Lugar: BarclayCard Center. Madrid
Fecha: 16 diciembre 2014
Asistentes: 14.000 personas
Artistas Invitados: -
Precio: -
Músicos: .
...y a la tercera noche Sabina resucitó
...y a la tercera noche Joaquín Sabina resucitó. Tres, no hicieron falta más. Porque parece mentira que aquí nadie se haya sentido horriblemente mal jamás. Porque parece que no sabemos que centenares de conciertos al año acaban antes de lo previsto por motivos varios que no trascienden. Porque parece que había ganas de fusilar al díscolo y noctámbulo, cuando, amigos, los díscolos y noctámbulos somos precisamente los que más duramos.
Vale, Sabina finiquitó por la vía rápida el pasado sábado su primer concierto en Madrid en cinco años alegando sentirse "realmente mal". Pero lo hizo después de casi dos horas de recital, que ya es mucho más de lo que otros ofrecen llevándose la pasta gansa sin bajarse del autobús. Y es que eso no va con el músico jienense y, quizás por eso, optó por confesar una verdad incómoda que bien podría haber pasado inadvertida.
Pero el caso es que lo relató y eso convirtió a su segundo concierto madrileño en una cita inevitablemente morbosa. Como si los 14.000 fieles que llenaban el BarclayCard Center (todos sentados) no hubieran comprado ya las entradas a toda prisa semanas antes en apenas una hora. Vale, las teníamos, pero después del 'bombazo informativo' del pasado sábado en la noche, ahora este martes se convertía en 'algo para recordar'. Después de convenientemente evaluar, claro, eso sí, y si fuera preciso, fusilar. Mas no. Nunca hubo chance.
No hubo oportunidad porque al público asistente no le dio la gana y recibió ya de primeras al protagonista con una cerrada ovación de esas que arrebatan y ponen la piel de gallina. Sin más, sólo con aparecer, eso que se llevó el de Úbeda, con el Palacio de los Deportes puesto en pie antes de que sonara el primer acorde de 'Yo me bajo en Atocha'. Siguieron 'Ahora que...' y la bombástica '19 días y 500 noches' que terminaron de poner del revés al personal en un plis plas antes del esperado y pertinente discurso explicativo de marras.
"Decir gracias es decir bien poco", regaló Sabina a la parroquia en cuanto tuvo oportunidad, para rápidamente tirar de sorna maléfica agregando que "como dijo Franco cuando murió Carrero Blanco, no hay mal que por bien no venga". Ese bien al que Sabina se refiere es, según señaló, poder haber sido testigo de esa fantasía humanamente enfermiza de poder asistir a nuestro propio funeral, algo que, sin duda, él ha tenido oportunidad de visualizar desde la espantada del pasado sábado. Tres noches largas con su correspondientes ratos de sol.
Pero si la música tiene un poder es del de hacer olvidar las miserias por muy profundas que sean, y ahí está la prueba en una 'Barbie Superstar' bien rockera que hace inevitable emparentar a Joaquín Sabina, tan taurino él, con el errático a la par que empático y grandilocuente Curro Romero, máximo representante del icono capaz de lo mejor y de lo menos bueno. Porque el de esta noche es el aún más bueno y tira por la calle del medio con 'Una canción para Magdalena', 'A mis cuarenta y diez', 'Donde habita el olvido' e incluso una versión de Bob Dylan rebautizada como 'Ese no soy yo'.
Vamos a ponerle un pero a la propuesta, y es esto de que Sabina se tome descansos y deje cantar clásicos a los miembros de su banda, por muy queridos que sean. 'El caso de la rubia platino' resulta pasmosamente rockera en la voz de su espadachín Jaime Asua, pero no vinimos aquí a ver exactamente esto.
Retomamos la senda socarrona con 'Pero qué hermosas eran' y versos taaaan recordables como "Mi primera mujer era una arpía pero, muchacho, el punto del gazpacho, joder si lo tenía". Entre carcajadas y con el público en pie, empeñado en espantar a los espantajos de días previos, llegan 'De purísima y oro' y una muy coreada 'Más de cien mentiras' que incluye presentaciones de la banda.
En este punto tuvo lugar uno de esos instantes curiosos, pues Sabina relata que había estado grabando "algo con los chicos de Muchachada Nui" días antes y uno de su equipo le pidió pedir la mano de su novia en su concierto. Joder, pues al final ocurrió, a pesar de las dudas de propio maestro de ceremonias, y la pareja se bailó en las primeras filas el vals 'Noches de boda', antes del acabose karaoikómano con 'Y nos dieron las diez' y las once y las doce y la una y las dos y les tres. Bailando y escribiendo. El caso es que nos dieron.
Y como ahí fue donde se acabó la juerga el sábado por indisposición, el gentío se lo tomó este martes como un regalo de los buenos, de los que no se cuantifican por el dinero gastado sino por su purito significado. Con Pancho Varona cantando 'Conductores Suicidas' (J.J. Cale, dónde estás), antes de la grandilocuencia colectiva a la que nos somete 'Y sin embargo' y una 'Princesa' bien rockera que ríete tu de la E Street Band de Bruce Springsteen.
Aún hay tiempo, sí, para otra tanda de bises que arranca con 'Tan joven y tan viejo' en la garganta de Antonio García de Diego, antes de la inédita 'Mater España', una canción dedicada a este nuestro país que nunca antes había sonado en directo, según el propio Sabina se encarga de recordar. La elocuentemente emotiva 'Aves de Paso', dedicada a esas chicas que te preguntan si las quieres en el asiento trasero de un coche, es el penúltimo cartucho, antes del cierre con 'Contigo'.
Y como ni Sabina ni nadie quiere un amor civilizado, y como amores que matan nunca mueren, la velada acaba ya, antes de que alguien tenga que fallecer para que la civilización occidental pueda proseguir su camino (que es martes bien tarde). La reválida está más que superada, nos ha quedado meridianamente claro. Sabina es mortal y puede tener un día malo, como cualquiera de nosotros. Dos horas y media largas de Sabina para que se callen los impíos y los charlatanes de bar que de bares no saben. Porque sólo los que sistemáticamente caen sienten la grandeza última de ver a alguien levantarse.