Una insistente cantante de aspecto y maneras estrafalarias se disponía a empezar su concierto en un pequeño club del centro. De repente un espectador sacó un paquete envuelto en papel de aluminio, lo desenvolvió y se dispuso a dar buena cuenta del bocadillo de lomo que escondía. En palabras del saxofonista, que no había cenado esa noche, "el olor a lomo inundó la sala y se acabó el jazz".
El público se dividía entre la indignación y el asombro. Encontraron la explicación en el comentario de la cantante a micrófono abierto: "Y lo peor de todo es que es mi hijo".