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Joan Fontrodona es profesor en Barcelona de Ética Empresarial en el IESE, de la Universidad de Navarra. Habla de "verlas venir". Creo que con gran delicadeza se refiere a lo que dicho quizá un poco más en román paladino, tiene que ver con dos cosas.
De entrada, con las corruptelas (Drae: "mala costumbre o abuso, especialmente los introducidos contra la ley") que llevan tarde o temprano a las corrupciones.
Luego, con las personas que no son capaces de establecer las diferencias y distancias entre quienes son (personas, ciudadanos) y la posición o el cargo que detentan (los personajes empresariales, públicos, etc.) en el ámbito de la vida común social, públicamente regida por unas leyes y unas buenas costumbres, que a veces se quieren saltar a la torera.
El artículo es breve, pero la experiencia de un profesor de Ética Empresarial en el IESE debe ser muy larga. Mejor leer su artículo en Abc:
MUCHOS de los problemas con los que nos enfrentamos nos los evitaríamos si fuésemos un poco más precavidos. Los problemas hay que verlos venir.
Muchas veces los vemos venir, pero tenemos una innata capacidad para autoconvencernos: «no va a ser tan complicado», «tampoco está tan mal», «todo el mundo lo hace», «no me van a pillar», «sabré encontrar una buena explicación»…
Y así nos vamos metiendo nosotros mismos en el problema, hasta que cuando queremos salir de él ya es demasiado tarde. En otras ocasiones, no: no los vemos venir, por inconsciencia, por falta de previsión, o por falta de luces… que de todo hay.
En el ámbito empresarial hay asuntos especialmente abonados a esta dinámica. Por ejemplo, el uso de información privilegiada. Hemos vivido el caso reciente del presidente del banco central suizo. La información que tengo por razón de mi cargo, ¿no puedo usarla?, ¿ni siquiera un poquito?
Otro ámbito son los conflictos de intereses que surgen cuando una misma persona juega diferentes roles que pueden provocar situaciones poco claras, o incompatibilidades evidentes. También hemos tenido casos recientes.
Una tercera casuística surge de la mezcla entre lo personal y lo profesional en el trabajo. ¿Dónde poner el límite? ¿Cuándo el buen ambiente se convierte en mal rollo?
En todas estas cuestiones, una vez te has metido es muy difícil salir bien parado. Por eso, una medida elemental de prudencia es saber poner distancia suficiente, para que no quepa sombra de duda.
Hay que verlas venir… y hay que dejarlas pasar.