Se acercó por detrás, en silencio y con el rodillo fuertemente agarrado en su mano derecha golpeó en la cabeza a su esposa hasta asegurarse de haberle dado muerte. Salió de la cocina y se sentó en el sofá para ver la televisión con sus hijos, Caroline de 9 años y Antoine, de 5. Después llevó a sus hijos a la cama, los tumbó boca abajo y les disparó con un rifle. Seguidamente asesinó al perro de la familia. Tras ello, subió al coche y recorrió los 80 km que separan Prévessin-Moens de Clairvaux-les-lacs, la residencia de sus padres. Durante el trayecto, mente en blanco, sin pensar en nada. Almorzó con ellos, tranquilamente. La última ceremonia con sus progenitores. El último sonido que oyeron fueron los disparos del rifle calibre 22 de, hasta ese día, el hijo perfecto. A continuación debía ir con Corinne, ya que le había prometido una comida con el Ministro de Sanidad, la última mentira. Tras recorrer juntos unos kilómetros, Jean-Claude paró el coche y le dijo a su amante que se diera la vuelta, quería darle una sorpresa. Inesperadamente ella se giró en el momento que las manos de él agarraban el cuello de ella. Corinne, mirándole a los ojos le dijo que no la matara, que pensara en sus hijas. Jean-Claude quedó desconcertado. Le perdonó la vida. Regresó a casa y encendió el televisor. Sustituyó las palomitas por una buena dosis de barbitúricos y como colofón roció la casa de gasolina y le prendió fuego. Los bomberos consiguieron rescatarle con vida. Estuvo unos días en coma y se recuperó.
Jean-Claude Romand era un hombre modelo. Padre perfecto, marido perfecto, hijo perfecto y profesionalmente…un prestigioso médico de la Organización Mundial de la Salud, en Ginebra. Todo mentira. Estudió medicina, sí pero dejó la carrera en segundo curso. No se presentó a un examen. No se sabe a ciencia cierta por qué e hizo creer a sus padres, amigos y novia (la cual se convertiría en su esposa y madre de sus hijos) que había hecho el examen y lo había aprobado. Esa fue la primera de muchas mentiras con las que tuvo engañado a todo su entorno durante 18 años. Después se “licenciaría” en Medicina y sería contratado por la Organización Mundial de la Salud como investigador. Salía de su domicilio todos los días, parando y pasando el tiempo en los arcenes de las carreteras, devorando libros de medicina, como el actor que estudia sus guiones antes de salir a escena. De vez en cuando iba a Ginebra, al edificio de la Organización Mundial de la Salud para recoger panfletos informativos o de publicidad que después dejaría en alguna mesa al regresar a casa, para seguir adornando su falsa vida. Se compró un teléfono portátil para el coche y esa era la forma en que su familia podía contactar con él cuando se encontraba en el “trabajo”. También “viajaba” mucho por motivos profesionales. Recorrió el mundo sin salir de Francia. Desde la habitación de un hotel galo podía visitar Londres, Nueva York o Estocolmo. Su sustento económico era el dinero que estafaba a familiares y amigos convenciéndoles de que al trabajar en Ginebra, podía invertir el dinero en bancos suízos que daban un buen rendimiento.
Todo cambió cuando su amante, Corinne, a la que también estafó y que comenzó a sospechar de esa falsa realidad, le exigió la devolución de su dinero. Preocupado por que desentrañase toda la verdad planeó liquidar a toda su familia y ejecutarlo el 9 de enero de 1993.
Emmanuel Carrère escribió el libro “El adversario” sobre este cruel y no menos sorprendente personaje. Mantuvo correspondencia con el asesino en prisión y se entrevistó con él en varias ocasiones. Al autor le marcó la experiencia y según sus propias palabras “personalmente me desestabilizó mucho”. Su sensación fue “como si hubiera vuelto de una guerra terrible”.
Jean-Claude Roman, que actualmente cuenta con 61 años de edad, fue condenado a cumplir no menos de 22 años de prisión, aunque se le podría haber concedido la libertad condicional en 2015. Hasta la fecha no ha trascendido ninguna noticia al respecto.