Revista Cine
Historia es destino, dicen por ahí. Y, también, criterio para la programación en un festival de cine. Así que no es de extrañar que el Festival de Jerusalén guarde el espacio suficiente para el cine que habla de la historia de su nación -más allá del Estado de Israel, por supuesto-, de sus intelectuales más reconocidos y, por supuesto, de la tragedia del Holocausto.En el documental A Nazy Legacy: What Our Fathers Did (GB, 2015), presentado en la sección Jewish Experience, el abogado de origen judío Phillippe Sands -autor del guion del filme-, dialoga con dos hijos de prominentes nazis, Niklas Frank, hijo del gobernador nacionalsocialista de Polonia y responsable de la muerte de 3 millones de judíos, y Horst von Wächter, hijo de un oficial que estuvo también en Polonia, bajo el mando del padre de Frank. Sands, especializado en crímenes de lesa humanidad, entrevista a los dos ancianos que tenían 6 años cuando terminó la guerra, y viaja con ellos por varias partes de Europa, visitando lugares claves en la vida de sus respectivos padres. El resultado de esa travesía es revelador: mientras Frank no tiene empacho en condenar tanto a su madre como a su padre -quien fue juzgado y ejecutado después de los Juicios de Nuremberg-, von Wächter sigue defendiendo a su papá -que logró huir y ocultarse gracias a ciertos contactos en el Vaticano- con argumentos cada vez más elusivos. Lo que va quedando claro poco a poco es que, más allá de la devoción al padre muerto, von Wächter nunca ha dejado de ser ese niño nazi que adoraba e idealizaba a su papá. Peor aún: lo más inquietante no es que von Wächter sea un nazi enclosetado, sino que basta una visita de él a Ucrania para que aparezcan orgullos veteranos y jóvenes fascistas que recuerdan -más bien, conmemoran- los tiempos de la ocupación nazi. El director David Evans -especializado en televisión y eso se nota- dirige de manera muy funcional el filme, alternando las conversaciones de Sands con los dos hombres con imágenes de archivo y las propias reflexiones personales del abogado acerca de la responsabilidad y la culpa. Estos dos temas son clave también en Vita Activa: The Spirit of Hannah Arendt (Israel, 2015), uno de los siete documentales en la competencia oficial. Dirigido por la especialista Ada Ushpiz, estamos ante una densa biopic documental sobre la gran intelectual judía-alemana Hannah Arendt. Vita Activa... tiene un formato acaso demasiado convencional -cabezas parlantes a granel, imágenes de archivo, lectura de cartas personales en off- pero esto se justifica porque el contenido temático es demandante. Es decir, Ushpiz apuesta por una biografía intelectual y filosófica más que personal: se trata de conocer el origen de las ideas centrales en el pensamiento de Arendt, sea sobre la libertad, el totalitarismo, la justicia y, por supuesto, el tan traído, llevado y (mal) citado concepto de "la banalidad del mal".Es cierto que si uno ha leído el ensayo clásico Eichmann en Jerusalén: un Estudio sobre la Banalidad del Mal (1961) no hay mucho que el documental descubra, pero de todas formas Ushpiz logra, a través de los testimonios, las entrevistas, las citas textuales y las cartas personales, explicar de forma muy articulada el pensamiento filosófico de Arendt y por qué sus ideas siguen siendo tan pertinentes medio siglo después. Vamos, como entrada al mundo intelectual de Arendt, Vita Activa... no está nada mal.Y aunque desde el inicio es evidente que Ushpiz admira a su biografiada, Arendt no se salva de la crítica razonada y razonable de algunos de los entrevistados, además de que la cineasta no olvida la gran debilidad que tuvo la filósofa por su maestro/amante Heidegger, a quien llegó a jugar duramente en privado por su militancia nazi pero a quien nunca dejó de apoyar, incluso después de haber terminado la guerra. Ni hablar: a veces el corazón es más fuerte que la razón.