Ahora que estoy entretenido con estos hilos viejos, recuerdo aquella idea de Felipe Calvo, humanista palentino que veraneaba en Polentinos, de llevarse a un herrero de Cervera de Pisuerga a la Universidad. Jesús Juez, que era una institución en la villa, fue el primer alcalde de la transición. Yo era amigo de sus hijos, pero siempre me cautivó la personalidad de Jesús, su maña para el oficio, su conocimiento de la historia de la villa y, sobre todo, su templanza para explicarlo como el más experimentado de los profesores, motivos suficientes para llevarle a la sección "Protagonistas de la Montaña Palentina", en el mismo tiempo en que el académico decide presentarle en la Complutense.
Cuenta que empezó con una cepilladora, cuando las dificultades para establecerse por cuenta propia eran mayores, dado la escasez de materiales. "Yo nunca miraba lo que ganaba, miraba lo que aprendía". Un día le contó a su amigo Felipe Calvo, por quien bebía los vientos, que en cierta ocasión alguien le había traído una escopeta a reparar, con tan mala suerte que se rompió el muelle. ¿Cómo le iba a entregar así la escopeta a su dueño? Y así fue como se dispuso a elaborar un muelle nuevo, lo que supuso muchas pruebas hasta dar con el temple adecuado. A Felipe, doctor en Química Industrial por la Universidad de Madrid y doctor en Metalurgia por la Universidad de Cambridge (Inglaterra), tanto le impresionó que quiso llevarle a dar una conferencia a la Universidad. "Tú tranquilo -le dijo- he cursado cincuenta invitaciones". A la 1,30 de la tarde le llaman de Televisión. "Yo estaba pendiente de todos. Aquello era demasiado, nunca pasé un trago peor". Jesús Juez llegó al locutorio y se lo encontró abarrotado. La gente de pie, contra la pared, como podían, dos mil personas, los pasillos llenos, los focos encima, las cámaras de la primera cadena de TV sobre la cara, sin perderse los movimientos de un herrero de pueblo que iba a disertar sobre cómo fabricar muelles de escopeta. Los expertos lo calificarían después como un caso insólito y la experiencia le quedó grabada porque al final todos de pie, aplaudieron sin cesar a aquel personaje que sin querer se había ganado un puesto en la Universidad. Aquello fue, como bien se imaginó el humanista palentino, una lección magistral de quien supo hacer con los metales y de los metales lo que necesitó en cada momento, tirando más de intuición que de conocimientos.
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