La idea de que Jesús no murió en la cruz sino que fue enterrado vivo, en un estado de trance narcótico inducido podría resultar una fatal herejía en el pasado. Hoy estamos más predispuestos para aceptar ciertos indicios que encontramos en la literatura medieval, y que desvelan inconfesables secretos: probablemente Jesús fue drogado con mandrágora para superar con vida el calvario de la Crucifixión.
“Pilatos, convocando a los príncipes de los sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo: Me habéis traído a este hombre como alborotador del pueblo, y habiéndole interrogado yo ante vosotros, no hallé en Él delito alguno de los que alegáis contra Él. Y ni aun Herodes, pues nos lo ha vuelto a enviar. Nada, pues, le ha hecho digno de muerte” (Lucas 23, 13-15). “Díjoles Pilatos: Entonces, ¿qué queréis que haga con Jesús, llamado el Mesías? Todos dijeron ¡Crucifíquenle! Viendo pues Pilatos que nada conseguía, sino que el tumulto crecía cada vez más, tomó agua y se lavó las manos detente de la muchedumbre, diciendo: Yo soy inocente de esta sangre, vosotros veréis” (Mateo 27, 22-24).
Así pues, todo quedó dispuesto para que Jesús fuera crucificado sin mas dilación. Era el mediodía de un viernes y antes de caer la noche fue bajado de la cruz porque empezaba el sabbat, día sagrado entre los judíos, y nadie podía permanecer crucificado ni ser descolgado, aun ya muerto, por la prohibición legal de hacer cualquier tipo de trabajo en sábado. Es dogma de fe para los cristianos que el cuerpo muerto de Jesús recibió inmediata sepultura en la gruta funeraria de José de Arimatea, donde resucitó el domingo siguiente.
Un plan para salvarle
Sin embargo, esta versión ha despertado muchos recelos, y no es pare menos. Ha quedado patente la intención de Pilatos de salvar a Jesús y podría ser que junto a José de Arimatea configurara un plan para lograrlo. Desde luego, con la decisión de crucificarle en la tarde del viernes, Pilatos se estaba asegurando de que el condenado descendiera con vida del leño. Su calvario duró unas cuatro horas, tiempo insuficiente para que pereciera. Un crucificado tardaba nada menos que entre cuatro y seis días en expirar. De hecho, cuando el proceso se alargaba tanto, los centuriones fracturaban los huesos de las piernas de los condenados pare que se asfixiaran por efecto de su propio peso, carentes de apoyo alguno, y suspendidos por las muñecas. Esta medida puede parecer cruel, pero venía a aliviar una terrible y prolongada agonía hasta que llegaba la muerte por agotamiento y deshidratación. Juan (19, 31-32) nos dejó testimonio de qua a los ladrones que fueron crucificados con el Mesías les rompieron las piernas pare qua no sobrevivieran. ¿Por que no lo hicieron con Cristo? ¿Tenían orden de no hacerlo, contraviniendo la norma habitual? ¿Debemos creer que Jesús ya había fallecido? El propio “Pilatos se maravilló de que ya hubiera muerto” (Marcos 15, 44) y un soldado le atravesó el costado con una lanza para comprobarlo. No deja de sorprender que de la herida de un cadáver manaran agua y sangre (Marcos 19, 34), cuando en tales condiciones los líquidos corporales se espesan y no brotan.
En el siglo IX se especulaba con la idea de que Jesús pudo simular su muerte ingiriendo una poción de corteza de mandrágora.
Jesús recibió sepultura, pero su tumba no fue rellenada con tierra, como marcaba la tradición judía, sino que la entrada fue tapada con una roca: “Él (José de Arimatea), tomando el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en su propio sepulcro, del todo nuevo, que había sido excavado en la peña, y corriendo una piedra grande a la puerta del sepulcro, se fue” (Mateo 27, 59- 61). Debieron quedar suficientes fisuras que permitían una saludable ventilación del interior de la gruta.
Anestesiado por sus fieles
Gloria Moss, directora de varios proyectos de investigación de textos bíblicos y medievales en las universidades de Oxford y Glasgow, tiene una razonable explicación para lo que realmente pudo suceder: “Jesús no murió en la cruz, sino que fue enterrado en un estado de trance narcótico inducido”.
Ciertos indicios encontrados en la literatura y herbarios medievales desvelan interesantes secretos. Por ejemplo, Chrétien de Troyes, uno de los mayores exponentes medievales de la literatura cortesana, escribió “Cliges”, la fábula de una francesa que, enamorada de un apuesto caballero, quiso escapar de un matrimonio de conveniencia. No queriendo arruinar su reputación ni la de su familia, en vez de fugarse, la muchacha decidió simular su propia muerte. Ingirió una poción aletargante y, tres días después de su entierro, resucitó. La heroína, por cierto, se llama Fenice, nombre con una pronunciación fonética que suena coma “Feniss”. Desde la Edad Media, el Ave Fénix es símbolo de Cristo y de su resurrección. Por eso, y por la fama de Chretien como escritor polémico, tendente a insinuar cosas susceptibles de provocar escándalo, muchos estudiosos han creído interpretar el significado secreto de su obra coma una alegoría de lo qua sucedió con la crucifixión del Mesías.
Durante el siglo XII no se podían esgrimir opiniones religiosas con ligereza, pues el riesgo de ser etiquetado coma hereje era demasiado elevado. Chrétien fue escritor en la Corte de Champagne, famosa por su vinculación con la Orden del Temple y por sus traducciones bíblicas. Allí se convirtió en gran crítico de la ortodoxia cristiana y quiso divulgar sus falsedades. Consideró que si lo hacía a través de fábulas estaría a salvo. Desgraciadamente pare él, se equivocó. Antes de terminar su romance más famoso y enigmático, “Perceval” −la versión más antigua del ciclo griálico−, Chrétien murió inesperadamente y en extrañas circunstancias.
En obras macho más recientes, como el éxito de Michael Baignet, Richard Leigh y Henry Lincoln, “The Holy Blood and the Holy Grail”, se especifica que Cristo fue anestesiado con una poción de opio y vinagre. Los evangelistas narran cómo exhaló su último suspiro tras serle ofrecida una esponja bañada en vinagre: “Uno de ellos tomó una esponja, la empapó en vinagre, la fijó en una caña y le dio a beber” (Mateo 27, 48 y Marcos 15, 36). “Cuando hubo gustado el vinagre, dijo Jesús: Todo está acabado, e inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Juan 19, 29-30).
En realidad, la idea de que la esponja además contenía opio nace en el siglo I, cuando el herborista Dioscórides habló de las cualidades somníferas de esta droga. Sin embargo, el principal componente del opio es la morfina, cuyo efecto no es inmediato, como resulta del episodio vivido por Jesús, sino que es absorbida lentamente por el organismo. Además. la morfina altera la respiración, no la corta; y, por si fuera poco, combinada con vinagre, se obtiene acetato de morfina, quedando sus efectos narcóticos altamente mermados.
En el siglo IX surge otra posibilidad. Nicolai de Salerno, en su “Antidotario”, sugirió que la sustancia soporífera que debía contener la esponja era mandrágora, droga capaz de actuar como eficaz anestésico. El fruto de la planta puede producir agotamiento, y la raíz y la corteza son aún más potentes. Es más, la ingesta de una raíz de mandrágora cocida en vinagre puede dejar a una persona inconsciente durante varias horas; y la corteza induce un estado de desfallecimiento acompañado de una notoria exhalación. El individuo parece muerto, pero en realidad solo está dormido.
La prueba de que la mandrágora ya era conocida en la época de Cristo la encontramos en el Génesis (30:14): “Salió Rubén al tiempo de la siega del trigo, y halló en el camino unas mandrágoras”; también en el Cantar de los Cantares (7:14): “Ya dan su aroma las mandrágoras”.
La vida secreta de Jesús
El doble viaje de Jesús, antes y después de la crucifixión. Cuando era adolescente fue hasta la India para perfeccionarse en el conocimiento divino y estudiar las leyes de los grandes budas.
Muchos investigadores han intentado seguir los pasos de Jesús. Una de las hipótesis más sostenibles y sobresalientes es que el Mesías huyó a la India en busca de las diez tribus perdidas de Israel. Llegó a Cachemira, tuvo mujer e hijos, y una vida longeva, extinta por muerte natural. Su supuesta tumba se venera en Srinagar, capital de Cachemira.
Su madre, María, descansaría en Pakistán. Exhausta y demasiado vieja para completar el viaje desde Galilea, murió a pocos kilómetros de Cachemira. Ambas sepulturas están orientadas de Este a Oeste, como manda la tradición judía. Lo cierto es que un sinfín de topónimos parecen dar fe del paso de alguien llamado Jesús por la ruta que une Palestina con el norte de la India, como Maquam-I-Isa (“lugar de estancia de Jesús”), Yusmarg (“prado de Jesús”) o Mai Mari de Asthan (lugar de descanso de la Madre María”).
Pero lo más interesante son unos viejos manuscritos localizados, a finales del siglo XIX, por el ruso Nikolai Notovitch en la lamasería tibetana de Hemis, en Ladakh, región entre Cachemira y el Tíbet. Según un informe realizado por el propio Notovitch, y encontrado más tarde por los misioneros Marx y Francke en la biblioteca del mismo monasterio, los manuscritos narrarían los dieciocho años de la vida de Jesús que no recoge la historia sagrada occidental. Los textos bíblicos pierden la pista del Mesías cuando tiene doce años, y no reaparece en escena hasta cumplidos los treinta.
Conocido entre los grandes lamas como Isa, el profeta blanco venido de Palestina, se hicieron descripciones de su vida y su obra, mientras enseñaba las doctrinas sagradas en la India y entre los hijos de Israel: “Poco tiempo después un hermoso niño nació en el país de Israel; el mismo Dios habló de boca de este niño explicando la insignificancia del cuerpo y la existencia del alma. Los padres de este niño eran gente pobre. que pertenecían a una familia distinguida por su piedad, que había olvidado su antigua grandeza sobre la Tierra, celebrando el nombre del Creador y agradeciéndole las desgracias con que les habla provisto. Para premiar a esta familia por el hecho de haber permanecido firme en el camino de la Verdad, Dios bendijo a su primogénito y lo eligió para que redimiera a aquellos que habían caído en desgracia y para que curara a aquellos que estaban sufriendo. El niño divino, al que dieron nombre de Isa, comenzó a hablar, siendo aún un niño, del Dios uno indivisible, exhortando a la gran masa descarriada a arrepentirse y a purificarse de las faltas en las que había incurrido. La gente acudió a todas partes para escucharlo y quedó maravillada ante las palabras de sabiduría que surgían de su boca infantil; los israelitas afirmaban que en este niño moraba el Espíritu Santo. Cuando Isa alcanzó la edad de trece años, la época en que un israelita debe tomar una mujer, la casa en la que sus padres se ganaban el pan mediante una labor modesta empezó a ser sitio de reunión de la gente rica y noble que deseaba tener al joven Isa por yerno, siendo así que en todos lados era conocido por sus discursos edificantes en nombre del Todopoderoso. Fue entonces cuando Isa desapareció secretamente de la casa de sus padres, abandonó Jerusalén, y se encaminó con una caravana de mercaderes hacia Sindh. Con el propósito de perfeccionarse a sí mismo en el conocimiento divino y de estudiar las leyes de los grandes Budas”.
La fama del joven profeta blanco se extendió por toda la región. Llegó hasta Jagannath, donde fue recibido por los sacerdotes de Brahma e iniciado en las enseñanzas védicas. Transcurrieron seis años de paz hasta que Isa comenzó a predicar la igualdad de los hombres. Esto le enemistó con los brahmanes, quienes tenían esclavizados a los shudras. Hasta tal punto defendió la creencia de que Dios no había establecido diferencias entre sus hijos, que tuvo que trasladarse al país de Gautamides para salvar su vida. Pasó otros seis años estudiando los rollos sagrados de los sutras, luego abandonó Nepal y las montañas del Himalaya, y fue predicando a favor de la igualdad de los hombres y de un único Dios hasta llegar a Persia. La narración de los manuscritos conservada por los lamas tibetanos dice que Isa contaba con veintinueve años cuando regresó a Israel. A partir de aquí, cuanto nos refiere Notovitch de lo relatado en los textos tibetanos coincide con la versión bíblica que conocemos.
La muerte de Jesús
Cripta de Rozabal, donde muchos investigadores creen que está enterrado Jesús.
Por tanto, tras la crucifixión, Jesús pudo refugiarse en la India porque ya había pasado allí una buena parte de su vida. Shaikh al Sa’id-us-Sadiq, cronista del siglo X, nos refiere interesantes pasajes de la vida y muerte de Jesús, por lo que los orientalistas dan un valor excepcional a su libro “Kamal-ud-Din vas Tmam-un-Nrmat fi Asbat-ut-Ghai-but was Ksf-ul-Hairet”. Dice Shaikh al Sa’id-us-Sadiq que cuando Jesús sintió próximo su final mandó llamar a su discípulo Ba’bat (Tomás) y le indicó que construyera una tumba sobre su cuerpo en el lugar exacto en que su espíritu lo abandonara. Entonces se tumbó con la cabeza orientada hacia el Este y expiró.
Según la tradición persa, así se hizo, y la llamada cripta de Rozabal hoy puede visitarse en el distrito de Khanyar, en el centro dala ciudad cachemir de Srinagar. Aunque los musulmanes dicen que el Rozabal es la tumba del santo Yuza [Yussuf] Asaf, muchos investigadores creen que contiene el cuerpo del Mesías porque durante la huida, Jesús tuvo algunos percances que le obligaron a camuflar su identidad. Perseguido por el pueblo de Nisibis (Siria), adoptó el nombre de Yuza Asaf, que significa “procurador de los leprosos”.