Revista Libros

Jernigan (david gates)

Publicado el 11 junio 2010 por Ceci

“Es bueno aceptar el destino cuando las cosas van bien. Cuando van mal no lo llames destino, llámalo injusticia, traición o simplemente mala suerte.”

Joseph Heller

No hay arte sin duda y sin conflicto; no del bueno, al menos. Piensen, si no, en sus novelas de cabecera y díganme si alguna de ellas está protagonizada por un tipo en estado de gracia, feliz, al que todo le vaya bien. No, ¿verdad? De hecho, sucede más bien que no pocos de “nuestros” libros, clásicos o no para la Academia, nos hablan de gente perdida y desorientada, ya se trate de un adolescente demasiado sensible para el Nueva York de los ‘50, de otro demasiado clásico para el París de los ’60, de un joven ingeniero con miedo a la vida de la llanura, de un escritor deseoso de librarse del yugo paterno o de un histérico con verborrea paranoide. No voy a aburrirles de nuevo con los placeres de la identificación pero el caso es que si nos gusta leer sobre Holden Caulfield, Peter Levi, Hans Castorp, Nathan Zuckerman o Herzog es porque, en cierta manera, nos reconocemos en ellos; sobre todo, cuando este negocio de la vida muestra su cara más puñetera. Una lee las noticias que unos y otros le van dando y se consuela, tonta o no, con sus padecimientos. Pero ser un tipo golpeado por la vida, perdido o autodestructivo no basta para ascender al Olimpo literario. Hace falta algo más; puede que carisma, chispa y garra, seguro que capacidad de generar empatía. Veámoslo mejor con un ejemplo.

Ahí tenemos a Jernigan. Viudo, padre irresponsable de un hijo adolescente, alcohólico y adicto a los analgésicos, acostumbra a desayunarse con una botella de ginebra y medio bote de pastillas para la menstruación. Tal cual, como lo leen. Y ahí donde lo ven, es inteligente. Por lo pronto, es capaz de distanciarse de su espiral autodestructiva mediante una coraza de brutal ironía y sarcasmo y de regalarnos alguna que otra perla en esas postales desde el filo que nos envía en su confesión epónima. Pero no da tregua ni consuelo. El relato de Jernigan es la cínica crónica de un descenso a los infiernos que se vuelve más violento y peligroso a cada paso que da, así que por más que, según los reclamos de la contraportada, “te agarre de las solapas” o te atrape “desde los primeros párrafos”, no es plato ligero ni agradable. Es una buena historia y su antihéroe es singular, no hay duda, pero donde otros antihéroes que en la Literatura son te hacen tomar distancia, comparar un estado con otro -a lo Edmundo Dantés- y sí, reír, no hay lugar en el Jernigan de David Gates para el “confiar y esperar” en que todo mejore, sino que, mientras dura, una siente cada vez más la presión en el pecho y comprueba por sí misma que aquel entrañable profesor de poesía latina tenía razón: “la duda es maravillosa en el arte pero terrible en la vida”.


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