La madurez como proceso evolutivo en la vida de las personas tiene varias etapas, y la adolescencia es una de ellas, quizá la más agónica. A los catorce, quince o dieciséis años, todavía carecemos de las herramientas suficientes para construirnos nuestra propia existencia, y por ende, personalidad. Olive Tate lo hace como mejor sabe, o como mejor se siente, cabría decir. No huye, se refugia en su propia trinchera y se pone a observar. Como no le gusta lo que ve, se crea su propio universo. En ese espacio, los diccionarios y enciclopedias junto a las palabras, son una magnífica excusa para aprender a definir, y de paso, convertirse en la primera fase que le llevará a ponerle un nombre a aquello que siente, lo que quizá le sirve también, para conocerse un poco mejor a sí mismo y a los demás. De ahí salta a llevar un diario (no se me ocurre mejor momento para hacerlo que la tierna adolescencia), perdón, registro tal y como él lo bautiza, donde da su versión de los hechos. El diario se convierte en su hábitat natural y en la fortaleza de su sentido de la vida. Ahí disecciona su relación con Jordana, su novia, y expía la inmadura madurez de sus padres, que al borde de la separación, le sirven de conejillos de indias para la expresión de su incapacidad para adaptarse a un mundo que él no ve como suyo. Es en esta tarea, donde Joe Dunthorne y su personaje Oliver Tate, demuestran lo que podríamos denominar como lado más irónico, sarcástico y cómico de la historia, porque rodea de grandes dosis de humor los capítulos en los que aborda esta misión imposible.
Lo mejor de este Submarino, es sin duda el personaje que Dunthorne nos crea, que fuera de las comparaciones más evidentes, tiene una voz propia; una gran voz propia podríamos decir, porque su autor la logra mantener viva a lo largo de más de cuatrocientas páginas donde sólo él se basta para llevar todo el peso de la narración, únicamente acotada con los encuentros con sus padres y su novia. La meta literatura está muy presente en el proceso creativo de este personaje, no ya por el manoseado efecto del diario, sino por el empleo de palabras poco habituales en nuestro vocabulario como prolapso, nepente, cimbreño, fastigio, conspicua, gatuperio, cigoñal, triscaidecafobia…, que además, le sirven para dar título a los capítulos, y que por sí mismas, conforman un original hilo conductor. En este sentido, el estilo empleado por Joe Dunthorne para crear este Submarino es sumamente ágil, con frases, que se dividen en infinidad de puntos y aparte, y que sólo se ven abortadas cuando ralentiza la acción con los pensamientos de Oliver Tate en sus disparatadas acciones, lo que crea ese punto de intriga y ganas de llegar al final de la misma.
En definitiva, Joe Dunthorne sale victorioso de su primera novela, porque es capaz de crear con algo tan aparentemente sencillo como la vida interior de un chico de dieciséis años, un relato pleno de comicidad gamberra y existencial al unísono que fresco, de un período de tiempo que bien podría servir sin llegar equivocarnos para tildarlo como de retrato de una época, pero no victoriana o industrial, sino otra a la que llamamos adolescencia.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.