Hoy, aniversario de la muerte de
Yukio Mishima (1925-1970), recordaré el Jisei No Ku (poema de despedida antes de la muerte) que escribió este poeta, escritor, compositor y actor japonés, eterno nominado al Nobel, orgulloso, leal a su pueblo.
Imaginemos a Mishima ante el papel, desgranando sus últimas palabras. Poco después, arengaba a los soldados para que devolvieran al Emperador de Japón a su lugar legítimo. Lleva atado en su frente un hachimaki con la inscripción "Vive siete vidas para servir mejor a la Patria", grita a las gentes para que se revuelvan contra la constitución impuesta por los Estados Unidos tras la guerra; les pide que recuperen sus tradiciones.
Mishima arengaba así a la multitud:
Hemos visto a Japón emborracharse de prosperidad y caer en un vacío espiritual... hemos tenido que contemplar a los japoneses profanando su historia y sus tradiciones... el auténtico Japón es el verdadero espíritu del samurai... cuando vosotros (soldados) despertéis, Japón despertará con vosotros... Tras meditarlo serenamente a lo largo de cuatro años, he decidido sacrificarme por las antiguas y hermosas tradiciones del Japón, que desaparecen velozmente, día a día... El ejército siempre ha tratado bien al Tatenokai, ¿Por qué entonces mordemos la mano que nos ha tendido? Precisamente porque lo reverenciamos... Salvemos al Japón, al Japón que amamos...
No le escuchan, sólo hay griterío.
Entonces vuelve a la sala donde su Tate-no-kai (hermandad del escudo, una especie de pequeño ejército que formó Mishima) tiene retenido al general Mashita. y como protesta, como llamada de atención, se aplica el harakiri con una espada corta que raja de forma horizontal su vientre. Esa muerte dolorosa es asistida por su compañero Morita, que decapita a Mishima completando el Seppuku.
En un acto de honor, Yukio protestó por el olvido de la sociedad japonesa de la importancia de las antiguas tradiciones japonesas representadas por la realeza en la figura del Emperador. Antes muerto que sin valor; antes muerto que sin honor.
Jisei No ku de Yukio Mishima:
La muerte me acecha, la siento, la oigo, la puedo oler... Para leer más: Shi o mae
Espero que me permita continuar con mis recuerdos un poco más, unos minutos más.
Me inclino ante el altar de oración. Mi espada corta, mi fiel wakizashi, descansa sobre una tela blanca, inmaculada. Su filo brilla como la luz del sol naciente, fuerte y poderosa, luz eterna portadora de vida, la que deberá llevarse mi existencia y mi último aliento.
Yukio Mishima
Siento ahora el frío en mis manos, el viento que sopla en mi cuello y mi corazón se para unos instantes. Resisto, con la imagen de mis soldados enfrentándose a la batalla. Mi padre orgulloso, mirándome con aprobación desde la altura que le proporciona el estar sentado sobre su hermoso corcel negro.
El enfrentamiento va a comenzar; hombres contra hombres, luchando por lo que cada cual cree que es justo, katanas quitando vidas, cortando cabezas, miembros, sangre bañándo mi cara, las caras de mis hombres.
La inquietud se apodera de nuestras filas. La noche se cierra como un enemigo más, las sombras cubren nuestras armas, nuestras monturas, nuestras almas.
Todo está perdido, sólo me queda una salida, la más noble, la que mantendrá mi honor y el de mi familia.
Por ello, acudo al Seppuku; por ello, dejo mis últimas palabras en mi Jisei No Ku.
-"A los dioses clamo en mis últimas horas de vida en este mundo.
Mis pensamientos los entrego a mis antepasados, en los que busco cobijo.
Mi vida fue del Imperio, a él entregué mi corazón, y por él, vertí mi sangre y la de mis hombres.
Por mi pueblo, derramo hoy también mi sangre, definitivamente, con el pensamiento de que inunde las tierras por las que luché, para que crezcan fuertes, hermosas y salvajes.
Mi vida entera la ofrezco, mi muerte la acompaña; un sacrificio dispuesto para salvar lo mejor de mi mundo, de mi país y de su gente.
Deseo que permanezcan nuestras tradiciones, que surjan nuevos sensei, que instruyan, enseñen, eduquen a nuestros hijos; que les iluminen en la creencia de que algún día, un nuevo sol, más luminoso que el nuestro, acogerá a todos los pueblos en un gran abrazo.
Pido a los dioses de mi país que acojan mi alma, que la acunen entre sus brazos como hizo mi madre al nacer yo; pido alcanzar la sabiduría de mis ancestros, ser un Eirei más, recibido con alegría.
Quiero ser un espíritu más en el cielo de nuestros antepasados..."
Bajo la mirada hacia mi Wakizashi, la tomo en mis manos y la acerco a mi vientre...
En un suspiro, estaré con el Sol Naciente... Ni shuzushii kaze
El viento frío, indiferente,
pasa ante la muerte
Soy un guerrero, un soldado.
Sirvo a mi Señor desde tiempos remotos, eternos, continuando la tradición de mi familia, depositario de secretos y saberes prohibidos.
Soy un guerrero y hoy dejaré de existir.
Mi cuerpo y mi alma se forjaron bajo las enseñanzas de mi padre, samurái del antiguo clan Minamoto. Mis músculos se desarrollaron con los entrenamientos de los viejos sensei de nuestro ejército, para proteger nuestro mundo y conseguir sobrevivir a los acontecimientos, duros y oscuros que se cernían sobre todos nosotros.
Mis brazos sostienen mi katana en un último entrenamiento, en un desahogo de mi mente que espera, asustada, su final, su último combate, su encuentro con los kami, los protectores de mi hogar...
Recibo con alegría el último soplo del viento en mi cara, los últimos besos del sol, el aroma del cerezo, bendito sakura. Cierro los ojos y respiro profundamente, silenciosamente, mientras pienso en las últimas palabras que dejaré, en mi Jisei No Ku, y mis manos tiemblan...
Recuerdo a Haha susurrándome al oído:
-Hijo querido, eres el heredero de una gran dinastía, el llamado a proteger y guardar las puertas de un mundo especial, grande y poderoso; el imperio del sol naciente, sus territorios, su cielo de nubes llenas y de un sol rojo, cálido y lleno de vida. Un mundo que jamás se extinguirá...hijo mío, eres un privilegiado, guarda con tu vida a tu país y a sus tradiciones, y, cuando llegue el momento, sé capaz de morir por tu pueblo.
Vuelvo a suspirar recordando las sabias palabras de mi madre.
Ahora, en las últimas horas de mi vida pienso en lo que fue mi existencia, en las vidas que segué con Arashi, mi eterna compañera, mi fiel amiga.
La muerte me sigue adonde quiera que yo vaya. Como una fuerza de la naturaleza, no puedo evitarla. La enfrento, la esquivo, pero siempre me alcanza.
-No te quiero, no te necesito-, le digo al viento deseando que le llegue mi mensaje.
-¿Por qué insistes en viajar conmigo? si lo que deseas es hacer íntimos amigos, no me permitas intervenir, no cuentes conmigo. Si quieres almas, búscalas por tu cuenta, déjame que camine solo.
Yukio Mishima (1925-1970)