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Revista Cine
La mente de un niño es infinitamente manipulable, por lo que de su inocencia puede surgir el fanatismo. Esto es precisamente lo que le sucede a Jojo, un niño de las juventudes hitlerianas que se ha formado su propia película mental de lo que está sucediendo en su pueblecito alemán mientras su país está perdiendo la guerra. Jojo cree literalmente que Hitler es un gran hombre y lo ha idealizado como un simpático amigo invisible que se le aparece siempre que necesita consejo o tomar alguna decisión importante. Esta idea puede ser más o menos polémica, aunque no queda mal en la película, a pesar de que Taika Waititi, con su tendencia a histrionismo quizá no era la mejor elección para interpretarlo. Al final Jojo Rabbit es una película de aprendizaje, que se mueve en clave de comedia con toques dramáticos. El niño va aprendiendo poco a poco que el judío no es un ser con rabo y cola y que la guerra no es un juego, sino un asunto muy serio en el que se puede perder de la manera más dolorosa a los seres queridos. Así poco a poco la mirada idealista del joven se va transformando en una más realista en la que el protagonista va tomando conciencia del lavado de cerebro al que ha sido sometido. Una propuesta arriesgada e interesante, pero que falla a la hora de encontrar su tono, por lo que al espectador le cuesta sentirse cómodo siguiendo esta historia.