«Esto es un intento por encontrar sentido al tiempo que siguió, a las semanas y meses que desbarataron cualquier idea previa que yo tuviera sobre la muerte, la enfermedad, la probabilidad y la suerte, la buena o la mala fortuna, sobre el matrimonio y los hijos y el recuerdo; sobre el dolor y los modos en que la gente se plantea o no el hecho de que la vida acaba; sobre la precariedad de la cordura y sobre la vida misma.»
Es el tercer libro que leo de la escritora estadounidense Joan Didion (Sacramento, 5 de diciembre de 1934-Manhattan, 23 de diciembre de 2021). Los dos anteriores fueron dos novelas suyas: Río revuelto, que leí en 2020 durante el encierro pandémico, y Según venga el juego, que leí durante las navidades del año pasado a raíz de la muerte de la autora. Las dos novelas me gustaron y no sé por qué -me lo sigo preguntando ahora mismo- no las reseñé en el blog. Quizás el cúmulo de lecturas realizadas durante la pandemia y durante las fechas navideñas hiciera que se quedarán allá, relegados en el pozo de los libros buenos pero complicados y exigentes a la hora de escribir una reseña satisfactoria. Bueno, sea lo que fuere y como reza el dicho popular «a la tercera va la vencida».Con la reseña de El año del pensamiento mágico quiero rendir un sentido homenaje a esta excelente periodista, autora de guiones cinematográficos en solitario o en tándem con su marido, el también periodista y novelista John Gregory Dunne, y potentísima escritora de obras de ficción y de no ficción fallecida el 23 de diciembre de 2021 por problemas derivados de la enfermedad de Parkinson que padecía desde hacía unos años.
El año del pensamiento mágico
Poco antes de la Navidad de 2003, concretamente el 25 de noviembre de 2003, Quintana, hija adoptiva de Joan Didion y de su marido, repentinamente cae enferma; lo que al principio se creyó era una simple gripe evolucionó rápidamente a neumonía finalizando en un choque séptico. Al borde de la muerte, la chica de poco más de treinta años será mantenida en coma inducido y con respiración asistida durante varias semanas. Joan Didion y John Gregory Dunne, sus padres, van a visitarla al hospital de manera habitual; la víspera de Nochebuena, de vuelta a la casa tras haberla visitado y poco antes de la cena, John Dunne sufre un infarto cerebral y muere. En un instante la vida cambió:
«Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba».Joan Didion, a los ocho meses de la muerte de su marido con quien había vivido durante cuarenta años, decide escribir este libro para -así lo manifiesta en la cita que encabeza esta reseña-intentar poner orden en su cabeza tras lo que vivió y encauzar en algún sentido el dolor y el duelo que siguieron
«Hasta entonces sólo había podido experimentar dolor, no duelo. El dolor era pasivo. El dolor ocurría. El duelo, el acto de manejar ese dolor, requería atención.»
Leyendo el ensayo que es El año del pensamiento mágico conocemos cómo la viuda que es ella se enfrentó al inopinado acontecimiento de la muerte del esposo: primero tuvo sentimiento de culpa por no haber advertido ciertas señales o mensajes («Dijo estas cosas en el taxi que nos llevaba del Berth Israel North a nuestro apartamento tres horas antes de morir o veintisiete horas antes de morir: intento recordarlo y no puedo») luego, como hiciera durante la larga enfermedad de su hija Quintana, acudió a los libros en busca de soluciones pues siempre lo había hecho así («En épocas difíciles, me habían enseñado desde niña, lee, aprende, prepárate, recurre a la literatura.»). Si en referencia a Quintana, Didion se empapó de literatura médica hasta el punto de ser reconvenida en más de una ocasión por los facultativos que trataban a su hija. ahora serán los libros que tocaban el asunto de la pena, del dolor y del duelo los que estarán en su mesilla y a los que se asirá por ver de entender y manejar en lo posible su situación anímica.
De las lecturas que realiza sobre el tema es «el diario que C. S.Lewis escribió tras la muerte de su esposa, A Grief Observed» donde más analogías o similitudes con su estado encontró. Este ensayo escrito por el autor de Las Crónicas de Narnia es impresionante y desde aquí lo recomiendo a quien quiera acercarse a una experiencia fidedigna de la vivencia del dolor y del duelo provocados por la pérdida de un ser amado. En España la obra está publicada por Anagrama con el título de Una pena en observación. Para aquellos que sean algo remisos a lecturas de este tipo pueden ver la versión fílmica, ¡magnífica también!, que con el título de Tierras de penumbra dirigió en 1993 Richard Attenborough y que está protagonizada por Anthony Hopkins y Debra Winger.La muerte de su pareja fue tan repentina que, durante los ocho meses siguientes, no pocas veces en sus reflexiones y pensamientos aparecía la idea de qué era la muerte para los occidentales de hoy, o sea, para ella misma. La conclusión a la que llega con aporte bibliográfico suficiente es la de que desde hace ya casi un siglo o incluso más vivimos de espaldas a la misma. Me llamó mucho la atención leyendo este magnífico ensayo la siguiente cavilación que no puedo por menos que corroborar:
«alrededor de 1930, en la mayoría de países occidentales y sobre todo en Estados Unidos, se inicia una revolución de las actitudes aceptadas frente a la muerte. "La muerte —escribió— tan omnipresente en el pasado que resultaba familiar, se borraría, desaparecería. Se convertiría en algo vergonzoso o prohibido."» (el entrecomillado lo toma de un libro que Philippe Aries había escrito en 1973 titulado Historia de la muerte en Occidente: desde la Edad Media hasta nuestros días)Pero sin lugar a dudas a mí lo que más me ha gustado de este libro es comprobar una vez más lo bien que escribe esta mujer que sin duda alguna habría merecido recibir en vida más premios que los que se le dieron. Quizás, el primero de todos fuera precisamente el que en 2005 recibió por El año del pensamiento mágico, distinguido con el Premio Nacional de Estados Unidos a la Mejor Obra de No-ficción de ese año (The National Book Award).
Dentro de las múltiples reflexiones que la escritora realiza en la obra y que la llevan a recordar momentos de su vida junto a John Dunne hay una frase que veinticinco noches ante de morir le dijo él a propósito de su manera de escribir, precisamente la manera que en esta obra ella utiliza, con acierto y frecuencia, pese a su dificultad. La situación es la siguiente: está John Gregory Dunne releyendo una secuencia de la novela de A Book of Common Prayer de Joan Didion
«La secuencia es complicada (en realidad, esa era la que John había querido releer para ver cómo funcionaba técnicamente) y está interrumpida por otra acción que obliga al lector a retomar el contexto al que Leonard Douglas y Grace Strasser-Mendana se refieren.
—Maldita sea —me dijo John cuando cerró el libro—. No se te ocurra volver a decirme que no sabes escribir. Ese es mi regalo de cumpleaños.»
Ejemplo clarividente de su excelencia literaria, precisamente la que le elogia su marido John Dunne en la cita anterior, creo que se patentiza en lo que sigue: El 30 de agosto de 2004, por vez primera en ocho meses, Joan Didion aceptará cubrir para su periódico la convención demócrata igual que hiciera en el pasado. Según accede a la Torre C del Madison Square Garden donde se desarrolla el evento una serie de pensamientos, de recuerdos del pasado, la asaltan sacándola mentalmente del momento presente
«Mientras subía la escalera mecánica de la torre C, reflexionaba en todo aquello y de repente se me ocurrió: llevaba uno o dos minutos en aquella escalera pensando en la noche de noviembre de 2003 antes de volar a París, en las calurosas noches de julio de 1992 en las que cenábamos en Coco Pazzo y en aquella tarde que habíamos dado vueltas por la Calle 125 esperando el acto de Louis Farrakhan que finalmente no se celebró.»
En definitiva, Joan Didion, ocho meses después del inesperado suceso, llega a la conclusión de que lo único que ha hecho durante ese tiempo ha sido escapar, huir del presente, refugiarse en el pasado para así no asumir la realidad, en un mágico e infantil intento de «que el tiempo retrocediera, de rebobinar la película». Ciertamente hay que asumir lo que en la teoría y cuando la muerte no nos ronda hemos afirmado una y mil veces, que somos mortales y que algún día habremos de morir. Y si esto es así, ¿por qué cuando la muerte nos toca de cerca la negamos y no la aceptamos? De nuevo la escritora se da -y nos da- una explicación, dura sin duda, pero bien lógica y plausible:
«Somos imperfectos mortales, conscientes de nuestra mortalidad aun cuando tratemos de eludirla, vencidos ante nuestra propia complejidad, tan acorralados que cuando nos dolemos por los que hemos perdido, también nos dolemos, para bien o para mal, por nosotros mismos. Por lo que fuimos. Por lo que ya no somos. Por la nada absoluta que un día seremos.»
El título
(foto tomada de Babelia, El País de 1 del IX de 2006)
Aunque pienso que en gran medida la razón del título ha quedado suficientemente clara en alguno de los párrafos anteriores, es natural que nos hagamos la pregunta de por qué la escritora tituló así este ensayo. La verdad es que muy pronto, desde sus primeras páginas Joan Didion nos va dejando piedrecitas explicativas en el camino. La primera es cuando cuenta que la noche que John Dunne falleció ella sintió el irreprimible deseo de estar sola para así dejar abierta la posibilidad de que él volviera («necesitaba aquella primera noche para estar sola. Necesitaba estar sola para que él pudiera volver. Este fue el comienzo de mi año del pensamiento mágico.»). Y no es que de manera absurda ella pensase que en realidad él no había fallecido sino que «Pensaba como los niños pequeños, como si mis pensamientos y deseos tuvieran el poder de alterar la narración, cambiar el desenlace.» Este, en cierto sentido, infantilismo pensante también lo practicará en innumerables ocasiones durante la larga enfermedad, con las recaídas y mejorías correspondientes, de su hija Quintana. Así, al contarnos cómo vivió esos meses, tras la muerte de Dunne, atendiendo a la hija enferma son frecuentes los "Y si..." («Qué pasaría si...», «Si no le hacían la tráqueo», etc.) en un absurdo deseo de controlar lo imposible: el azaroso constituyente de la vida. Este absurdo se lo declarará a ella directamente alguno de los médicos encargados de la supervivencia de Quintana, aunque a Joan Didion -tal era su estado emocional- le fuera completamente indiferente: «("Si quiere llevar usted el caso, yo dimito", dijo uno finalmente), pero me hacían sentirme menos impotente. Recuerdo que en el UCLA aprendí el nombre de muchos tests y escalas.»).Como ella bien a las claras declara había llegado a creerse portadora del poder mágico que a su hija, cuando ésta era pequeña, le decía poseer:«No dejes que Camuñas me coja, decía Quintana cuando se despertaba de una pesadilla,Para finalizarHacia el final, la autora, ya viuda de ocho meses, es consciente, tras el repaso que ha dado en las páginas del libro a ese lapso de tiempo, de que la vida continúa, de que
Estás a salvo. Estoy aquí. Me había llegado a creer que nosotros teníamos ese poder»
«si hemos de continuar viviendo llega un momento en que debemos abandonar a los muertos, dejarlos marchar, mantenerlos muertos.»
Muchas frases contenidas en este libro son dignas de ser citadas y/o recordadas. Me conformo, para no aburrir más con estas tres:
En definitiva, un libro que me ha gustado mucho, sin duda alguna una de mis mejores lecturas de este 2022. Creo que Joan Didion es una escritora magnífica pero, aviso, El año del pensamiento mágico es un libro durillo, no es una lectura para pasar el tiempo sin más.
- «me doy cuenta de lo receptivos que somos al persistente mensaje de que podemos evitar la muerte.»
- «Todo iba como siempre y, de repente, va y cae toda esa mierda»
- «Un día normal. "Y de repente... se acabó."»