Revista Opinión

Jesús no era socialista

Por Beatriz

autor: blog Agua Viva
El presidente de Venezuela, Hugo Chavez, dijo una vez que “Jesús es el más grande socialista de nuestra era”. En algunos sitios dicen que como Jesús era carpintero, era obrero y comunista.
¿Jesús era socialista?
En todo el evangelio vemos que Jesús muestra un gran respeto por el hombre.
En un sistema socialista, el hombre está al servicio del Estado, se convierte en su esclavo, algo que Jesús jamás hubiera avalado.
La enseñanza de Jesús se dirige al hombre, y toda su doctrina es en todo momento personal o individualista: “no te fijes en la paja del ojo ajeno, fíjate en la viga que hay en tu ojo”. “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, “que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda”.
Jesús reconoce los talentos individuales de cada hombre en la parábola de los talentos (Mt. 25, 14-30): “Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad”. Y además dice que cada uno de ellos aprovechó el talento que tenía, unos con más ventaja que otros: “el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos. En cambio el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor”. Además reprende al que escondió su talento: “Mas su señor le respondió: Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses. Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos”.
En la vida espiritual, como en el aspecto material, hay talentos que Dios da y que son individuales para provecho de la persona misma y de la comunidad.  La doctrina social de la Iglesia reconoce que algunas personas tienen más talento que otras para generar riqueza, y que este talento deben ponerlo al servicio de los demás, enseñar a pescar en lugar de regalar pescado, enseñar a otros a obtener una fuente de ingreso para que puedan sostener a sus familias, en lugar de guardarse ese talento para provecho propio.
Ante la pregunta del joven rico (Mc. 10, 17-22) sobre cómo hacer para ser perfecto (puesto que ya cumplía con todos los mandamientos), Jesús le responde “vende todo y dalo a los pobres”. Y como al joven rico le parece demasiado, se retira con sus posesiones. Jesús aunque le entristece su respuesta no le quita por la fuerza, contra su voluntad, sus bienes para entregarlo a los pobres.
Cuando Zaqueo se convirtió (Lc. 19 1-10) dijo: “Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo.” Jesús no le dijo a Zaqueo que tenía que entregar toda su fortuna en lugar de la mitad.   Tampoco hay que tomar esto al pie de la letra: "sólo hay que entregar la mitad de la fortuna".  Cada uno sabrá discernir cuánto dar, en qué momento, todo o la mitad.  Lo que quiero resaltar únicamente es que en Cristo no hay violencia.
Por último, en la época de Jesucristo existía un grupo de judíos revolucionarios de resistencia que rechazaban la dominación romana: Los Zelotes, resistencia que no se basaba sólo en acciones armadas, sino que también propagaban una serie de doctrinas subversivas. Jesús no tuvo ni una sola palabra de elogio hacia ellos, nada, ni la más mínima cercanía.
La raíz de la pobreza es el pecado. La única revolución compatible con el cristianismo es la revolución del amor. Quien ama a su prójimo procura su bien, abre su mano, lo asiste materialmente. El cambio debe venir libremente, sin violencia y por amor, y es al corazón del hombre que el cristiano debe dirigir su mayor esfuerzo, porque de allí nacen las buenas acciones.

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