EL PROCESO DE MÉXICO desvela la parte mas oscura del nuevo asesor del Chivas de Guadalajara.
El Holandés Volador, irascible y temperamental, está acostumbrado a imponer su voluntad; prueba de ello son las heridas morales que dejó como entrenador entre los jugadores del Barcelona, donde ejerció un dominio rayano en la tiranía.
A Johan Cruyff siempre lo salvó el futbol. Lo descubrió el futbolista Jany van der Veen mientras jugaba a la pelota en las calles del barrio de Betondorp, en los alrededores del estadio del Ajax, cuando tenía 10 años.
Su padre, comerciante de frutas, murió dos años más tarde y su madre consiguió empleo en la cantina del club rojiblanco. Su ídolo era Alfredo Di Stéfano, la gloria argentina del Real Madrid. A los 16 años, con la rebeldía escondida entre sus largos huesos, debutó como profesional.
En su primer partido con la selección holandesa metió un gol y dejó inconsciente al árbitro de un puñetazo –anécdota favorita de Eduardo Galeano–, y cuando debutó con el Barcelona, al final del juego, encendió un cigarro apenas llegó al vestidor. Lo repitió saliendo de las regaderas.
Sólo Hennes Weisweiler, su entrenador en 1975, lo confrontó por fumar en los estadios en ocasiones al medio tiempo y después de los partidos. El alemán perdió el puesto. Nadie más se atrevió a cuestionarlo. Desde entonces gobernó al Barcelona.
Hombre libre dentro y fuera del césped, su compañero y capitán del grupo, Antonio Torres, declaró que, desde su llegada, Cruyff politizó al equipo con ideas socialistas.
Durante años ha hecho trampas jugando golf y al dominó por “picardía”. Pero fueron los problemas financieros los que por años lo dejaron al borde de la ruina, muy cerca de la cárcel.
En España, Hacienda lo persiguió durante más de 10 años por defraudación fiscal de millones de pesetas. Se vio implicado en un escándalo por tráfico irregular de divisas e incumplimiento en el pago de créditos bancarios como asociado en un holding denominado Grupeco, que manejaba distintos negocios que la prensa calificó “de mentalidad infantil”, como la exportación de caramelos y plantas a países como Kuwait y Arabia Saudita, o la cría agropecuaria a mayor escala.
En 1984 fue detenido, y más tarde puesto en libertad, por el delito de estafa. Llegó a ser embargado por la Banca Catalana, y más de una docena de acreedores le demandaron el pago de deudas pendientes por trabajos en una granja de cerdos de su propiedad.
Sergi Pámies, coautor del libro Me gusta el futbol, firmado por Cruyff, escribió: “Cuando alguien me hablaba de sus fracasados negocios o de su fama de pesetero, yo reaccionaba igual que cuando oigo que Picasso era mujeriego: ‘¿Y qué?’”.
El 26 de febrero de 1991 el corazón le dio una zancadilla: Fue internado de urgencia en el hospital Sant Jordi, especializado en afecciones cardiovasculares, donde fue intervenido de una grave lesión por la que se le practicó un doble bypass coronario. Mario Petit, jefe de cardiología de la clínica, dijo a los medios que un infarto al miocardio lo rondaba y que los principales factores de riesgo habían sido su adicción al tabaco y el estrés.
Lo primero que hizo Cruyff, tres días después, al despertar de la anestesia, fue preguntar el resultado del Barcelona en contra de Las Palmas, y quiénes habían marcado los goles.
El hombre duro del Barcelona cambió los Camel sin filtro por paletas de caramelo chupa-chups. Llegaba a fumar dos cajetillas diarias aun en sus tiempos de jugador.
DICTADOR. Amenazaba con “cortar la cabeza” de quien bajara su rendimiento. “Tengo el cuchillo preparado”, decía. El distanciamiento se dio desde su primera temporada y hasta su partida. Confrontados, constantes las ofensas de Cruyff, los jugadores acusaban abiertamente al técnico de crear mal ambiente en el vestidor. El futbol de Cruyff era tan seductor como intolerable su trato.
Los culpaba de los malos resultados y los “mataba” en las conferencias de prensa. Era implacable en sus críticas. Los asuntos se dirimían en la prensa y no en el vestidor. Los jugadores se decían dolidos, violentados.
En un mismo partido, en la temporada 92-93, Cruyff insultó “virulentamente” a Hristo Stoichkov y obligó a jugar a Michael Laudrup entre vómitos, con fiebre.... LEER ARTÍCULO COMPLETO