Revista Libros

Jean de la ville de mirmont (2).

Por Isladesanborondon

JEAN DE LA VILLE DE MIRMONT (2). Los domingos de Jean Dézert

   A pesar del pesimismo interior que como hemos visto afectaba a la personalidad de Jean de la Ville, como escritor sin embargo, la ironía y el humor eran armas infalibles en sus manos, Los domingos de Jean Dézert es una buena muestra de ello. Si hubiera vivido lo suficiente y hubiera nacido en EEUU, -no en Francia donde todavía los intelectuales discutían sobre si el cine proyectado en las ferias podía considerarse una expresión artística o no-, a lo mejor De La Ville se hubiera animado  definitivamente a emprender un viaje al nuevo continente y allí trabajar como guionista cinematográfico en la meca del cine. Quién sabe. Sin embargo, la vida fue muy corta para el soldado, apenas un balbuceo. Me lo imagino en los años 30 o 40, en los grandes estudios de Hollywood escribiendo guiones a cuatro manos con Billy Wilder para Lubitsch o cualquier otro realizador de los grandes.
 Y es que De La Ville seduce como novelista por su precisión en el dominio del lenguaje, provocando que con apenas un par de frases seamos capaces de visualizar y compartir con el escritor esos personajes que nos describe y las situaciones que les embargan. La naturalidad con la que cuenta, es sin duda otro de sus logros; un valor inconfundible en los buenos escritores que sólo se gana corrigiendo el texto una y otra vez, depurando, reescribiendo..., en definitiva: trabajo y más trabajo. Pero pongamos ya el primer ejemplo.  Así es como inicia J. de La Ville Los domingos de Jean Dézert. 
(Me he permitido la libertad de recrear el texto como si se tratase de un de un guión cinematográfico).
1.CALLE DE PARÍS/DÍA
(VOZ EN OFF)
“Vamos a llamar a ese joven Jean Dézert.
A menos de tropezar con él, nadie lo distinguiría entre la multitud, de tan incoloro como va vestido. Lleva un cuello postizo demasiado grande y una corbata cualquiera. Las perneras de su pantalón, así como las mangas de su chaqueta, se arrugan por sí mismas en las rodillas y en los codos. sus pies caben cómodamente en unos zapatos cansados.
¿Qué más decir para describirlo, sino que en su rostro alargado, de mejillas cuidadosamente afeitadas, solo llama la atención el enorme bigote? Cuesta concebir su función, incluso su utilidad m en una fisonomía de aspecto tan discreto. La delgadez de Jean Dézert explica por qué no ha servido a la patria.
2. OFICINA DE MINISTERIO./INT.DÍA.  
(VOZ EN OFF)
Por lo demás, hace poco ejercicio físico, al estar empleado en el ministerio de Estímulo al Bien (Dirección de Material). Su vida ―tal vez más delante sacaremos de ella informaciones útiles― no ofrece nada que no sea muy mediocre, en apariencia.
JEAN DE LA VILLE DE MIRMONT (2).
Después de leer esta poderosa descripción es muy fácil identificar a este personaje. Por buscarle su alter ego cinematográfico, ¡¿no es como Jack Lemon en "El apartamento"?! 
¿Qué tiene entonces de extraordinario Jean Dézert? Oigamos de nuevo al narrador en distintas ocasiones:
Jean Dézert no tiene envidia, ni siquiera de aquellos que detentan la verdad. Sí, Jean Dézert es un resignado.
La fantasía está muy bien fuera de las horas de oficina, y especialmente los domingos. El domingo es la vida entera de Jean Dézert. A él le gusta ese día que pocas personas comprenden.
(…) sobre todo, Jean Dézert hace suya una gran virtud: él sabe esperar. Durante la semana espera el domingo. En su ministerio, espera el ascenso, mientras espera la jubilación. Una vez jubilado, esperará la muerte. Él considera la vida una sala de espera para viajeros de tercera clase.
Jean Dézert no es ambicioso.
Estructura de la novela
Consta de dos partes muy diferenciadas. En la primera se nos ofrece un divertido retrato del personaje y sus excentricidades, entre las que destaca su afición a pasear los domingos por París siguiendo un programa marcado por los lugares y locales que aparecen en los anuncios publicitarios que tanto le gustaban también a Bloom, el personaje de Joyce en Ulises . Así que la jornada para Dézert comienza en las Piscinas de Oriente. Baños calientes para ambos sexos. A cualquier hora
Confort moderno. Masaje dado por ciegos. A continuación, antes de la hora del almuerzo y haciendo caso al segundo anuncio decide visitar el Salón Racional donde se ofrecen cuidados antisépticos. Su paseo con método, le obligará a tomar una comida frugal en un restaurante vegetariano, antialcohólico, especialidades higiénicas ―aparatos y utensilios para la economía culinaria―, ropa interior porosa. Allí se encontrará con un anciano con el que mantiene un escueto y estrambótico diálogo:

―¿Usted sólo come pan?
―Pan integral. Sólo aquí lo tienen bueno.
―¿Es un régimen?
―Sí y no. A decir verdad, es el único alimento posible para un hombre sensato. Lo he probado todo. Durante tres meses, comí unos setenta plátanos al día. Mi pensamiento se hacía espeso; me pasé al pan.
―¿Y le sienta bien?
―Me he vuelto muy dulce.
  

Una visita a la divina, madame Theresa de Harlem, sujeto sensible de una clarividencia extraordinaria, le hace una advertencia que bien merece el dinero gastado: en el futuro, no debía fiarse de una mujer de pelo negro, por más que una muchacha rubia se enamorara de él.Más adelante y siguiendo otro consejo publicitario, se dejará caer por el cine de la rue de la Gaité para disfrutar de una sesión de dos horas de cine mudo. A las siete, cena con champán en otro establecimiento recomendado, para a continuación acercarse a la Farmacia del Norte para escuchar una conferencia sobre higiene sexual; amenizada con audiciones musicales. Cuando este amante de los domingos da por finalizado su ruta en día festivo se sobresalta cuando se le acerca una prostituta y le ofrece sus servicios, a lo que Dézert, bastante descolocado, se excusa diciendo: Es algo que no está previsto en mi horario.
JEAN DE LA VILLE DE MIRMONT (2). Tras esta primera parte en un hilarante tono cómico, el protagonista conocerá por fin a esa mujer, hija de un artesano de piezas fúnebres, de quien poco importa el qué color de su cabello, pero de la que algo podemos intuir por la frase de Nerval con la que el autor encabeza la segunda parte de su novela.  El texto sigue siendo espléndido, la trama se desarrolla de una forma inesperada y en la que ya comienza a adivinarse esa mueca triste que aparece tras la risa provocada por el absurdo de la vida. Concluyo estas líneas con el fragmento final de la novela. Me despido con cierta pena porque de esta obra de De La Ville queda aún mucho por decir, sin embargo mi intención no es otra que descubrirles a este autor, si no lo conocen todavía, y animarles a que busquen el libro y disfruten de la literatura escrita por personas que como Jean De La Ville ha sabido sobre todo, acercarnos la misteriosa esencia del hombre.
 

Luego se levantó el cuello del abrigo y volvió a casa a acostarse, pues incluso eso, un suicidio, le parecía inútil, sabiéndose de naturaleza intercambiable en la multitud, y verdaderamente incapaz de morir del todo.

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