Rebecca O’Brien, la productora de uno de los más lúcidos y comprometidos cineastas de la actualidad, anunció no hace mucho que, con una alta probabilidad, Jimmy’s Hall sería el último trabajo de ficción de Ken Loach. El director piensa continuar en el mundo del cine, pero sus proyectos están más centrados en el género documental. Ese toque realista que tanto estima y que se materializa, con mayor intensidad, en cada uno de sus últimas propuestas.De hecho, esta película es la adaptación de la obra de teatro de Donal O’Kelly, titulada Jimmy Gralton’s Dancehall, sobre un histórico comunista irlandés, el único ciudadano de ese país deportado a los Estados Unidos sin ningún tipo de proceso.Una historia que, hábilmente como es costumbre, su fiel colaborador desde hace casi una década, el guionista Paul Laverty, ha sabido arropar con sutiles sentimientos e intensos compromisos, en una sucesión de brillantes escenas que alternan la gravedad de la situación con el humor justo, y siempre, necesario.Al último Ken Loach le reprocharon su falta de originalidad, en su presentación en Cannes, pero creo que ese aspecto está muy lejos de las intenciones del cineasta. El director quiere contar una parte de la historia de su país (en cierto modo, casi una continuación de su película de 2006, El viento que agita la cebada) y recordarnos que la libertad se conserva gracias a los esfuerzos diarios.El protagonista Jimmy Gralton, encarnado con potencia y prestancia por Barry Ward, regresa en 1932 a su país, tras un exilio en EE.UU de 10 años. Irlanda ha cambiado mucho, la situación parece haber evolucionado y Jimmy decide, casi a petición popular, volver a abrir una antigua “casa de la cultura”, el Hall del título, donde se aprende a bordar, cantar, se baila los fines de semana… en dos palabras, se vive. Pero, como siempre, los inquisidores, única especie que ha sobrevivido e, incluso, logrado adaptarse a los nuevos tiempos, se muestran radicalmente en contra de este proyecto y hará la vida imposible a Jimmy y a todos los que osan unirse a tal provocación.Por desgracia, la supervivencia de los Torquemada actuales está asegurada y apoyada por muchos grupos políticos, económicos, sociales… Por eso la película de Ken Loach, de ardiente actualidad, nos recuerda que, frente a las doctrinas retrógradas de cualquier púlpito, también se puede y se debe luchar por la libertad, desde los lugares más insospechados, como los pódiums (y al mismo tiempo, hacer ejercicio, conocer gente y divertirse).