¿Cuál es la peor parte de un concierto? A dicha pregunta la inmensa mayoría de los músicos responderán con rotundidad: el montaje y desmontaje del equipo. Es una tarea lenta y repetitiva, implica el desarrollo de pequeños planes logísticos y a veces es físicamente pesada. Por fortuna los músicos suelen ayudarse entre ellos. Mientras uno aparca otros descargan, los amplificadores voluminosos se mueven entre dos personas, si el bajista ya ha organizado sus cosas, lo habitual es que ayude al batería a cargar sus enseres... O así debería ser. A veces la solidaridad brilla por su ausencia, no se sabe si por malicia o por ignorancia.
Hace unos años toqué con una cantante que no tenía equipo, aparte de su micrófono. Como el lugar donde actuábamos (un centro comercial) no disponía de sistema de audio, el pianista ofreció su mesa de sonido y sus propias pantallas de amplificación. De hecho, para que el sonido no se quedara corto, llevó más equipo del que él hubiera necesitado. Como fuimos los primeros en llegar, le ayudé a cargar y organizar todos los bultos. Una vez probados los instrumentos nos dispusimos a tomar algo en el bar de enfrente. Allí nos encontramos con la cantante del grupo que, esbozando una sonrisa, nos dijo: "Llevo aquí un buen rato. Os he visto llegar, pero no quería molestaros mientras montabais".