Revista Cultura y Ocio

JEAN ECHENOZ: "Ravel"

Publicado el 26 mayo 2011 por Ismaeldiaz

A MODO DE INTRODUCCIÓN      Hay obras artísticas que llevan aparejadas a su título original el apellido de su autor, formando un todo indivisible. Así ocurre con la Novena de Beethoven, el David de Miguel Ángel, el Ulises de Joyce, etc. Uno de los ejemplos más paradigmáticos de lo señalado lo encontramos en el Bolero de Ravel. Y con Ravel, con su música, sus elegantes trajes, sus manías, su peculiar misantropía, sus cambios de carácter, su timidez, sus dudas e inseguridades, sus problemas de insomnio, navegaremos en un maravilloso paquebote  a través del Atlántico,  recorreremos Estados Unidos en bellísimos ferrocarriles, e intentaremos reconstruir de forma visual y sonora los esplendorosos años treinta del pasado siglo XX. Todo ello guiados por la mano certera, precisa y minuciosa de Jean Echenoz (Orange, 1947) en su novela “Ravel”, una pequeña joya que los amantes de la música clásica (y, por ende, de la buena literatura) no deberían dejar de leer.
PS. La presente entrada es un regalo de cumpleaños para mi buena amiga Cristina Barrios Almazor, por cuyas venas corre la sangre del gran compositor granadino Ángel Barrios, autor, entre otras, de la música de "La Lola se va a los puertos" (con letra de los hermanos Machado) y que, en la primera década del siglo XX, en París, conoció y trató a Maurice Ravel.SINOPSISLos últimos años de la vida de Maurice Ravel transcurren entre 1927 y 1937. Jean Echenoz despliega un retrato ficticio del compositor sembrado de verdades biográficas. Pero lo esencial no está en la vida del hombre sino en la ironía con que es narrada esa vida. Y el real, el verdadero Maurice Ravel, ese personaje público, a la vez que extremadamente misterioso, acaba siendo uno de los más espléndidos personajes del imaginario del novelista.
(“Ravel”. Editorial Anagrama. Traducción de Javier Albiñana)
JEAN ECHENOZ:
CAPÍTULO 1
Pero no puede ser, como siempre el tiempo apremia, dentro de una hora habrá llegado Hélene Jourdan-Morchange.
JEAN ECHENOZ: Hélene Jourdan y Ravel
Sube la escalera de su complicada casita: por el lado del jardín hay tres plantas, pero desde fuera se ve sólo una. Desde la tercera, que se halla por tanto al nivel de la calle, examina ésta por una ventana, al objeto de comprobar cuántas capas cubren a los transeúntes y así hacerse una idea de lo que debe ponerse. Pero es demasiado temprano para Montfort-l’Amaury, no hay nada ni nadie.
JEAN ECHENOZ: Casa de Ravel en Monfort (fotografía antigua)
Hélene es una mujer bastante guapa, que podría parecerse un poco a Orane Demazis, para quienes la recuerdan, aunque en esos años muchas mujeres pueden tener algo de Orane Demazis.
JEAN ECHENOZ: Hélene
JEAN ECHENOZ: Orane Desmazis
Antes de salir de Montfort, junto a la iglesia pasan ante una amplia casa cuya ventana de la primera planta es un rectángulo amarillo.
JEAN ECHENOZ: Monfort (Iglesia)
Parte en dirección a la estación marítima de Le Havre a fin de trasladarse a Norteamérica. Es la primera vez que va allí, será la última. Hoy le quedan exactamente diez años de vida.
JEAN ECHENOZ: Le Havre (Estación Marítima, años 30)
CAPÍTULO  2
En cuanto al trasatlántico France, segundo de su nombre, a bordo del cual va a viajar Ravel a América, le quedan aún nueve años de actividad (…). Buque almirante de la flota que realiza la travesía trasatlántica, es una masa de acero remachado, rematada por cuatro chimeneas una de ellas decorativa, bloque de doscientos metros de largo y veintitrés de ancho, construido veinticinco años atrás en los Astilleros de Saint-Nazaire-Penhoët.
JEAN ECHENOZ: Paquebote France
(El camarote que le han reservado) es una suite de lujo revestida de heterogéneas maderas –sicomoro y roble de Hungría, arce amaranto o gris moteado-, telas de chintz, mobiliario de limonero-palisandro y doble cuarto de baño todo plata dorada sobre mármol brocatel.
JEAN ECHENOZ:
JEAN ECHENOZ: Instantáneas de suites de lujo en el Trasatlántico France
Su rostro anguloso bien afeitado dibuja con su larga y delgada nariz dos triángulos montados perpendicularmente el uno sobre el otro. Mirada dura, viva, inquieta, orejas despegadas sin lóbulos, tez mate.
JEAN ECHENOZ: Ravel
Con todo, no siempre ha sido tan lampiño, en su juventud lo probó todo: patillas a los veinticinco años (…), barba en punta a los treinta seguida de barba cuadrada y un conato de bigote. A los treinta y cinco se lo afeitó todo, reduciendo al mismo tiempo el pelo, que, de esponjado, pasó a ser para siempre estricto y plano y muy pronto blanco.
JEAN ECHENOZ: Ravel (con unos 30 años)
JEAN ECHENOZ: Ravel (a partir de los 35 años)
Como el barco se ha plantado rápidamente en alta mar, los pasajeros se han cansado con igual rapidez del espectáculo. Uno y otro han abandonado el ventanal para ir a extasiarse ante la suntuosa decoración del France, sus bronces y sus palos de rosa, sus damascos y sus oros, sus candelabros y sus alfombras.
JEAN ECHENOZ: France (comedor)
(…) permiten formarse una idea del conjunto de su guardarropa. Siempre ha cuidado la composición de éste, su mantenimiento y su renovación. Cuando no las ha precedido, ha seguido siempre las últimas tendencias en lo que a vestimenta se refiere.
JEAN ECHENOZ:
JEAN ECHENOZ:
Cuando las sirenas dejan oír de nuevo su voz para anunciar Southampton, (…) Ravel comienza a distinguir (…) el ángel de bronce que domina el memorial del Titanic.
JEAN ECHENOZ: Southampton (Memorial del Titanic)
CAPÍTULO  3
De la cocina al salón, vía biblioteca y piano, más una última vueltecilla por el jardín, Ravel puede tener mucho que hacer aun sin hacer nada, hasta que al final no le queda más remedio que irse a la cama.
JEAN ECHENOZ: Comedor
JEAN ECHENOZ: Piano de Ravel en Monfort
La tarde transcurre primero en el cine, donde proyectan Napoleón, que, junto con Metrópolis, acaba de darle la puntilla al cine mudo.
Escenas de "Napoleón" (1927), de Abel Gance
Vuelve a ver esa película con gusto, si bien su sentido del humor ligero y su facilidad para entretenerse con cualquier cosa le hubiesen hecho preferir películas menos seria como “La Madone des sleepings”.
JEAN ECHENOZ:
Un día su vehículo sufrió una avería y se quedó abandonado a campo raso, donde vivió solo toda una semana a lo robinsón. Aprovechó la ocasión para transcribir algunos cantos de pájaros.
Ravel interpretando al piano "Oiseaux tristes" ("Pájaros tristes")
Tras intercambiar una pequeña mirada y una señal con la cabeza, atacan el primer movimiento de la sonata que Ravel terminó este año, dedicada a Hélene y estrenada por él mismo en mayo con Enesco al violín, en la misma sala Érard.
Primer movimiento de la Sonata para violín y piano (de Ravel)
Y cuando al cabo de un largo cuarto de hora acaban de tocar el último movimiento, “Perpetuum mobile”, surge otro problema: aplaudir o no: porque aplaudir su obra resulta casi tan embarazoso como no aplaudir a los intérpretes.
Tercer movimiento de la Sonata para violín y piano ("Perpetuum mobile") de Ravel
CAPÍTULO 4
Ligeramente sentado bajo el teclado, que sus manos no dominan sino que abordan de plano como en contrapicado, la palma por debajo de las teclas, pasea por ellas sus dedos demasiado cortos, muy nudosos, una pizca cuadrados. Si bien son ineptos para los pasajes de octava, cuentan en sus filas con pulgares excepcionalmente vigorosos, pulgares de estrangulador que se dislocan fácilmente, situados muy en lo alto de la palma, muy alejados del resto de la mano y casi tan largos como índices. No son auténticas manos de pianista ni tampoco posee una gran técnica, se advierte que no practica, toca de un modo rígido, atropellándose todo el rato. (…) En resumidas cuentas, toca mal pero, bueno, toca. Es, y lo sabe, lo contrario de un virtuoso.
JEAN ECHENOZ:
Ravel interpretando al piano su "Sonatina"
Él se limita a una rápida y sobria dedicatoria con su alta escritura nerviosa y picuda, seguida de su nombre y su apellido perfectamente legibles y ni siquiera rubricados, apenas adornados con palos verticales más altos en sus iniciales mayúsculas.
JEAN ECHENOZ:
CAPÍTULO 5
Ravel llega a California, a bordo del San Francisco Overland Limited, a fines de enero. (…) De San Francisco parte hacia los Ángeles y, permitiéndole ya la dulzura del aire instalarse en la terraza de atrás, puede contemplar el paisaje a su antojo. (…) El convoy serpentea entre montañas de aspecto diverso, amarillo rocalla o verde vivo.
JEAN ECHENOZ: The San Francisco Overlan Limited
CAPÍTULO 6
En cuanto a la casa, a pesar de tener una espléndida vista sobre el valle, la verdad es que está construida de una manera rarísima. Estructurada como un cuarto de brie, parece otra según se la mire desde la calle o desde el jardín y consiste en cinco o seis habitaciones estrechas como nidos, comunicadas por una escalera filiforme y un pasillo monoplaza.
JEAN ECHENOZ: Casa de Ravel en Monfort (actualmente)
JEAN ECHENOZ: Pasillo
Por otra parte, lo que le llevó a decidirse fue por encima de todo la vista sobre el valle que se divisa desde el balcón.
JEAN ECHENOZ: Ravel en su balcón de Monfront
JEAN ECHENOZ: Balcón
Cierto que esa pequeña vivienda está a su vez abarrotada de cosillas, miniaturas de toda suerte, estatuillas y cachivaches, cajas de música y juguetes mecánicos.
JEAN ECHENOZ: JEAN ECHENOZ: JEAN ECHENOZ:
Tres semanas más tarde, el cielo amenaza cuando una cincuentena de invitados se presenta en Montfort, un domingo, para entregar con gran pompa a Ravel su busto esculpido por Léon Leyritz.
JEAN ECHENOZ: Busto, por Leon Leyritz
El jardín, proporcionado a la casa, no es desde luego un gran jardín pero, medio japonés, está organizado en escaleras, senderos que serpentean entre los céspedes, calles bordeadas de flores exóticas y de árboles enanos que convergen en un estanque donde se contonea el raquítico surtidor.
JEAN ECHENOZ:
JEAN ECHENOZ:
Ida Rubinstein es fantástica, es la clase de mujer que viaja a cazar leones a África cuando se aburre, (…), sin olvidar nunca sus pijamas de lamé de oro, sus turbantes de plumas ni sus boleros cuajados de piedras preciosas. Ida es muy alta, muy delgada, muy guapa y muy rica, no se le puede negar nada.
JEAN ECHENOZ:
Ravel se entrega a ello, da la impresión de que le gusta, sólo que llega el verano y con él el momento de ir a pasar una larga temporada como cada año al País Vasco, a San Juan de Luz cerca de Ciboure, donde nació.
JEAN ECHENOZ: San Juan de Luz
JEAN ECHENOZ: Ciboure (casa natal)
Bueno, en fin, dice levantándose y regresando a nadar, a veces funcionaría como “La Madelon”. Pero sí, funcionará mucho mejor, Maurice, funcionará cien mil veces mejor que “La Madelon”.
"La Madelon"
Cuando Toscanini la dirige a su manera, el doble de rápido y “accelerando”, Ravel acude a verlo fríamente después del concierto.
JEAN ECHENOZ: Toscanini
Acaba de terminar esa cosilla en do menor de la que ignora que constituirá su gloria, cuando le invitan a ir a Oxford. Helo aquí saliendo del Sheldonian al patio de la Bodleian con levita y pantalón de rayas, sus zapatos de charol sin los cuales no es nada, corbata y cuello postizo, vestido con una toga, tocado con un birrete, sonriente y poniéndose lo más recto posible. Puños cerrados, los brazos le cuelgan a lo largo de su breve cuerpo, en la foto parece un poquito bobo.
JEAN ECHENOZ: Ravel en Oxford
CAPÍTULO 7
Técnica nº 2: al tiempo que se mueve uno en la cama durante horas, buscar la mejor postura, la adaptación ideal del organismo llamado Ravel al mueble llamado cama de Ravel.
JEAN ECHENOZ:
Paul Wittgenstein, pianista prisionero de los rusos y deportado a Siberia, ha regresado del frente sin su brazo derecho. (…) Paul Wittgenstein es más bien buen pianista, hermoso rostro macizo de viejo joven aunque con aire un poco hosco, no está mal pero dista de ser tan guapo como su hermano.
JEAN ECHENOZ: Paul Wittgenstein
Y al final del verano, (…) llega de Austria una nota de Wittgenstein pidiéndole un concierto para la mano que le queda.
Paul Wittgenstein al piano en el Primer Movimiento del Concierto para la Mano Izquierda de Ravel
Y, puestos en celebraciones, en pleno mes de agosto se organiza en San Juan de Luz un festival en su honor en el transcurso del cual pondrán su nombre al muelle donde nació.
JEAN ECHENOZ: San Juan de Luz (muelle Ravel)
En cambio se muestra atentísimo durante el campeonato de pelota vasca que debe clausurar esa celebración, y al final del cual, embutido en su traje, cabeza descubierta y con su eterno Gauloise en la mano, posa para el fotógrafo en medio de cuatro colosales y patibularios pelotaris, vestidos de blanco y con boina.. En esa foto es el único que sonríe, los colosos exhiben un rostro marmóreo.
JEAN ECHENOZ:
Así pues, se ve obligado a marcharse con Marguerite (Long), lo que no está tan mal en lo tocante al teclado pero no tiene la maldita gracia en lo tocante a la vida pues es una persona imposible, autoritaria, pagada de sí misma, el tipo de ama de llaves que te endosan todas las vacaciones, sin contar que es fea como un coco.
JEAN ECHENOZ: Marguerite Long
En ese punto estamos. Tiene cincuenta y siete años. Cerró hace trece años su obra pianística con “Frontispicio”, pieza que no cuenta más de quince compases, no dura más de dos minutos pero no requiere menos de cinco manos.
"Frontispice"
CAPÍTULO 8
Los médicos, no sabiendo qué pensar, le sugieren que prosiga las vacaciones en un lugar más fresco, sustituir por ejemplo el Cantábrico por la Mancha: las playas del Norte, dicen, son más tonificantes. Sus amigos se las arreglan para que le inviten a Le Touquet, y de hecho en un mes todo parece ir mejor.
JEAN ECHENOZ: Le Touquet
CAPÍTULO 9
Todos los días, tras recorrer a pie el bosque de Rambouillet, que sigue conociendo al dedillo a pesar de su estado, regresa y se pasa horas sentado junto al teléfono.
JEAN ECHENOZ: Bosque de Rambouillet
Se duerme, muere diez días después, lo visten con un traje negro, chaleco blanco, cuello duro con las puntas dobladas, pajarita blanca, guantes claros, no deja testamento, ninguna imagen filmada ni la menor grabación de voz.
JEAN ECHENOZ: Tumba de Ravel (cementerio de Levallois-Perret)
A MODO DE CODA FINAL   Por ser una composición musical sobradamente conocida, he dejado para el final el fragmento en el que aparece la referencia al Bolero (capítulo 6), de modo que su presencia ahora le otorgue a la lectura de la novela de Echenoz un esplendoroso broche de cierre. Aunque hayamos escuchado la referida pieza miles de veces, siempre supone en enorme placer su audición.
Cadena y repetición, la composición concluye en octubre tras un mes de trabajo (…). Sabe perfectamente lo que quiere hacer, ni desarrollo ni modulación, tan sólo ritmo y transposición. En última instancia, es algo que se destruye, una partitura sin música, una fábrica orquestal sin objeto, un suicidio cuya única arma es la ampliación del sonido. Frase repetida una y otra vez, cosa sin esperanza y de la que nada cabe esperar, he ahí, al menos, dice, una pieza que las orquestas del domingo no tendrán la osadía de incluir en sus programas. (…) Pero no todo sucede como tenía previsto. (…). Funciona de maravilla en concierto. Funciona extraordinariamente. Ese objeto sin esperanza cosecha un triunfo que deja estupefacto a todo el mundo comenzando por su autor. (…) Ese triunfo termina inquietándole. Que un proyecto tan pesimista reciba una acogida popular, muy pronto universal y por largo tiempo, hasta el punto de convertirse en una de las cantinelas del mundo, es algo que le lleva a plantearse problemas, pero sobre todo a puntualizar. A quienes se aventuran a preguntarle cuál es su obra maestra, les contesta de inmediato: El “Bolero”, desde luego, por desgracia está vacío de música.
Bolero de Ravel. Munich Phillarmonic Orchestra. Dirección: Sergiu Celibidache.
Parte 1
Parte 2

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