Creo que por vez primera en este espacio voy a ponerme del lado del diestro, que atacó a los antitaurinos, la verdad, sea dicha, en términos poco correctos, pero cargado de razón. Tras la necesaria suspensión de la corrida en Las Ventas por cogidas a los tres toreros de la tarde, no faltaron antitaurinos que mostraron a través de las redes sociales, su satisfacción por el hecho, y que, de ese modo, podrían conocer en su propia carne lo que sentía el toro de lidia. Semejante despropósito en boca de un partidario de la fiesta nacional o de algún simpatizante del partido popular, supondría automáticamente el calificativo de fascista, nazi y toda suerte de lindezas similares con las que regalan nuestros oídos los conspicuos del progresismo militante. No me gustan los toros, jamás he ido a una corrida y tengo, la verdad, pocas intenciones de ver el espectáculo, ni siquiera en televisión, pero nunca se me ocurriría prohibir en nombre de la libertad, ejercicio al que estamos últimamente muy acostumbrados por parte de unos políticos pusilánimes que gobiernan con el miedo al qué dirán. No tengo claro que una res introducida en un estrecho pasillo, por el que le custa moverse, hasta quedar aprosionada para después disparársele un tiro en el cuello con una pistola de aire comprimido y despellejarla cuando aún está caliente, sufra menos que un toro de lida, especie, por otro lado, cuya única razón de ser y existir, es ser toreado en un coso. Alegrarse de la cogida de un torero es una vergüenza, una iniquidad, y la evidente manifestación de la intolerancia de muchos que se autoproclaman demócratas y defensores de las libertades. El Sr. Mas no acude a las corridas de toros, pero defiende los “corre bous” porque el animalito con dos antorchas en la cabeza parece disfrutar de la clásica hospitalidad catalana, en un ejercicio de pura hipocresía. Jesulín de Ubrique llamó hijo de puta a alguno de quienes veían con agrado la grave cornada sufrida por el diestro, y lo hizo mal. Hubiese sido suficiente con pensarlo.