Revista Opinión
A Gonzalo García Pelayo, turista del mundo La última pijada de la sedicente izquierda cool -por no hablar de los destroyers de la CUP y otros sociópatas de difícil tratamiento- se llama turismofobia.Como ha observado agudamente el filósofo francés Alain Finkielkraut, autor de Nosotros, los modernos, la izquierda ya no tiene ideas, sólo enemigos, y ahora le ha puesto la cruz -con perdón- a quienes desembarcan o aterrizan en nuestras ciudades para pasar unos días de vacaciones.La aversión al turista es un fenómeno reciente y una patología propia de sociedades acomodadas; en concreto, de esa izquierda desubicada de los países más prósperos que, como dice el refrán, cuando no tiene que hacer, coge la escoba y se pone a barrer.Esta nueva modalidad de odio, con su apenas disimulado barniz clasista, es especialmente chocante en un país como el nuestro, cuya economía depende de manera directa del número de personas - nacionales o extranjeros- que deciden visitarlo.Imagino que quienes critican a los turistas que vienen a nuestras ciudades y a nuestras playas lo hacen desde la atalaya de una supuesta superioridad moral, que les hace sentirse mejores cuando son ellos los que vuelan a Roma, Berlín o Buenos Aires. Ya saben, los famosos "viajeros". Los que no llevan mapas, sino el catálogo de restaurantes y tiendas de barrio que Elvira Lindo no quería compartir con nadie. Dejadles Nueva York vacía para que los muchachos puedan ir paseando sin agobios hasta Warren Street, a hacerse la foto en la puerta de La Librería Misteriosa. Que ellos son muy de novela negra. No como esas hordas de paletos que suben y bajan a todas horas por las Ramblas de Barcelona con la camiseta de Neymar -para tocar más las narices- que le compraron por diez euros a un mantero oriental. Que eso es, al final, el turismo de masas: ordinariez baratuna y copistas chinos.España vive -nadie en su sano juicio lo pondrá en duda- básicamente del turismo. Y eso a la nueva izquierda política y sociológica le molesta porque es un espejo que le devuelve la imagen de un país desarrollado y apetecible, que no se parece en nada a la catástrofe apocalíptica que nos dibuja a diario.El podemista -original o franquiciado- es el biempensante de hoy, la encarnación del marxismo cultural en todo su esplendor desacomplejado. En el fondo no es más que el resentido de siempre, incapaz de ocultar sus ganas de jodernos a todos. Y ahora le ha dado por los pobres turistas. Que sí, a veces pueden -podemos- llegar a ser insufribles. Pero siempre menos que aquellos que, con un desdén ridículo, los miran -nos miran- por encima del hombro. * Publicado en Granada Hoy y Málaga Hoy ("El lanzador de cuchillos")