Pura ficción. Eso es lo que era la historia de Jordi Évole, #OperaciónPalace sobre el 23-F, que La Sexta llevaba anunciando a bombo y platillo durante dos semanas, con unos cebos que ríete tú de los trailers de Hollywood. Al final resultó ser un documental ficticio al que no se le deben quitar méritos porque, por un momento y a más de uno, nos hizo creer que realmente el Golpe de Estado de Fernando Tejero fue una patraña dirigida por Garci, al más puro estilo de Volver a empezar, y que nuestros asuntos de Estado y joven democracia, eran competencia hasta de la CIA.
Lo cierto es que uno tardaba poco en darse cuenta de que mucho de real, aquel reportaje de Évole, no tenía. Y cuando te dabas cuenta de eso, no sabías si encajarlo con humor, o cambiar de canal. Porque gracias a tanto cebo y a tanta buena fama de periodista de raza del Jordi, las expectativas eran muy altas y cayeron estrepitosamente al darnos cuenta de que era sólo eso, una historia de ficción. Si no te dejabas llevar por la frustración de tu ilusión mermada y seguías viendo el programa, encajándolo con humor, llegabas hasta a disfrutarlo, aunque no te lo creyeras, por mucho que salieran personalidades como Fernando Ónega, Iñaki Gabilondo o ex militares, contando la historia de una reunión secreta que se llevó a cabo en el Hotel Palace de Madrid, para planear un golpe de estado falso que ensalzara la figura del Rey como defensor absoluto de la Democracia, que había llegado a España pocos años antes.
Una vez que sabes que lo que te está contando la tele no es cierto, empiezas a fijarte en los gestos de todo político, exmilitar, periodista y personalidad relevante, que se meten en tu casa a mentirte en la cara, como advirtiéndote de que no todo lo que sale en la tele es realidad ni verdad verdadera, absoluta y grande como la Catedral de Burgos. Un experimento al más puro estilo de La Guerra de los Mundos, con el que Évole nos metió en el bolsillo, revolucionó las redes sociales e hizo que a más de uno (sobre todo a gente mayor), casi le diera un patatús porque, realmente (si no fuera por lo mal que actúa Garci), podría haber colado.
Y es que el secretismo en torno al 23-F hace que en España puedan circular leyendas negras sobre el Golpe, del que no está todo lo suficientemente claro. Y quizá desmitificar el asalto al Congreso, aunque sea en forma de ficción, es una buena manera de reconciliarnos con nuestro propio pasado. Sobre todo porque vendrán generaciones y generaciones de gente que no habrá vivido ni dicadura, ni transición ni golpe, y ellos se merecen, al menos, un poquito de verdad.
¿Se sabrá algún día la verdadera historia del 23-F? ¿Tendrán explicación las incógnitas y los cabos sueltos? Quizá nunca lo sepamos. O quizá, la próxima vez, Jordi se anime a pegar el verdadero golpe.
Periodisticamente hablando, por supuesto.
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