paola Thomas y el hijo de ambos, el que sería conocido como el astrofísico Alfred Kozlov Thomas.

Las ideas de Kozlov fueron recogidas en un libro intitulado “Theory of Human Mistake”, en el que relata la relación del universo y del humano desde la perspectiva de los árboles. Sin embargo, el objetivo central de la teoría era el estudio del error como una cualidad definitoria e importante en la comprensión de la naturaleza humana y de sus limitaciones para reconocerse como un ser planetario y universal.

Kozlov creció entre relatos de sacrificios y sufrimientos contados casi siempre a la sombra de un árbol triunfante y mudo. Quizás la reiteración de ese episodio influyó decisivamente en su visión científica.

Luego de unos minutos de silencio, Facundo volvió a torpedear. «Pues descubrir que fuimos parte de un plan, que siempre pudimos viajar por el universo pero no nos atrevíamos, que siempre éramos observados no tiene que ver con el paisaje y los árboles ni nada de eso».

– ¿Acaso no ve, señor Facundo que fue Kozlov quien rescató las ideas de los viajes intergalácticos a partir de la energía fría? ¿Kozlov mostró las limitaciones humanas que confirmaría nuestro hallazgo posterior del experimento cósmico Xƾ^ – Volvió André otra vez.

– Creo que le estás dando una importancia inmerecida – dijo Facundo.

– Estoy de acuerdo con tío – intervino Tirso.

– Además, eso del error como una virtud es tan…  – volvió Facundo.

– ¿Tan qué…? – interrogó André con interés.

– Soy gay… – interrumpió Jeremías la discusión en ciernes – y estoy enamorado de André.

El silencio fue solo interrumpido por la tos nerviosa de Jacinta. Todos miraban perdidamente un plato diferente, nadie quería interceptar miradas. «Nadie veía venir esto», dijo Tirso entre risas nerviosas. Julita le señalaba con la cabeza que no dijera nada más.

– ¿Y esperaste este momento para decirlo? – dijo Facundo con voz solemne, sentenciadora.

– No, tú propiciaste este momento para que lo dijera – contestó Jeremías.

Facundo hundió el rostro entre sus manos, como quien niega la realidad. Nadie comía, nadie hablaba. A veces es más difícil sostener el suspenso que interrumpirlo, por eso, Jeremías se levantó y dijo: «Mejor me voy», retirándose del recinto. La voz de Facundo respondió cuando aún se veía la espalda de Jeremías: «Para siempre, espero». Jeremías volvió la mirada hacia su madre, quien bajó la suya. Jeremías salió del recinto. André se levantó y dirigiéndose a Jacinta agradeció la cena y se despidió de todos con sarcasmo.

Obviamente, continuará…


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