Sorolla y Alvar Aalto y, tras darle un montón de
vueltas al título, solo me sale "Joaquín Sorolla y
Alvar Aalto". ¿Seré soso?
Este año se cumple el centenario de la muerte del pintor español Joaquín Sorolla, y también el centenario de cuando el arquitecto finlandés Alvar Aalto tenía 25 años. Ante semejante casualidad no me ha quedado otra opción que compararlos, y allá voy.
Joaquín Sorolla es un pintor perfecto, capaz de unos fantásticos dibujos que se deshacen bajo la fuerza del color, que a su vez construye la luz y es construido por ella. Si la palabra fotografía significa etimológicamente algo así como "dibujo hecho con luz" entonces Sorolla es un fantástico fotógrafo.
¿Hay alguien a quien no le guste Sorolla? Sus cuadros son un puro placer, una pura alegría de vida bullente. Es apasionante intentar seguir sus trazos rápidos y seguros, y ver con cuánto dominio capta la vida y su color.
Sorolla es todo lo que nos gustaría ser (la meta definitiva y absoluta) a quienes tenemos alguna afición por pintar y salimos alguna vez con el caballete y los demás achiperres. Es la maravilla y la maestría.
He visitado su casa museo de Madrid tres o cuatro veces, y recuerdo cómo en una de ellas me impactó este enorme cuadro:Joaquín Sorolla, La bata rosa o Después del baño, 1916Visto así, en fotografía, no parece muy espectacular, pero yo sentí una bofetada vivísima. Esas franjas de luz que tiene la mujer de blanco sobre su abdomen eran auténticos chafarrinones de pintura, que parecían estrujados directamente del tubo (y yo diría que verdaderamente fueron puestos así) más que dados con el pincel.
Todo ese cuadro visto muy de cerca es un amasijo de pastas y pegotes, pero basta alejarse un poco, solo un poco, para que se cree una atmósfera, un espacio dominado por la luz, y sentimos el calor veraniego y el olor. Y si me apuráis hasta escuchamos moscas.
Este aparente caos de brochazos desatalentados es un prodigio de técnica, de intención y de conocimiento. Y se aprecia mucho mejor en sus miniaturas, cuadritos de pocos centímetros que resuelve "en dos patadas" y que nos dejan pasmados.
Joaquín Sorolla, Joaquín, María y Elena Sorolla García,
1897, óleo sobre tabla, 7,5 cm x 12 cm
En definitiva, Sorolla es un pintor admirable, pero...
Tampoco conozco a ningún arquitecto que no admire (qué digo admire: venere) a Alvar Aalto. Y para muchos es su preferido.
En mi caso, si ya lo hidrolataba desde mucho antes,
cuando vi sus obras en Finlandia me quedé más que prendado. No se puede hacer una arquitectura más humana, más hermosa, más acogedora ni más acertada. Creo que ya lo he dicho aquí, pero lo repito: El ayuntamiento de Säynätsalo (1950-52) no es solo un prodigio de implantación en el terreno, de apertura de espacios, de escala perfecta, de belleza sin par. Es que además huele bien, a café, a madera, a ternura, a honradez. La gente trabaja con calma, con sus macetas en las ventanas y sus tazas en las mesas.
Si yo pudiera elegir un arquitecto, de cualquier época y lugar, para que me hiciera mi casa, lo elegiría a él. Estoy convencido de que en una casa de Alvar Aalto hay que hacer ya muy poco más para ser feliz y para vivir como un bendito. Creo que sus casas son las mejores para vivir (que es para lo que se construye una casa), y sus oficinas las mejores para trabajar, y sus auditorios los mejores para escuchar, y sus iglesias las mejores para rezar.
Y sin embargo...
* * * *
Sé que me voy a llevar más que tirones de orejas, y espero ser capaz de soportarlos. Pido perdón a quien se pueda sentir ofendido. Pero ni Sorolla ni Aalto son los números uno. No son los grandes dioses de sus disciplinas, sino que se quedan en un muy digno segundo plano. (Digno, sí, pero segundo).
Sorolla pintó en ese estilo destellante y rompedor cuando ya no era rompedor, cuando ya la alta burguesía y la nobleza lo habían asumido y se habían acostumbrado. (En su mencionada casa-museo tiene incluso una fotografía dedicada por el rey Alfonso XIII que se declara admirador suyo). A Alvar Aalto le pasa lo mismo con la arquitectura moderna, y su buenísima síntesis entre racionalismo y organicismo no tiene ya la intensidad de los pioneros.
¿Quiere esto decir que si no sufrieron hambre, burlas y desprecio ya no valen?, ¿o que por haber nacido un poco después que los grandes divos estos dos grandes artistas ya no tienen sitio? No; no es eso. De hecho tienen sitio y lo tendrán para siempre. El mundo entero los venera, y sus respectivos países les han dado muchísimas pruebas de reconocimiento, de las cuales no son las menores estas dos:
Billete de 1000 pesetas
Billete de 50 marcos
Pero hay que decir con sinceridad que Claude Monet es el gran monstruo del impresionismo. Y Pissarro. Y Manet. Y tantos otros. Y podemos dar una lista más amplia en la que en algún momento saldrá Sorolla, pero él no es de los de primerísima fila. Ya no están en juego solo sus habilidades y destrezas como pintor, sino su inserción en la historia del arte, sus influencias e importancia a todos los niveles, incluso paraartísticos y metaartísticos.
Y Aalto por su parte está tapado por el gran muro de los tres dioses olímpicos: Wright, Le Corbusier y Mies, que nunca le dejarán ponerse a su lado para formar cuarteto, sino que lo mantendrán postergado justo detrás de ellos, tapándolo siempre.
¿Es injusto lo que digo? Puede ser. A mi juicio a los dos les falta algo de pegada comparados con los citados dioses sobrehumanos (e inhumanos), pero sobre todo es cosa de suerte. Por una parte la tuvieron al encontrase el camino abierto, pero por otra eso mismo les impidió alzarse con el liderato.
También hay circunstancias ajenas a ellos mismos, y depende de qué discípulos han tenido, de qué enemigos, de qué escritores les han sacado en sus libros, de qué episodios han protagonizado y de qué cincel han empleado los críticos para grabar sus nombres en el frontispicio del templo del arte.
Vanitas vanitatis. ¿Quién soy yo para decir que Sorolla y Aalto son de segunda fila? Pero repito que, aunque los admiro sin reservas, lo son. Es inevitable. También digo que a lo mejor ser humanos en vez de divinos es lo que les hace mucho más deseables y apreciados.