La jazznécdota #29 me hizo recordar innumerables ocasiones en las que, dueños de locales aparte, el público nos ha arrancado una cara de sorpresa, a veces por ignorancia, a veces con malas maneras, a veces con candor y buen propósito. En un club de jazz madrileño bastante grande, y a pesar de la escasa entrada que presentaba, un día se sentó un grupo de gente en la mesa más cercana al escenario y, al cabo de un rato, preguntó al camarero si el grupo podía tocar más bajo, ya que no escuchaban su conversación. Por supuesto fueron instados a sentarse en otra parte del local. Bastante más expeditivo es el dueño de otro club del centro, que no duda en llamar al orden a la clientela cuando el volumen de su charla es irrespetuosa para con el trabajo de los músicos. Recientemente le vi expulsar a un espectador díscolo.
A un amigo pianista que amenizaba un evento de empresa se le acercó un comensal espetándole que si "podía poner otra música". Mejores intenciones tenía una anciana que, en plena cena arrullada a ritmo de jazz, se nos acercó con la siguiente petición: "¿Podéis tocar «Granada»?". El trombonista salió del aprieto con elegancia: "Por supuesto. Si nos trae usted la partitura, estaremos encantados de interpretarla".