POR: ANTÓN FERNÁNDEZ DE ROTA · FUENTE: DIAGONAL · 12 ENERO, 2016
No hay tradición sin invención, ni invención sin tradición, decía un antropólogo querido. Y la propia tradición de Jesús no escapa a este juicio, que lejos de condenar las tradiciones o de despachar las invenciones como meras falsedades, asume los retos del conocimiento entendido comopoética, al modo de Vico.
La historia es un cementerio de verdades muertas, aseguraba Nietzsche. Pensar es dar forma a lo nuevo, problematizar lo habido y darle nuevos contenidos. Y sin embargo, son necesarios los métodos, las formas de valorar, para gobernar de la mejor manera nuestra capacidad inventiva.
En los últimos días se ha criticado la aparición de las Reinas Magas en las cabalgatas, y la vestimenta de los Reyes, por no considerarla fidedigna, incluso que Baltasar haya tocado en Madrid un instrumento africano. Pasó desapercibido el pequeño niño al que se dice que los reyes vinieron a visitar, cuando, en teoría y al menos para los cristianos, él debería haber sido el protagonista.
En otro lugar afirmé que Ahora Madrid se equivocaba al volcar sus esfuerzos en intentar resignificar la tradición de los Reyes. Hacer lo propio con Papá Noel hubiese sido más interesante. Aquí mi artículo, titulado "El holocausto de Papá Noel y el retorno del Rey de la Navidad": http://zoepolitik.com/?p=962
Pero lo cierto es que no es menos importante abrir al debate público la precaria caja negra de Yeshua ben Yosef, el tekton, que no carpintero, el artesano de la construcción que vivió en tiempos convulsos, caracterizados por la opresión del imperio romano, las concentraciones de tierras en pocas manos, la enorme carga impositiva succionada por los césares y las élites judías sacerdotales, y las deudas, que gracias a las astucias legales del momento, haciendo caso omiso a las leyes mosaicas del Deuteronomio y del Levítico -el primero obligaba a la cancelación de las deudas entre pares al séptimo año de haber sido contraídas; el segundo decretaba una cancelación general cada cincuenta años- despojaban a la población de sus pertenencias y sus medios de vida.
Este es el contexto de Jesús, servidumbre por deudas y dominación imperial, quien sin duda hubo de reinventar las prácticas insurrectas tras haber comprobado lo que por otras vías cosecharon sus antecesores, desde el bandolero y mesías Judas el Galileo hasta al maestro de Jesús, Juan el bautista. Sobra decir que los intentos de Jesús fueron de todo menos exitosos. Murió, igual que el resto de mesías. Pero este hecho, que de por sí hubiese bastado para desacreditarlo, pues solo es un verdadero mesías quien triunfa restaurando el Reino de Dios en la tierra, no impuso su olvido, sino todo lo contrario. Si esto fue así, lo fue porque sus partidarios fueron capaces de reconstruir por completo su figura y también la misma idea que se tenía del mesías, de una manera que jamás podría haber sido aprobada por un judío que, como Jesús, viviese a comienzos del siglo primero.
Por más que haya existido un Jesús histórico, el Jesús de cualquiera que sea la tradición legada tiene más de mitológico que de histórico. Así como toda religión es sincr ética, Jesús es el resultado de una mezcla de unos pocos hechos más o menos contrastables en el archivo, algunos otros que se le atribuyen pero que no le corresponden, y puros añadidos interesados por parte de los redactores de los Evangelios y de quienes les sucedieron. Aún con todo, algo puede decirse. Para lo que atañe a la polémica suscitada por las Cabalgatas de Reyes, quedémonos con siete puntos resaltados habitualmente por los historiadores:
1. Los evangelios son unos cuantos, no cuatro. La selección de los textos reconocidos por la institución eclesiástica no es inocente, pero incluso este corpus restringido comprende una masa contradictoria que debió ser purgada una y otra vez y acondicionada según cambiaban los tiempos. El primero de los textos canónicos, el de Marcos, fue escrito aproximadamente 40 años después de la muerte de Jesús. Fue modificado más tarde. La resurrección no aparece en la primera versión, que termina en el 16:8 con las siguientes palabras: "Y saliendo ellas, huyeron del sepulcro, porque un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas; y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo." En el siglo II fue reescrito incluyendo el conocido pasaje de la resurrección, presente en los otros tres evangelios, un evento que hizo posible el cristianismo tal y como lo conocemos, y que salvaba milagrosamente a Jesús de la acusación de falso mesías.
2. No puede ser obviado el contexto político en que escriben los evangelistas, posiblemente autores colectivos, tampoco el carácter estratégico de sus relatos. Cuando escribe "Marcos" acaba de fracasar la rebelión judía gracias a la cual en el año 66 habían sido expulsados los romanos. Jerusalén es recuperada. Las fuerzas de Tito destruyen la ciudad en el año 70 reduciendo a cenizas el Templo, en cuyo interior moraba el Dios de los judíos. La casa de Dios ha sido destruida y los romanos no permiten reconstruirla. El vínculo fundamental entre el dios de un pueblo y su tierra se ha roto. Lucas y Mateo escriben dos o tres décadas después, a finales del siglo I. El movimiento de Jesús y buena parte de los judíos se encuentran ahora en la diáspora. La religión se ha desterritorializadotanto como sus creyentes, que tras la universalización de Pablo, en su mayoría ya no son judíos. Lucas y Mateo se inspiran en el texto de Marcos, pero deben adaptarlo a la nueva situación. Jesús, el sedicioso que clama contra la expulsión de los romanos y reivindica la tierra prometida, se convierte en el tercer cuarto del primer siglo en un líder espiritual universal, sin interés por las cuestiones políticas.
3. Nadie se ha quejado, al parecer, de que sigan poniéndose belenes en navidad. Los Reyes siguen viajando hacia Belén. Pero no parece creíble que Jesús haya nacido en aquel pueblo, sino en una localidad aún más pobre y pequeña: Nazaret. El viaje de la familia de Jesús por motivos catastrales es un completo sinsentido. Primero, porque muy posiblemente el censo de Cirenio sea anterior (se estima que Jesús nació el año 4 a.C., y el censo es del 6 a.C.). Segundo, porque el censo romano se realizaba en el lugar de residencia y no de origen. Tercero, porque el censo no tuvo lugar en Galilea. Si escarbamos en las capas arqueológicas de los textos nos encontraremos como conviven tensamente proyectos discursivos antagónicos. El Jesús de las cabalgatas "tradicionales" es el Jesús espiritual y apolítico. El Jesús que en cambio debía haber nacido en Belén, está impregnado por restos de otro tipo.
4. Sería interesante leer con detenimiento la aparición de los Reyes de Oriente en el Nuevo Testamento. ¿Eran reyes o eran magos? Una invención, una licencia de los evangelistas sin duda, pero dentro de un relato simbólico que reproduce cierta ambivalencia: ¿era Jesús un "mago" -exorcista o hacedor de milagros- o un aspirante a Rey, figuras ambas tan comunes en aquellos tiempos? ¿O más bien era las dos cosas a la vez, mago y mesías, y precisamente en esto residió su novedad, siendo lo que explica el éxito que tuvo a la hora de expandir de su movimiento, pueblo a pueblo, hasta llegar desde la periférica Galilea hasta Jerusalén? Sus rituales de sanación reproducen los de otros curanderos con pretendidos poderes divinos. Sus gestos mesiánicos, calcan los anteriores. Por ejemplo, la entrada triunfal en la Ciudad Santa, en el año 30, acompañado de multitudes, a lomos de un asno que camina sobre mantos extendidos, saludado por hojas de palma. Las hojas de palma son un recuerdo de la lucha de los Macabeos que dos siglos atrás (en el 164 a.C.) liberaron Jerusalén de la invasión extranjera. Sobre mantos fue coronado Jehú como rey de los judíos. Su entrada subido al asno es una reescritura de la profecía mesiánica de Zacarías: "He aquí que vendrá a ti [Jerusalén], justo y salvador, humilde, cabalgando sobre un asno".
5. El más célebre Rey de los Judíos fue David. Las sagradas escrituras afirman que era originario de Belén. El Jesús de los evangelistas se reivindicaba descendiente de la casa de David, de ahí que hubiese que reconducir su nacimiento hasta la aldea del antiguo rey. Rey de los Judíos es el titulumque le pusieron a Jesús en su cruz. Los romanos crucificaban a todos los sediciosos -mesías, zelotes, sicarios, bandoleros- inscribiendo el delito del que se les acusaba para que todos lo conociesen y temiesen cometerlo. Rey de los Judíos significa algo muy concreto. El "reino de Dios" no estaba en los cielos, sino que era el reino terrenal que Yahveh le dio a su pueblo tras su fuga de Egipto. Hablar del Reino de Dios y declararse mesías -es decir, el ungido, sinónimo de Rey de los Judíos- era negar la legitimidad de la ocupación romana, pues la tierra prometida solo pertenecía a Dios, entregada para único disfrute del pueblo elegido; era también afirmar su ley, la ley de Dios, y por tanto rechazar el pago de tributos a los usurpadores de la tierra, así como obligarse a restaurar las leyes para la cancelación de deudas. Convertir el Reino de Dios en un reino únicamente celestial y extenderlo a toda la humanidad sería, por tanto, un completo sacrilegio en tiempos de Jesús, a comienzos del siglo I.
6. Hay un pasaje que se cita para desacreditar esta interpretación, el conocido "a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios" con el que contesta Jesús a los sacerdotes del Templo, y que vendría a explicar la supuesta afirmación de Jesús ante Pilato: "mi reino no es de este mundo". La descripción ofrecida en la Biblia de Poncio Pilato resulta increíble. El Prefecto, conocido por su dureza, inclemencia y desprecio hacia los judíos se convierte en los evangelios en todo lo contrario, una figura comprensiva, incluso piadosa. Con el fin de exculpar a Roma, cuyas manos lavan los evangelistas, y facilitar el desarrollo del cristianismo bajo el Imperio, el Pilato bíblico llega incluso a reconocer la deidad de Jesús. En el último evangelio escrito, el de Juan, termina por volcarse toda la culpa sobre los judíos, dando lugar al antisemitismo cristiano.
7. No es posible emplear la historia para dilucidar ninguno de estos pasajes, ni el del templo ni el del juicio de Pilato. Pero hay quien ha querido hacerlo. Una posible interpretación. Jesús es interrogado en el Templo. Se le enseña un denario y se le pregunta si el pueblo elegido debe pagar impuestos a César, y por tanto aceptar su dominio. El denario es lo que es de César. Darle lo que es suyo bien podría querer decir devolverle esa moneda con la que cobra los tributos, pues a Dios lo que es de Dios, esto es, el Reino de Israel, la tierra prometida, donde no volverá a circular la moneda del Imperio.
En El AnticristoNieztsche escribió: "Todos los espíritus sectarios hacen en su maestro su propia apología". El anticristo, por supuesto, también lo son, para el filósofo, estos cristianos. Sectario o no, no hay traductor que no sea a la vez un traidor. Marx insistía en que él no era marxista. Cristo podría haber dicho lo mismo acerca de los cristianos, y con más razón todavía. Toda la historia cristiana es una traición al Jesús judío, empezando por aquél romano convertido, Pablo de Tarso, retratado por Alain Badiou como una especie de Lenin del cristianismo, y siguiendo por los evangelistas. Así las cosas, si se quiere ser rigurosamente "fiel a la tradición", como pretenden los detractores de las Cabalgatas alternativas, habría que dejar de identificar a Yeshua ben Yosef y a su primera comunidad con el cristianismo. Jesús "jamás, jamás, jamás" fue cristiano. Tan sólo lo fue en retrospectiva, una vez apareció tras su muerte el cristianismo.
Pero si aún con todo se desea respetar algo de esta tradición, paradójica tanto o más que tantas otras, quizás podrían empezarse por respetar el mandato recogido en el único sacramento que los evangelistas dicen que Jesús pronunció de viva voz, y que por eso aun Tomás de Aquino insistía en el siglo XIII en considerarlo el más importante de todos. En el Padre Nuestro se reza -a pesar de ciertas traducciones, relativamente recientes e interesadas- "perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Deuda y pecado aquí, como en los Evangelios, son palabras intercambiables. Léase esto conjuntamente con la parábola del sirviente inmisericorde y con la expulsión de los mercaderes y cambistas del tempo, a manos de un Jesús colérico que lidera una turba insurrecta, y que arremete, como volverá a ocurrir en la rebelión del 66 d.C. según Flavio Josefo, contra los registros de la deuda haciéndolos trizas.