Lo de las herencias de Pujol, al final, va a resultar un problema serio para algunos catalanes, en concreto, para esa inmensa mayoría que se cuenta por miles en las manifestaciones, pero que no se ve a pie de calle, y que creía que sus políticos estaban hechos de otra pasta cuando la realidad era que se estaban haciendo a sí mismos de la misma pasta gansa que el resto. Veintitres años, veintitrés, ha invertido el muy honorable padre del independentismo catalán en ir llevándoselo crudo, del verbo trincar. Y a Artur Mas le da una pena que se le parte el patriotismo en dos. Digamos que estaba Pujol tan entregado a su labor en pro de la independencia que, en veintitrés años, no ha encontrado el momento que parece que le ha brindado la impunidad de sus ochenta y cuatro primaveras para confesar, a manos llenas, que no ha sido España, que he sido yo. Y ahí queda eso, menos los gastos.
Lo que a una servidora se le plantea es por qué, considerándose el susodicho ciudadano de nacionalidad catalana, no escogió España como país extranjero para poner a plazo fijo las mordidas, con lo a mano que le quedaba y lo paradisíaca que le ha parecido siempre la península al colectivo guiri. Por contra, acabó buscándose otros paraísos de menos sol y más sombras en los que depositar su catalanismo pela a pela. Y, precisamente, dio en elegir los mismos paraísos en los que ha venido veraneando el dinero negro de los políticos españoles, (que sus acólitos lo perdonen) como un españolazo más. Pues parece ser que los billetes de clase alta descansan igual y en las mismas cuentas independientemente de la supuesta nacionalidad de sus titulares. Independientemente.
En cualquier caso, lo inexplicable de las cuentas Pujol en el extranjero deja claro que no hay oasis sin corrupción ni en Cataluña, mal que les pese, ni alrededores. Que lo que, cuando se insinuaba en un periódico, eran ataques a Cataluña, hoy, convertido en confesión, no puede ser un asunto privado. Y que, al tiempo, no serán éstas las últimas cuentas del Partido que veamos abiertas allende los Pirineos. Pero hay que reconocerle al patriarca de la independencia catalana que ha hecho más por cargarse el sueño soberanista de Artur en menos de lo que tarda en leerse un comunicado, que el bueno de Rajoy en todas sus apariciones y aportaciones a la tormenta de ideas que llueve sobre el encaje de Cataluña en España. Y yo, que no creo mucho en las casualidades, me pregunto por qué ha confesado precisamente ahora, a un empujón del precipicio hacia el que sus seguidores se han abocado sin vuelta atrás.
Como curiosidad y por aquello de colaborar en lo de nada es lo que parece, les contaré una anécdota cuyo fondo, con matices, respiramos durante quince días a lo largo y ancho de la Comunidad catalana. Hace exactamente una semana, coincidiendo con la inmolación de Jordi Pujol por la patria o por los suyos, comíamos en un restaurante de Gerona tomando buena nota de cómo, una vez más, los medios de comunicación se han hecho eco durante meses de la voz de unos pocos soplagaitas vendiendo una imagen de Cataluña que no se proyecta en la calle, haciendo un ruido que no suena, vendiendo un humo que no se ve, obligándonos a creer que Cataluña no encaja en España y los que no encajan son media docena mal contada que no da para vendimiar el Rosellón. La propietaria del local, más catalana que la barretina, después de cruzar apenas dos frases, indignada hasta la médula y, junto con la cuenta porque la pela es la pela, sacó el DNI del delantal y emprendió una cruzada ella sola al grito de:
- Aquí, ¿qué pone? España, ¿verdad? ¡Eso nadie me lo puede quitar!
Pues casi seguro, Montse, maja, pero, con suerte, será lo único.
Foto de portada: _nur