Revista Cultura y Ocio
Mencionado por
Verónica Aranda Casado
Menciona a:
(por orden alfabético)
Verónica Aranda Casado
Guillermo Carnero
Francisco Castaño
Vicente Gallego
José Luis Gómez Toré
Luis Muñoz
Rodrigo Olay
José Luis Puerto
Claudio Rodríguez
Jenaro Talens
Vicente Valero
Bio-Bibliografía
Nace en Madrid, en 1982, en el barrio de Vallecas. Cursó estudios de filología hispánica en la Universidad Complutense, en donde ha realizado una tesis doctoral sobre la palabra poética de Claudio Rodríguez. Como poeta, ha publicado cinco títulos: Amantes invisibles (2003), Premio Blas de Otero por la Universidad Complutense; Mudo asombro (2004), Premio Joaquín Benito de Lucas; Una hoja de almendro (2004), con el que obtuvo el Premio Hiperión de poesía joven; El libro blanco (2009), en la editorial Huacanamo y, aún en prensa, Arquitecturas del instante, en la colección Adonáis.
Poética
No importa qué digan mis poemas, ni cuáles sean sus aspiraciones: tan sólo esa maquinaria de la música, que va horadando el verbo, que funda vacíos en las palabras, huecos en la superficie de su lenguaje. No aspiro al sentido, ni a fijar la memoria, ni a delimitar la subjetividad en las aguas del verso: realmente, no escribo sobre nada, salvo sobre los errores de mi propia escritura. Escribo para justificar por qué no puedo decir, por qué las palabras no logran aferrarse a las cosas, por qué el pensamiento se desintegra en formas. El pájaro es la forma de todo pensamiento poético mío, o el árbol, o la piedra: la botánica y la geología que me acompañan en el verso representan sólo el signo de esa imposibilidad de pensar, de sentir más allá de las figuras. Toda ontología es ornitología. Y cuantas más palabras, mayor es la rotura del verso, mayores sus grietas y resquebrajaduras, sus cavidades. Escribo que no puedo decir, pensar, sin la escritura que a un mismo tiempo me oculta la verdad del silencio, y que sólo un hueco absurdo está abriéndose en el centro de la palabra poética. Poesía para la imposibilidad de la poesía.
Poemas
Escribirte es borrarte. Decir tu cuerpo y la culpa de las palomas más oscuras sobre tu vientre, entre mis uñas, para que todo desaparezca a través de las marcas del papel. Escribirte en el latido del ciervo, en la deuda de los colibríes. Nombrarte ahí, en agua. A la deriva para no perderte. Nombrarte con nubes o manzanas, en los magnolios secos de una despedida. Sólo toco tu ausencia. Sólo te digo en las fracturas de mi propio decir, en los esguinces de la palabra, entre las irisaciones imposibles de los ojos del búho. Decirte es no tenerte, acecharte en los espacios en blanco de la escritura, prófuga de mi voz, superviviente de mi olvido.
(de El libro blanco)
TU NOMBRE Y LOS CEREZOS
La vida no debe ser nombrada.
No decir el cerezo,
la embriaguez con que tienta
entre resina o savia, entre amor o deseo,
una luz verdadera
como si no supiera lo que es suyo.
Y ya tus manos árboles,
ya tu mirada este clamor de hojas,
la macilenta sombra de sus ramas.
¿No quedan nombres con que dar al aire
transparencia? ¿No ves allá en la pulpa
del silencio, en su regazo apenas
esclarecido
cómo pájaro y luz y enredadera,
árbol y cuerpo son lo mismo?
Hilo a hilo la música acrisola,
acendra la materia. Y da distancia.
Da diapasón de vértigo y hallazgo
a aquella rama, a esa
nube que apenas es desgarradura,
a la piedra incompleta,
a la herida que canta, ¿y cuándo llega,
cuándo la luz ha de perder su nombre,
dar claridad que es caudal sagrado,
martilleo de agua
con que unir lo que muere a lo que vence,
lo que oscurece con lo que refulge,
lo que hace flor y hace
carcoma
entre herrumbre y milagro?
(de Arquitecturas del instante)
PATIO DE GOLONDRINAS
No busques refugio para tu desconsuelo
en el tiempo que se han llevado los jazmines,
el grillo o el alerce,
en el tramo de piedra
que lleva al patio de las golondrinas.
No busques amparo y ven,
ven marzo que te llevas los despojos
del invierno y nos dejas
la luz como temblando
en sus alas curiosas y muy recogidamente
abres tus puertas de blancura,
abres la tarde y
me comprendes
en cada brote que amenaza vida,
en cada plaza donde hay nieve,
el trigal prematuro,
la sombra limpia de los avellanos.
El tiempo, que se fue con las cosas,
con los jazmines en biznagas o en la piedra
deja algo hermoso en sus cenizas, algo
por que dar la palabra.
¿Qué me ofrece verdad, el viento húmedo
a la espera de marzo
y la rama y su lenguaje en brotes
o el olvido que arde en el espliego,
la catedral de pérdidas que alza
febrero, el andamiaje
y la vidriera de las primeras hojas?
La nieve era vulnerable
a la mirada en que la comprendíamos.
Si hasta la luz deja su rastro en ella,
el rastro o la memoria
porque este paisaje no podría
decirse sin el coste del silencio
por pago. Si hasta la mirada
mancha. Si mi voz
destruye lo que afirma, y todo es nieve
que huye a la palabra,
que se derrite al tacto,
nieve o memoria de mi despedida
al asedio de una aurora intacta.
(de Arquitecturas del instante)