El tercer tema es precisamente el generacional. Boyd escribe en plenarebeldía de la generación de los 60, pero se nota que llega un poco tarde. No tiene nada que ver con otros autores como Thomas M. Disch en Los genocidas (1965) o Moorcock en He aquí el hombre (1966), que atacan con claridad los pilares de la sociedad de su tiempo. El Estado es totalitario, ya que controla la vida privada y pública de cada “ciudadano”. Está dirigido por clérigos, matemáticos, sociólogos y psicólogos –el dominio de estas dos profesiones está muy relacionado con se pusieron de moda desde finales de los 50, de hecho son un grupo importante en la Fundación (1952) de Asimov-. Hoy, ninguno de esos cuatro grupos, sería director social en una novela sobre el futuro. La alternativa es “Infierno” un planeta que sirve de cárcel para los disidentes, pero que en realidad es un Edén: amor libre, naturaleza, educación científica y práctica, no hay especialistas sino gente autosuficiente, no hay jerarquías sociales, todo el mundo trabaja en varias cosas (como en las utopías de los socialistas franceses del siglo XIX). Sí; es una comuna hippie.
La paradoja de esta novela que aborda los viajes en el tiempo es precisamente lo mal que ha llevado el paso del tiempo. Los personajes son estereotipos de los cincuenta, con el toque rebeldillo de los sesenta. Las escenas sexuales no pasan de ser momentos “picantes” o “subidos de tono”, que no llegan a las formas sensuales y explícitas de P. J. Farmer en Los amantes o A vuestros cuerpos dispersos (1971); por ejemplo, el lector se entera de que Helix, la chica, se queda embarazada sin que la pareja haya pasado de los dos besos en un sofá. El sexismo abochorna, sinceramente; vamos, de tapar el ebook en el metro para que nadie vea qué lees debido a frases como esta: “por primera vez en su vida había oído una respuesta ingeniosa en labios de una mujer”. El tratamiento psicológico del protagonista no solo es chocante, sino que en ocasiones es involuntariamente cómico; por ejemplo, cuando cuenta muy serio que su madre murió al caerse por la ventana regando las plantas, o cuando Haldane le dice a Helix que para abortar se meta en una centrifugadora o que camine a cuatro patas. Las escenas románticas son impostadas y cursis: “sus palabras debían sonar como el arrullo de dos tórtolas enloquecidas” o “nubes como senos de adolescentes”. En fin, que esta novela ha envejecido muy mal. No me arrepiento de haberla leído, aunque las cien primeras páginas me costaron –“¿Cuándo terminará el romance adolescente y empezará lo interesante, por todos los dioses?”-. Leeré Los polinizadores del Edén, que visto lo leído tiene que ser la bomba.Revista Cómics
JOHN BOYD - La última astronave de la Tierra (1968)
Publicado el 28 septiembre 2013 por Jorge Vilches
No había leído buenos comentarios sobre La última astronave de la Tierra, de John Boyd, no porque fuera mala, sino sencillamente porque no hay mucho escrito en la red sobre esta novela. La única que encontré decente fue la de Juan Carlos Planells, publicada en el número 127 de Nueva Dimensión, del año 1980 (¡Casi ná!), en forma bastante elogiosa. Me resistí a leerla, aunque ahora no recuerdo el motivo. Boyd, seudónimo de Boyd Bradfield Upchurch, es uno de esos escritores que aparecieron en el panorama de la ciencia-ficción como un paracaidista: a los cincuenta años dio rienda suelta a su vocación oculta. Y aprovechó un tema que nunca pasa de moda, el sexo mezclado con la rebeldía light. A La última astronave de la Tierra (1968), le siguieron Mercader de inteligencia (1972) –sobre la potenciación de la inteligencia- y Los polinizadores del Edén (1979) -las flores utilizando a los humanos como fecundadores-.