Revista Cultura y Ocio
John fante, sueños de bunker hill: las últimas palabras de un atrapa-sueños
Publicado el 11 abril 2013 por Asilgab @asilgab
La fugacidad del atrapa-sueños que fue John Fante, queda salvaguardada por la forma en la que terminó su obra literaria. Sueños de Bunker Hill fue dictada a su mujer cuando el escritor contaba con setenta y dos años, estaba ciego y sin piernas por culpa de la diabetes que padecía, y a tan sólo un año de su muerte. Todas estas adversidades juntas, hablan por sí solas de la complejidad creativa bajo la que fue concebida esta última novela de su carrera. El estilo directo, las frases cortas, las ilusiones efímeras y las miserias perennes, se encuentran entretejidas con pura fibra, como el mejor de los músculos del mejor de los atletas. En la narrativa soñada por Fante, nada sobra ni nada falta, y todo encuentra su perfecto acomodo en la plasmación material que, eso sí, primero fue imaginada en su cabeza. No obstante, no fue el único que así lo hizo, pues la historia de la literatura ya nos proporciona algunos ejemplos acerca del dictado de sus obras en la Antigüedad, como el caso de Cicerón, o más recientemente, en las figuras de Umbral o Pombo. Pero en Fante, lo que nos sugiere esa oralidad literaria es un gran dominio del lenguaje directo y de la técnica narrativa que enfoca su objetivo en la pasión sin ambages; características ambas, a las que el autor, ha añadido buenas porciones de gloria y fracaso, y unas generosas dosis del mejor ritmo y de la más excelsa mística literaria, lo que todo junto, conforma un cóctel perfecto que se erige como el mejor de los testimonios de la capacidad creadora de Fante. En este sentido, Sueños de Bunker Hill es la última obra de la tetralogía dedicada a su alter ego, Arturo Bandini, que al igual que él, desperdicia su talento en la escritura de guiones de cine en Hollywood, donde una buena nómina es más que suficiente para calmar el ansia de gloria de una buena pléyade de escritores, tales como: Ben Hecht, Dalton Trumbo, Nathanael West, o más adelante, en el ocaso de su carrera, de Scott Fitzgerald; un desatino que dejó marcadas sus carreras por la sombra del celuloide.
Sin embargo, entre esos gritos mudos de desesperación se abre tímidamente una luz; la de la esperanza retratada bajo el signo de la literatura, la verdad y la creación en sí misma, que no entiende de otras cosas, que no sea del alma humana y del retrato de la vida en negro sobre blanco; un espacio donde el atrapa-sueños que representa el protagonista de la novela, Arturo Bandini, se da cita con su aciago destino; una marca sobre la piel de su vida que nunca le abandonará. El retrato del fracaso y los fracasados siempre nos dan más momentos de gloria que la narración del anodino éxito, y así, Fante escupe una y otra vez sobre sí mismo para comprobar que siempre se encuentra en el mismo lugar. Ese estatismo, le llevará a reformularse su vida y a intentar abandonar la pobreza en la que ha nacido, o a borrar de su memoria el recuerdo de una familia de un padre también fracasado y una madre refugiada en la religión como única opción de salvación. Porque de salvación va una buena parte de la carrera literaria de Fante, pues con ella, busca romper las barreras de un destino que siempre se le presenta como un freno a sus ilusiones y que no le deja acercarse a la verdadera meta de su vida, en la que siempre buscará la redención de sus pecados en la religión y en el auxilio de un Dios que él tomó como verdadero sin saber muy bien si tan siquiera existía, pues la cascada de acontecimientos a la que el ímpetu de sus sentimientos le abocan, no hacen sino degradar la consistencia de su fe, y de paso, afear una parte de sus buenas modales.
Esa parte de la acción que está presente en sus novelas, y que representa lo que más tarde se dio en llamar como realismo sucio, es la que impregna el reverso de las acciones de Bandini y del propio Fante que, como un reflejo mal descifrado, emborronó su vida y la de los suyos con su propio fracaso, acaso el que vio en su ciudad natal de Boulder (Colorado). En este sentido, recientemente Dan Fante (hijo menor del escritor) y prototipo al igual que su padre del escritor maldito, repasa su vida en una autobiografía, y por ende, la de su padre; y en ella, da buena nota del gusto de ambos por el exceso, el alcohol y hasta el maltrato físico y mental. Una barrera demasiado alta e imposible de franquear, a la que hay que unir, la perenne búsqueda de una estabilidad que nunca llega, porque en su biografía, entre tumbo y tumbo, sólo existe una nueva caída. De esta visita a los infiernos es de la que trata de salir John Fante a través de la literatura, algo que no consiguió en vida y que sólo ha visto recompensado en parte cuando Charles Bukowski (bautizado como el padre del realismo sucio) confesó que Fante era su fuente primaria de inspiración, y a través de ese reconocimiento a modo de confesión, es cuando la obra de Fante ha vuelto a ser traducida y considerada por una buena parte de la crítica, que aprecia en ella todas las cualidades anteriormente apuntadas, y que a día de hoy, podemos decir que es el precursor de lo que vino después, con un iniciático y demoledor Henry Miller a la hora de romper los tabúes sexuales de los norteamericanos y de plasmarlos en una novela, donde al igual que Fante, la frontera que divide realidad y ficción es tan exigua que se confunden. Una línea difusa que también nos lleva hasta ese aullido de libertad llamado On the road (1958) y a su autor, Jack Kerouac, para recordarnos que nos encontrábamos muy cerca de romper los límites con las buenas costumbres imperantes en Occidente, lo que sin duda, le sirvió a Bukowski como caldo de cultivo de su propio desenfreno literario, plagado de lirismo y horror a partes iguales.
Este testimonio literario de Fante acaba con unos versos de Charles Lutwidge Dodgson, más conocido como Lewis Carroll, y que pertenecen a su obra titulada “A través del espejo y lo que Alicia encontró allí”, una secuela de la celebérrima “Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas”; lo que sin duda, se convierte en la confesión más sincera de una artista a la hora de representar toda una vida a través de su labor literaria, pues no se nos ocurre un mejor ejemplo que éste para huir de la realidad en busca de un nuevo mundo, es decir, el propio, ese que únicamente existe tras la frontera que divide realidad y fantasía, y que Fante, tradujo en las últimas palabras de un atrapa-sueños; ese que sería capaz de lanzarse rodando por las colinas de Hollywood, con tal de vivir aquello que le dicta el último de sus deseos.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.
Sin embargo, entre esos gritos mudos de desesperación se abre tímidamente una luz; la de la esperanza retratada bajo el signo de la literatura, la verdad y la creación en sí misma, que no entiende de otras cosas, que no sea del alma humana y del retrato de la vida en negro sobre blanco; un espacio donde el atrapa-sueños que representa el protagonista de la novela, Arturo Bandini, se da cita con su aciago destino; una marca sobre la piel de su vida que nunca le abandonará. El retrato del fracaso y los fracasados siempre nos dan más momentos de gloria que la narración del anodino éxito, y así, Fante escupe una y otra vez sobre sí mismo para comprobar que siempre se encuentra en el mismo lugar. Ese estatismo, le llevará a reformularse su vida y a intentar abandonar la pobreza en la que ha nacido, o a borrar de su memoria el recuerdo de una familia de un padre también fracasado y una madre refugiada en la religión como única opción de salvación. Porque de salvación va una buena parte de la carrera literaria de Fante, pues con ella, busca romper las barreras de un destino que siempre se le presenta como un freno a sus ilusiones y que no le deja acercarse a la verdadera meta de su vida, en la que siempre buscará la redención de sus pecados en la religión y en el auxilio de un Dios que él tomó como verdadero sin saber muy bien si tan siquiera existía, pues la cascada de acontecimientos a la que el ímpetu de sus sentimientos le abocan, no hacen sino degradar la consistencia de su fe, y de paso, afear una parte de sus buenas modales.
Esa parte de la acción que está presente en sus novelas, y que representa lo que más tarde se dio en llamar como realismo sucio, es la que impregna el reverso de las acciones de Bandini y del propio Fante que, como un reflejo mal descifrado, emborronó su vida y la de los suyos con su propio fracaso, acaso el que vio en su ciudad natal de Boulder (Colorado). En este sentido, recientemente Dan Fante (hijo menor del escritor) y prototipo al igual que su padre del escritor maldito, repasa su vida en una autobiografía, y por ende, la de su padre; y en ella, da buena nota del gusto de ambos por el exceso, el alcohol y hasta el maltrato físico y mental. Una barrera demasiado alta e imposible de franquear, a la que hay que unir, la perenne búsqueda de una estabilidad que nunca llega, porque en su biografía, entre tumbo y tumbo, sólo existe una nueva caída. De esta visita a los infiernos es de la que trata de salir John Fante a través de la literatura, algo que no consiguió en vida y que sólo ha visto recompensado en parte cuando Charles Bukowski (bautizado como el padre del realismo sucio) confesó que Fante era su fuente primaria de inspiración, y a través de ese reconocimiento a modo de confesión, es cuando la obra de Fante ha vuelto a ser traducida y considerada por una buena parte de la crítica, que aprecia en ella todas las cualidades anteriormente apuntadas, y que a día de hoy, podemos decir que es el precursor de lo que vino después, con un iniciático y demoledor Henry Miller a la hora de romper los tabúes sexuales de los norteamericanos y de plasmarlos en una novela, donde al igual que Fante, la frontera que divide realidad y ficción es tan exigua que se confunden. Una línea difusa que también nos lleva hasta ese aullido de libertad llamado On the road (1958) y a su autor, Jack Kerouac, para recordarnos que nos encontrábamos muy cerca de romper los límites con las buenas costumbres imperantes en Occidente, lo que sin duda, le sirvió a Bukowski como caldo de cultivo de su propio desenfreno literario, plagado de lirismo y horror a partes iguales.
Este testimonio literario de Fante acaba con unos versos de Charles Lutwidge Dodgson, más conocido como Lewis Carroll, y que pertenecen a su obra titulada “A través del espejo y lo que Alicia encontró allí”, una secuela de la celebérrima “Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas”; lo que sin duda, se convierte en la confesión más sincera de una artista a la hora de representar toda una vida a través de su labor literaria, pues no se nos ocurre un mejor ejemplo que éste para huir de la realidad en busca de un nuevo mundo, es decir, el propio, ese que únicamente existe tras la frontera que divide realidad y fantasía, y que Fante, tradujo en las últimas palabras de un atrapa-sueños; ese que sería capaz de lanzarse rodando por las colinas de Hollywood, con tal de vivir aquello que le dicta el último de sus deseos.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.