A la gente le encanta preparar sorpresas en las celebraciones. Capaces de planificar con suma meticulosidad cualquier pequeño detalle, son capaces de llevar a cabo esfuerzos leoninos con tal de que el festejado no se entere de la que le tienen preparada hasta el momento preciso. A veces los responsables de los salones de eventos colaboran activamente en tales tramas, a veces molestan más que ayudar. Y en otras ocasiones provocan situaciones surrealistas, como la que me dispongo a narrar a continuación:
Verano en la provincia de Toledo. Una joven pareja contraía matrimonio, y resulta que a ella le gustaba el jazz. El novio nos contrata y nos pide máxima discreción: se trata de una sorpresa. Hemos de llegar a montar los instrumentos con tiempo y empezar a tocar antes de que llegue la pareja, de modo que ella crea estar escuchando una grabación para encontrarse de bruces con músicos de carne y hueso. Buen plan. Organizamos todo con tiempo y, cuando vimos que los invitados empezaban a entrar en el salón de bodas, hablamos con el maître para que apagase la música de fondo que estaba sonando, de modo que pudiésemos empezar a tocar nosotros. Su respuesta: "Esto es un playlist de Spotify que me pidió la novia que sonara durante el cóctel". "Claro que sí", respondimos, "pero nosotros somos la sorpresa, ella no sabe que en vez de su música va a sonar un grupo de verdad". "Yo, lo que me dijo la novia", fue su testaruda respuesta.
Ocurrió lo inevitable: tuvimos que tocar durante todo el cóctel encima de la música de fondo (que, por supuesto, también era jazz). Nadie se dio cuenta, o a nadie pareció molestar. Los novios nos dieron las gracias y, aparentemente, todos firmamos un trabajo excelente (maître incluído).