Revista Cultura y Ocio

Joaquín Cortés

Por Juliobravo

Joaquín Cortés

La primera imagen que tengo de Joaquín Cortés se remonta a una gira del Ballet Nacional por Rusia, en marzo de 1987. Yo estaba allí para escribir un reportaje sobre la compañía. Estábamos cenando en el hotel (no recuerdo si en San Petersburgo, entonces todavía Leningrado, o Moscú) y apareció él con una sonrisa entre pícara y satisfecha. Se quitó el abrigo y debajo llevaba una camiseta; en la calle la temperatura era inferior a los diez bajo cero. Ufano, dijo a los asombrados bailarines que estaban en la mesa: "¡¡He estado paseando así y no he pasado nada de frío!!", con la satisfacción de quien ha cometido una travesura y no le han pillado. Acababa de cumplir dieciocho años.

Ya en el Ballet Nacional, Joaquín Cortés destacaba por sus condiciones, la limpieza y musicalidad de su danza, su técnica y naturalidad... Era un bailarín deslumbrante.

Mi relación con él creció cuando Ricardo Cué llevó su carrera; allí nació Joaquín Cortés, que a bordo de "Cibayí" dio los primeros pasos de la renovación que han supuesto su baile y su manera de concebir el flamenco. Cuando Pino Sagliocco se hizo cargo de él mantuve un contacto muy seguido, y he sido testigo de la pasión que despertaba en lugares como Spoletto (Italia), Milán, Londres, Nueva York, Los Ángeles... He compartido muchas confidencias y he vivido a su lado momentos de mucha intimidad; no me he llegado a considerar nunca su amigo pero sí había una complicidad y un cariño que, en mi caso, sigue intacto.

Creo, sin lugar a dudas, que Joaquín Cortés ha sido una de las figuras más relevantes de la danza española en las últimas décadas. Lo creía (y así lo he escrito) a principios de los noventa, cuando empezaba a destacar, y por eso lo he señalado a menudo como el sucesor natural de figuras como Vicente Escudero, Antonio Ruiz Soler o Antonio Gades... Y he dejado muchas pruebas escritas de mi admiración artística por él.

Por eso me duele hablar de él en pasado. Joaquín Cortés es, a tenor de lo que vi el otro día en el teatro Calderón Häagen-Dazs, donde presenta su espectáculo "Calé", una sombra de lo que fue.Y no es que físicamente no esté a la altura. Tiene 42 años y su apariencia es buena (aunque no se descubrió el torso, señal de que no debe de estar muy seguro de su cuerpo), pero tengo la sensación de que sube al escenario sin convicción, de que ha perdido la ilusión por el baile. Insisto, es una sensación. Joaquín despliega en "Calé" su amplio catálogo de posturas, se fía a un taconeo todavía poderoso, busca una y otra vez la complicidad y el aplauso del público, y su carisma asoma en muchos momentos. Pero ni en su baile ni en sus coreografías (el espectáculo es un recorrido por su carrera) hay ligazón ni continuidad. He visto decenas de veces su soleá por bulerías y ahora no la reconozco.

Salí triste del Calderón, porque la danza española necesita a Joaquín Cortés, uno de sus grandes dinamizadores en las últimas décadas.Y porque creo que Joaquín Cortés, agobiado por los contratiempos mediáticos y judiciales, ha terminado por devorar definitivamente a Joaquín Pedraja Reyes, que era, lo sé de primera mano, muy buena gente.


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