Revista Opinión

John Priest, un hombre con suerte

Publicado el 15 abril 2017 por Miguel García Vega @in_albis68
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John Priest, un hombre con suerteEl 10 de abril de 1912, la mejor y más grande máquina construida por el hombre zarpaba del puerto de Southampton con destino a Nueva York, con 2.228 personas a bordo. Entre las 23:40 horas del 14 de abril y las 2:20 del 15, el transatlántico Titanic se hundía en las frías aguas del Atlántico Norte convirtiéndose  en la catástrofe marítima más famosa de la historia.

Más de 1.500 muertos en una tragedia que sigue presente en nuestro recuerdo tantos años después. En cada aniversario, y ya van 105, se vuelve a investigar las causas y a revolver entre sus secretos; se recuerda a su orquesta, a su capitán o al telegrafista que murió enviando mensajes de auxilio hasta el final.

Pero hoy quiero recordar a un fogonero: John Priest, también llamado “el insumergible”. 

Para mantenerlo en marcha a una velocidad que rompiera récords, el Titanic devoraba más de 700 toneladas de carbón al día, sin parar ni un momento. Unas 150 personas eran necesarias para alimentar las calderas de aquella bestia, los llamados black gang (cuadrilla negra), fogoneros/bomberos que eran el motor de aquellos barcos de vapor. Un trabajo durísimo, pura fuerza física bajo un calor insoportable. Y también cualificado: había que tener mucho cuidado asegurando que el peso del carbón estuviera repartido para mantener la estabilidad del barco y que la cantidad de carbón en la caldera fuera la justa para sostener la velocidad.

John Priest, un hombre con suerte
Fogoneros en la sala de máquinas de un buque a vapor.

John Arthur Priest –nacido en Southampton en 1887– es uno de esos black gang afectado por las huelgas del carbón de 1912, que había dejado a muchos en el paro. Pero Priest, por su larga experiencia en otros barcos, consiguió un empleo en el Titanic. Tuvo suerte. Como verán, suerte va a ser una palabra recurrente y cargada de diferentes significados en este post.

Asturias y Olympic

Priest se estrena como carbonero con 20 años, en el RMS Asturias, en 1907. Un estreno corto: en su viaje inaugural el Asturias sufre una colisión y se hunde, aunque todos sus tripulantes pueden salvarse.

En 1911 Priest sirve en el RMS Olympic –buque hermano del Titanic, construido también por la White Star Line– cuando éste choca con el barco de guerra HMS Hawke, abriéndose un gran agujero en los camarotes de tercera clase de estribor. No hay víctimas y puede regresar a puerto por sus propios medios. De momento la suerte observa expectante a John.

John Priest, un hombre con suerte
Ilustración sobre el hundimiento del Titanic

Titanic

Con esos antecedentes Priest se enrola en el Titanic. El choque con el iceberg le encuentra descansando entre turnos. Se da la orden de abandonar el barco e inicia un heroico recorrido por un extenso laberinto de pasarelas y pasillos caóticos desde las entrañas del barco hasta la cubierta. Cuando llega descubre la cubierta inundada y ningún bote salvavidas a mano. El accidente le había pillado con las ropas de faena, solo pantalón corto y chaleco para aguantar los 35 grados que se respiraban en las calderas. de esa manera se lanza al agua helada y consigue ser rescatado por un bote –se cree que el 15– con solo algunos dedos de los pies congelados y una herida en una pierna. Más que suerte parece un milagro.

John Priest, un hombre con suerte
Uno de los botes salvavidas del Titanic rescatados por el Carpathia.

 Alcantara

Los dos primeros accidentes podrían ser considerados algo incluso normal en aquel tiempo, sobrevivir al Titanic ya empieza a ser cuestión de suerte. Pero Priest no tiene suficiente. Llega la I Guerra Mundial y todos los barcos colaboran en el esfuerzo bélico. Priest forma parte de la tripulación del SS Alcántara, convertido en un crucero mercante armado. El 26 de febrero de 1916 se encuentra con un barco alemán, el Grief, otro mercante armado. Se inicia un intercambio de fuego y la sala de máquinas empieza a inundarse. Ambos barcos acaban hundidos, unos 70 marineros del Alcántara mueren en la refriega pero John Priest consigue sobrevivir con algunas heridas de metralla en el cuerpo. Por suerte.

Britannic

Nueves meses después John Priest sigue en lo suyo de calderas y naufragios, esta vez en la sala de máquinas del Britannic –otro hermano del Titanic– reconvertido por la guerra en barco hospital. El 17 de noviembre de 1916, mientras navega por el mar Egeo, sufre una violenta explosión que se atribuye a una mina, aunque todavía no está claro. Priest, maldito déjà vu, recorre el sinuoso camino desde las calderas hasta la cubierta y se lanza al agua.

John Priest, un hombre con suerte
El Britannic durante su etapa como buque hospital

En menos de una hora -tres veces más rápido que su pariente–  el Britannic está en el fondo del mar y John Priest a salvo en un bote, por supuesto. Aunque para ser justos solo mueren 30 personas de las 1.125 que viajan a bordo. Esos 30 no tuvieron suerte.

Donegal y regreso a tierra

Después de eso Priest es asignado al SS Donegal, un transbordador convertido en barco hospital. El 17 de abril de 1917, en el Canal de la Mancha, vuelta la burra al trigo: es torpedeado y Priest vuelve a hundirse. Y vuelve a salvarse, con una gran lesión en la cabeza que lo mantendrá alejado de la guerra hasta su final. Él mismo relataba en una carta a su hermana lo cerca que estuvo de la muerte. “[Estaba sumergido] debajo de algunos restos del naufragio… todo se estaba volviendo negro cuando alguien arriba logró apartar los restos y pude empezar a subir. En el momento en que casi había emergido… me encontré con un pobre hombre que, ahogándose, se aferró a mí. Pero tuve que sacármelo de encima, y el pobre hombre se hundió”.

Tras éste ultimo naufragio la fama de John Priest le hizo muy difícil conseguir un nuevo empleo en un barco, el resto de marineros no querían ni oír hablar de compartir tripulación con un tipo que ya había estado en 6 naufragios, algunos de ellos realmente graves. Nadie quería comprobar de cerca si a la séptima sería la vencida. Así que John Priest se quedó en tierra para siempre.

Murió de neumonía en su casa de Southampton, junto a su mujer Annie, en 1937, a los 50 años de edad.

Sufrir seis naufragios y sobrevivir es suerte. Pero ¿buena o mala?

Bonus track: Violet Jessop

John Priest y Violet Jessop hacen una extraña pareja. Violet nació en 1887 en Argentina, y era la hija mayor de una familia numerosa de emigrantes irlandeses pobres. A la muerte de su padre, Violet tuvo que echarse la familia a la espalda y regresó a las islas, donde encontró trabajo como camarera en una naviera, la Royal Mail. Luego pasó a la White Star Line, una de las más importantes del mundo, constructora de los navíos más impresionantes del momento. Suyos son los tres de la clase Olympic: Titanic, Olympic y Britannic.

En los tres barcos sirvieron Priest y Jessop y los tres sufrieron graves percances en el mar. Lo del Olympic no fue más que un susto sin consecuencias, pero los naufragios de Titanic y Britannic los vivieron los dos en primera persona.

John Priest, un hombre con suerte
Violet Jessop

Del Titanic salió en el bote salvavidas número 16; tras 8 horas en aquellas aguas heladas escuchando primero los gritos y luego el silencio de los muertos, es rescatada por el Carpathia.

Del Britannic salió viva –según ella misma, que escribió sus memorias– por los pelos, literalmente. “Me lancé al mar, fui succionada por debajo de la quilla, y me golpeé la cabeza”. En ese momento otro náufrago la agarró del pelo y la sacó del agua. Le quedó un dolor de cabeza crónico por una fractura de cráneo.

Se retiró a tierra firme, a una casita de campo en Suffolk. Murió en 1971, con 84 años.

No consta que Priest y Jessop se conocieran, pero me gusta imaginarme tomando un pinta con los dos, hablando sobre sus naufragios y el significado de palabras como suerte o destino.

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