En mi vida anterior me dedicaba a tocar estilos marginales de heavy metal (doom death metal con el grupo Son of the Grave –actualmente Autumnal–, y brutal death grind con Disembodied, banda que logró un relativo éxito en la época).
Ciertos tipos de anécdotas no diferían mucho de las acaecidas en contexto jazzístico, pero había un elemento poderoso en aquellos tiempos con el que apenas, por fortuna, he tenido que lidiar últimamente: el consumo de alcohol. Recuerdo un concierto de un grupo cercano, al que asistí como espectador, donde, en determinada fase de la actuación, se echaba de menos más contundencia rítmica. La causa era bien simple: el batería iba tan borracho que, en vez de activar el pedal del bombo, estaba dando pisotones en el suelo.