Un amigo pianista conoció al dueño de un pub en una bonita zona de ocio nocturno madrileña. El propietario quería dar un cambio de imagen a su local, aparentar exclusividad y ahuyentar a cierta clientela indeseable. Creyó que programar periódicamente conciertos de jazz sería un buen reclamo para el tipo de público deseado, así que encargó al pianista programar la agenda de conciertos. El músico fue al local, estudió las características del posible escenario, las condiciones acústicas de la sala y el equipo necesario, y empezó a elaborar una lista de grupos. Como no habían acordado un caché concreto, preguntó al dueño del local que cuánto presupuesto había para pagar a los músicos, a lo que este respondió: "Ah, ¿pero los músicos de jazz cobráis? ¿No tocáis por gusto?".
Obviamente jamás se dio un concierto en ese pub.